La popularidad de Thatcher, por los suelos

La tradicional depresión de la media legislatura que afecta al Partido Conservador británico lleva camino de convertirse en una dolencia crónica. Margaret Thatcher sufre desde la primavera pasada una imparable pérdida de apoyo popular que, según el último sondeo, pone al Partido Laborista 19 puntos por delante en el aprecio del electorado, algo no visto desde hace casi dos décadas. Lo peor para ella es que la tendencia no da muestras de debilitarse y en las filas tories -azotadas ahora por lo que se ha dado en llamar la rebelión de los campesinos- empieza a cundir el desasosiego.

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La tradicional depresión de la media legislatura que afecta al Partido Conservador británico lleva camino de convertirse en una dolencia crónica. Margaret Thatcher sufre desde la primavera pasada una imparable pérdida de apoyo popular que, según el último sondeo, pone al Partido Laborista 19 puntos por delante en el aprecio del electorado, algo no visto desde hace casi dos décadas. Lo peor para ella es que la tendencia no da muestras de debilitarse y en las filas tories -azotadas ahora por lo que se ha dado en llamar la rebelión de los campesinos- empieza a cundir el desasosiego.

La plácida Inglaterra está alzada en armas contra Thatcher. Nottingham, la tierra de Robin Hood, vio el lunes cómo un grupo de ciudadanos airados se disfrazaba como el héroe legendario y asaltaba el pleno del Ayuntamiento que debía de decidir la cuantía del venidero impuesto municipal. La semana anterior, otros ayuntamientos urbanos y rurales fueron también objeto de las iras populares, que en la pacífica y pro thatcheriana localidad de Witney, no lejos de Oxford, se tradujeron en la dimisión de los concejales conservadores, en protesta contra un impuesto que consideran inaceptable.Los ciudadanos de Inglaterra y Gales, como desde hace un año los de Escocia, van a ser sometidos a un nuevo impuesto municipal que ha conseguido unir a casi todo el país en contra de la primera ministra. El actual sistema -una especie de contribución urbana que pagan los propietarios en función del valor del inmueble- va a ser sustituido por el llamado poll tax, abonable por todos los mayores de 18 años que viven en el municipio. A grandes rasgos, el Ayuntamiento determina su presupuesto y lo divide entre los adultos, con independencia del nivel de renta o de la localización de la vivienda.

El antiguo sistema no era el mejor, y en ello coinciden tirios y troyanos, pero el poll tax está lejos de convencer a la población, que ve agravios comparativos irracionales -el potentado que vive solo en una mansión paga cuatro veces menos que una familia de cuatro adultos en paro en el mismo municipio-, a pesar de la promesa de subsidios para salvar los casos más sangrantes.

El Gobierno tendrá que repartir las subvenciones disponibles para aliviar los casos más delicados. A la espera de ese momento, cada día hay un goteo de sublevaciones populares contra Thatcher, perdida en una sima de rechazo.

La opción de Kinnock

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El último sondeo de opinión pone a los conservadores 19 puntos por detrás de los laboristas, que viven una era de esplendor que no podían ni soñar hace un año. Neil Kinnock ha insuflado al partido aires de moderación que lo hacen atractivo a un electorado que se siente defraudado por Thatcher, al verse aplastado por unos tipos de interés que se han duplicado en dos años y convierten en un calvario la realización de la promesa de poseer una vivienda. Thatcher y su Gobierno insisten en que los tipos de interés seguirán siendo altos mientras sea necesario para combatir la inflación, al tiempo que el elector no ve señales de que la carestía de la vida ande bajo control. Es más, en estos días se le está diciendo que la inflación lleva camino de alcanzar el 9% interanual en abril.

Una próxima elección parcial en el centro del país -en una circunscripción donde los conservadores tienen una mayoría de 14.600 votos, que en otras condiciones sería inasequible a la oposición- amenaza con convertirse en uno de los mayores fiascos nunca vistos.

Thatcher no es ajena a crisis graves en el medio de sus mandatos legislativos y en cada uno de los dos anteriores pasó por momentos muy delicados de los que salió con fuerza para barrer a la oposición. Entre el propio electorado laborista sigue sin calar del todo la idea de que Kinnock es capaz de desalojar a Thatcher de Downing Street, pero conforme pasa el tiempo se reduce la capacidad de maniobra del Gobierno para dar un golpe de efecto que deje descolocada a la oposición.

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