LA CRISIS DE LOS REFUGIADOS

El asombro de la libertad

Los primeros albaneses llegados a Praga estrenan libertad de expresión

VIVIANNE SCHNITZER ENVIADA ESPECIAL, Los 51 albaneses que se refugiaron en la Embajada de Checoslovaquia en Tirana llevan dos días de asombro constante de vivir la experiencia de libertad desde su llegada a Praga en el avión presidencial checoslovaco. "Por primera vez en mi vida" dice Hagim, "puedo expresar lo que pienso y siento sin temor a ser denunciado".

La traición y la denuncia han marcado la vida de Hagim, de 34 años, que cumplió cinco años de cárcel con trabajos forzados en las minas. Cuando acababa de cumplir los 20 les contó a SUS mejores amigos sus planes irrealizables: salir...

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VIVIANNE SCHNITZER ENVIADA ESPECIAL, Los 51 albaneses que se refugiaron en la Embajada de Checoslovaquia en Tirana llevan dos días de asombro constante de vivir la experiencia de libertad desde su llegada a Praga en el avión presidencial checoslovaco. "Por primera vez en mi vida" dice Hagim, "puedo expresar lo que pienso y siento sin temor a ser denunciado".

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La traición y la denuncia han marcado la vida de Hagim, de 34 años, que cumplió cinco años de cárcel con trabajos forzados en las minas. Cuando acababa de cumplir los 20 les contó a SUS mejores amigos sus planes irrealizables: salir de Albania y emigrar a Estados Unidos, donde "se gana bien si se trabaja duro", dice él. A los pocos días, sus compañeros de estudio de toda la vida lo denunciaron y la policía catalogó sus deseos como un delito político. Tuvo un juicio doloroso, en el que escuchó las acusaciones que le hacían sus camaradas. Luego, cinco años trabajando en una mina, donde, encogido en un túnel angosto y bajo, transportaba en carretilla los minerales. Muestra sus dedos pulgares deformados y semicaídos después (le que los guardias de la cárcel de trabajo -que él llama "campos de concentración"- le martillaran su mano. Relata que fuera de las horas de trabajo le hostigaban humillándolo y tenía que memorizar "poesía socialista".Hagim, de tez muy blanca y un pelo negro azulado que hace contraste, habla lentamente, como conservando el miedo. Dice que no cree en Dios "porque en Albania lo hemos olvidado". Tampoco tiene claras sus ideas políticas y su único convencimiento en Tirana era aprovechar cualquier oportunidad para escapar, idea que hasta hace pocas semanas era "descabellada".

Pero la triste historia de Hagim sigue cuando su hermano mayor, del temido servicio secreto albanés Segurini, le amenazó con una pistola en el pecho. Gracias a la intervención de su madre no se derramó sangre. El motivo de la discordia fue la insistencia de Hagim de dejar el televisor en el programa itallano, la fuente de información rriás apreciada por la mayoría de los albaneses. Hagim fue testigo de todos los cambios en la Europa del Este, y dice que los albaneses están informados de "tutto questo".

Como en la mayoría de los dramas de refugiados de los últimos tiempos, Hagim -el único albanés entre los 51 de Praga que fue prisionero político-, tuvo que separarse de la farnilia. Su joven esposa e hijo de dos años se asilaron en la Embajada de Hungría, donde el cerco policial se relajó durante unas horas. No estaba informado de que los 6.000 refugiados ya habían partido rumbo a Italia. Al enterarse, alegró su vista cansada y relató sus planes para una nueva vida: en Checoslovaquia no se quiere quedar porque, según él, "hay problemas sociales". Hagim, como la rnayoría de los albaneses, está convencido con una ingenuidad casi infantil de que la vida en Occidente les depara sólo gratas sorpresas.

Sokol, de 28 años, es ingeniero hidráulico que frustró sus deseos de hacer carrera como cantautor, porque sus canciones no pasaron la censura del Estado, siendo catalogadas como "sentimentaloides".

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La única música extranjera permitida en Radio Nacional de Albania hasta hace poco era la de Bach, Chopin y Beethoven. Desde hace un año, de vez en cuando un italiano moderno y Julio Iglesias, que todos tararean entre risas. Sokol creció en su mundo de cantautor mientras escuchaba por la radio italiana a Nicola di Bari con el aparato pegado a su oído.

Un joven tiene lágrimas en los ojos. Ahora entiende la dimensión de su salida. No sabe si volverá a ver a sus padres y a sus dos hermanos pequeños, pero él ya no creía en reformas. "Eran sólo mentiras y demagogias, mi vida no cambió para nada".

Es una tarde soleada en el jardín pequeño del hotel de obreros que acogió a estos refugiados. Allí esperan con ilusión visados para el futuro.

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