Tribuna:

El arpón

Un pez gordo puede ser el atún el marrajo, el emperador y también Alfonso Guerra. Cuando un ejemplar de esta clase, que a veces llega a pesar media tonelada, muerde el anzuelo o es hendido con el arpón, comienza una dura batalla en proporción con el tamaño de la presa. Creyéndose libre y tan sólo herido, el pez se dispone a navegar todavía, pero en su viaje hacia el fondo del abismo le acompaña el sedal. En la gruta donde se ha refugiado siente de pronto que en el dorso o en las agallas una quemadura le arde. Alguien tira de ella desde una lejana superficie. Unido de forma ineludible a esa fue...

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Un pez gordo puede ser el atún el marrajo, el emperador y también Alfonso Guerra. Cuando un ejemplar de esta clase, que a veces llega a pesar media tonelada, muerde el anzuelo o es hendido con el arpón, comienza una dura batalla en proporción con el tamaño de la presa. Creyéndose libre y tan sólo herido, el pez se dispone a navegar todavía, pero en su viaje hacia el fondo del abismo le acompaña el sedal. En la gruta donde se ha refugiado siente de pronto que en el dorso o en las agallas una quemadura le arde. Alguien tira de ella desde una lejana superficie. Unido de forma ineludible a esa fuerza que lo reclama, el pez comprueba enseguida su dilema: resistir significa hacer más honda su herida; nadar a favor de la corriente supone acelerar igualmente un final aciago. Cualquier movimiento que realice siempre será aprovechado por el enemigo para reducirle el radio de acción. Atado a la silla de combate, el pescador de altura calcula la energía de este pez tan gordo que se revuelve en las profundas aguas. Va largando o cobrando hilo según el rigor de cada embestida, y toda su labor consiste en que el bicho no rompa el aparejo debido a la furia o al terror. Hay que esperar a que el pez se agote. Después de un tiempo inexorable, el atún, el marrajo, el emperador o Alfonso Guerra sacará la aleta caudal entre el oleaje, y desde popa se le verá dar saltos espumosos y soleados con gran violencia hasta rendirse a la suerte. Entonces será izado a bordo con un garfio y después el público lo degustará a la plancha o en escabeche. Aunque también puede suceder que un pez tan reacio se lleve de un tirón por delante todo el sistema, todo el aparato o que haya muerto en el fondo de la gruta donde se había refugiado, siendo allí devorado por compañeros de su especie, de modo que a la superficie sólo llegue ya la raspa. Los comensales se preguntan hoy si Alfonso Guerra tiene el arpón bien clavado. En ese caso, como sucede con los marrajos más formidables, un día no lejano aparecerá con la tripa blanca a flor de agua.

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