Tribuna:

Arcano

La catedral gótica nunca fue inaugurada. Está cubierta todavía por el andamio primitivo y a través de la trama de las vigas se ve su fábrica, carbonizada ya por el tiempo, y en ella, como en una fragua, arde la luz del rosetón, brillan las mitras doradas de los santos. El andamio envuelve las torres hasta el final de sus agujas labradas y también se extiende a lo largo de los muros laterales formando una telaraña en torno a los arbotantes y contrafuertes, entre los cuales se halla dispuesto en formación un terrible ejército de gárgolas, quimeras, toros alados, esfinges, gorgonas y arpías de pi...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

La catedral gótica nunca fue inaugurada. Está cubierta todavía por el andamio primitivo y a través de la trama de las vigas se ve su fábrica, carbonizada ya por el tiempo, y en ella, como en una fragua, arde la luz del rosetón, brillan las mitras doradas de los santos. El andamio envuelve las torres hasta el final de sus agujas labradas y también se extiende a lo largo de los muros laterales formando una telaraña en torno a los arbotantes y contrafuertes, entre los cuales se halla dispuesto en formación un terrible ejército de gárgolas, quimeras, toros alados, esfinges, gorgonas y arpías de piedra cuya misión consiste en defender el espacio interior de esa catedral. A simple vista parece un trabajo de restauración. Pero no es así. Agitándose por los tingladillos de semejante bastión trepan pelotones de creyentes armados con cuchillos, ya que en las paredes, aleros, puertas y cresterías de esa catedral se está librando una sangriente batalla desde el mismo día de su fundación. Han pasado varios siglos. Nadie ha conseguido penetrar aún en ese recinto sagrado, puesto que lo guardan los monstruos más feroces y la lucha continúa hoy de forma encarnizada. Cualquiera puede presenciar las ráfagas que las fieras describen con sus garras en lo alto de las torres. A veces un creyente cae al vacío con el puñal abandonado en el aire y una quimera con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de reptil sigue arrojando fuego por la boca. Los basiliscos y las hidras de Lerna han establecido la retaguardia en las hornacinas de la fachada para preservar la entrada principal, y, a su vez, las arpías, con vuelo rápido, lanzan sus picos contra el pescuezo de los fieles que ascienden por los sillares herméticos. Mucha sangre se ha derramado sobre estos muros. Han muerto muchos dragones, esfinges, gorgonas, toros alados y guerreros fanáticos. Éstos se han renovado siempre, pero ninguno ha logrado transgredir todavía esa fortaleza espiritual en cuyo interior no hay nada. Sin duda habrá que esperar otros mil años de sangre para que las puertas se abran.

Sobre la firma

Archivado En