Cartas al director

Lluvia de golpes

Circulaba por la calle del General Ricardos (Madrid) tras un autobús cuando, al situarme a su izquierda para adelantarlo, no me percaté de que a unos 30 metros había un semáforo, que, según testigos, acababa de ponerse en ámbar. Yo no advertí tal circunstancia porque el autobús me restaba visión; sin embargo, oí el característico ruido de frenos del autobús y, unos metros más allá, vi la línea de parada en semáforo. Décimas de segundo después observé que un coche blanco asomaba procedente de una calle situada a la derecha y casi al unísono pisé con energía el pedal del freno. Las ruedas se blo...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Circulaba por la calle del General Ricardos (Madrid) tras un autobús cuando, al situarme a su izquierda para adelantarlo, no me percaté de que a unos 30 metros había un semáforo, que, según testigos, acababa de ponerse en ámbar. Yo no advertí tal circunstancia porque el autobús me restaba visión; sin embargo, oí el característico ruido de frenos del autobús y, unos metros más allá, vi la línea de parada en semáforo. Décimas de segundo después observé que un coche blanco asomaba procedente de una calle situada a la derecha y casi al unísono pisé con energía el pedal del freno. Las ruedas se bloquearon y el coche siguió su trayectoria tan veloz como si no hubiese frenos, produciéndose la colisión. El conductor del otro vehículo (un menor de edad y sin carné) se dio a la fuga.Permanecí unos instantes en el interior de mi coche y cuando me recuperaba vi como un ciudadano de raza gitana me increpaba desde el exterior y otro más vociferaba como un descosido. Todo fue muy rápido, tan rápido como el impacto que recibí en la boca procedente del puño de uno de ellos y, a continuación, lluvia de golpes a discreción. Por el lado derecho de mi auto otro ciudadano de raza gitana se acercó, no menos enfurecido, insultándome a gritos y empuñando un enorme martillo que lanzó contra una luna, haciéndola añicos ypenetrando en él interior. Intenté salir, siendo ayudado a hacerlo por estos seres vivos por medio de un generoso empujón que me precipitó al suelo, y uno de ellos me propinó un patadón a placer en los testículos. Fui como pude hasta la acera, seguido por los agresores que no paraban de insultar, amenazar y golpear, requiriendo en vano la ayuda del numeroso público. Seguí, corriendo ya, calle abajo, perseguido por un encolerizado gitano que nombraba su mucha hombría y la poca mía. Alguien llamó a la policía; mientras, varias gitanas me amenazaban agresivamente. Cuando la situación se calmó, solicité testigos, pero nadie quería dar datos.

Curé mis heridas en una casa de socorro y presenté una denuncia. Ante el numerosísimo público, recibí estas amenazas: "Lo mejor que puedes hacer es largarte de Madrid, porque te vamos a buscar y te vamos a matar, hijo puta". No es el primer incidente desagradable que tengo en Madrid, por lo que espero marcharme lo antes posible y no volver jamás-

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Archivado En