Tribuna:

Los odios

Mientras en Oslo se celebra un congreso sobre la Anatomía del Odio, en Extremadura y en Granada la anatomía del odio ha reposado estos últimos días en las mesas marmóreas de la autopsia. Se intuye en esos discursos de los Carter y los Mitterrand el intento periódico de los Estados empeñados en expiar sus culpas ante la opinión. El odio institucional también existe, pero ese odio es, por lo visto, nuestra inevitable cuota del progreso y ya forma parte de la especie. El odio individual, en cambio, nunca llega a controlarse. Por eso hay que acotarlo como excepción, porque sólo condenando al loco ...

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Mientras en Oslo se celebra un congreso sobre la Anatomía del Odio, en Extremadura y en Granada la anatomía del odio ha reposado estos últimos días en las mesas marmóreas de la autopsia. Se intuye en esos discursos de los Carter y los Mitterrand el intento periódico de los Estados empeñados en expiar sus culpas ante la opinión. El odio institucional también existe, pero ese odio es, por lo visto, nuestra inevitable cuota del progreso y ya forma parte de la especie. El odio individual, en cambio, nunca llega a controlarse. Por eso hay que acotarlo como excepción, porque sólo condenando al loco o al asesino nos salvamos todos los demás de nuestras complicidades tácitas y nuestros resignados silencios.Entre el odio que segregan los Estados y el odio almacenado en el rencor enfermizo de nuestros Capuletos de secano no hay otra diferencia que la del maquillaje con que se nos muestra a sus autores. El horror de un helicóptero disparando sobre los chamizos del lejano Vietnam es mucho menor que el horror de ese otro odio doméstico, al que sólo la proximidad hace más temible. Precisamente para distanciarnos de estas muertes cercanas queremos creer que son cosas de la España negra, y al decirlo nos sentimos automáticamente integrados en una supuesta España blanca. ¿Cómo huir de esa negrura que nos persigue? ¿Como Espriu, aquel poeta almidonado que reclamaba un norte de gente guapa y feliz? ¿O bien viajando al límite de la sangre, podando a machetazos el árbol genealógico del Otro? Esa España negra no es muy distinta a la Europa negra, la de los mercaderes y de los generales, aquella que se teoriza arriba y se oscurece más abajo. Porque el odio es ese perfume letal de la especie que se sirve a gotas, como aderezo fatal de los más altos arañazos verbales. El odio puede llegar a ser motivo de congreso, pero el odio de la España negra es sólo cosa de pobres y de mal educados.

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