Tribuna:

"Queremos salir del barro"

Donde acaba la ciudad empieza el Pozo del Huevo. Los residentes no quieren ni oír hablar de quedarse más tiempo en este barrio de casas bajas y chabolas que emergió hace 35 años junto a la carretera de Vallecas a Villaverde. "Que nos lleven aunque sea a Vallecas", comentaba uno de los pocos vecinos que ayer se quedó en el poblado porque no se enteró a tiempo "de lo de la manifestación".

La noticia de que el Ayuntamiento de Madrid podría oponerse al realojo de 229 familias del Pozo en el edificio de la M-30 puso a todo el barrio en guardia. Mientras los mayores acudían a protestar a ...

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Donde acaba la ciudad empieza el Pozo del Huevo. Los residentes no quieren ni oír hablar de quedarse más tiempo en este barrio de casas bajas y chabolas que emergió hace 35 años junto a la carretera de Vallecas a Villaverde. "Que nos lleven aunque sea a Vallecas", comentaba uno de los pocos vecinos que ayer se quedó en el poblado porque no se enteró a tiempo "de lo de la manifestación".

La noticia de que el Ayuntamiento de Madrid podría oponerse al realojo de 229 familias del Pozo en el edificio de la M-30 puso a todo el barrio en guardia. Mientras los mayores acudían a protestar a la plaza de la Villa, en el colegio público San Francisco de Asís, donde estudian cerca de 200 niños, se debatía el desarrollo de la manifestación. "Hasta los más pequeños están nerviosos", explicaba una profesora: "Los comentarios surgen en clase de forma espontánea porque muchos han nacido con la ilusión de las viviendas".

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"Lo que queremos es salir del barro", comentaba Enrique, un niño de 14 años que cree que los vecinos de Moratalaz no les quieren "porque no tenemos dinero". Adrián, su compañero de 13 años, apenas entiende lo que pasa: "Esto es un lío". Basi, de 15, que comparte una habitación con cinco de sus once hermanos, confia además en hacer muchos amigos en Moratalaz.

El Pozo del Huevo nació gracias a un sacerdote que buscó los terrenos y facilitó los materiales para asentar a los primeros habitantes. Al poblado fueron llegando familias, muchas de ellas desde otras regiones españolas, que no podían pagar un alquiler en Madrid. A pesar de ello la ocupación no fue gratuita. Algunos tuvieron que pagar hace 14 años entre 50.000 y 80.000 pesetas para adquirir una casa baja.

A partir de ahí todo han sido batallas con la Administración: conseguir la luz y que se pavimentaran las calles, la escuela, el autobús y, por fin, las viviendas. Las paredes del local de la asociación de vecinos no tienen más decoración que los planos del edificio de la M-30. Es la gran esperanza.

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