Cartas al director

La fiesta sigue en el ruedo

A mi piba le gusta mi cuello. Y yo, en mi trainera túnel del amor de asfalto policromado, rodeado de pinos, en hemofilico-onomatopéyico lenguaje, le dejo hacer consciente de que mi renuncia se iría diluyendo en su güestísimo regazo: una buena moza.El caso es que cada domingo debo esconder, con un hermoso fular, la zona de mi cuerpo mancillada. Ya sabe: cosas de madre.

Al grano: el domingo 20 de mayo, en la calle de Bailén, esquina a Mayor, muy cerca de la verbena de Las Vistillas, un objeto punzante caído de un cielo esmaltado y pedorro fue a dar en mi vergonzosa zona yugu...

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A mi piba le gusta mi cuello. Y yo, en mi trainera túnel del amor de asfalto policromado, rodeado de pinos, en hemofilico-onomatopéyico lenguaje, le dejo hacer consciente de que mi renuncia se iría diluyendo en su güestísimo regazo: una buena moza.El caso es que cada domingo debo esconder, con un hermoso fular, la zona de mi cuerpo mancillada. Ya sabe: cosas de madre.

Al grano: el domingo 20 de mayo, en la calle de Bailén, esquina a Mayor, muy cerca de la verbena de Las Vistillas, un objeto punzante caído de un cielo esmaltado y pedorro fue a dar en mi vergonzosa zona yugular.

"¡La ira de Dios!", pensé. No: un objeto, resto del esplendor artificial, una vara petardera de las muchas que cayeron a los que allí nos congregábamos. Ciudadanos con el humilde propósito de presenciar el anunciado desfile de colores, colofón de una fiesta enraizada en el sentir de los madrileños: San Isidro.

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"Menos mal al pañuelo", me comentó estupefacta una muchacha. "Salvado por un bocado", pensé. ¡Que ironía!

Esto es sólo una anécdota, pero ¿dónde quedó el espíritu del 76? Yo sólo tenía 12 años, pero mis maestros me hablaban de respeto; el ideal, el sueño y la gloria eran el desprendido arrojo al pueblo, a nosotros mismos. Albergue de toda situación, principio de la natural diferencia en la estructura de las ideas.

Faltan dos años para 1992. Y todo el mundo se prepara para dicha fecha, incluso yo con mi humor. Y quizá todo esté encandilado correctamente y cosas como la de ayer sean inevitables en toda colectividad. Seguro que no fue con mala intención, porque a lo mejor es imposible calibrar la caída de los restos de unos fuegos artificiales. O quizá yo nunca comprendí de qué me hablaban mis maestros. O quizá sea demasiado exigente y puntilloso.

Pero la fiesta sigue en el ruedo, y pronto llegó Romero. ¡Mi Curro! Y, a pesar de los almohadillazos, insultos y desproperios que allí acontecieron, a mí todo me olió a romero.

"Pero, ¿dónde estás? ¿Eres real o siempre hay que recordarte?".-

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