Entrevista:

El veraneo del presidente

Felipe González echa siestas, cocina pescados a la sal y lee novelas policiacas

El poder en vacaciones "no es muy diferente como sentimiento". Lo dice Felipe González, presidente del Gobierno, en la cortijada/palacio de Doñana, nombre mítico de la historia conservacionista, lugar majestuoso sembrado de pajareras/alcornoques centenarios, escenario mágico poblado de milanos, halcones, linces, garcillas y garzas reales...; "y luego, este paisaje tan sensacional", comenta él tranquila, serena, pausadamente.

Es el atardecer; ya pasa de las seis de la tarde y el presidente habla telefónicamente con EL PAÍS como si meditara: "Mire, dentro de una hora y media aproximadamen...

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El poder en vacaciones "no es muy diferente como sentimiento". Lo dice Felipe González, presidente del Gobierno, en la cortijada/palacio de Doñana, nombre mítico de la historia conservacionista, lugar majestuoso sembrado de pajareras/alcornoques centenarios, escenario mágico poblado de milanos, halcones, linces, garcillas y garzas reales...; "y luego, este paisaje tan sensacional", comenta él tranquila, serena, pausadamente.

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Es el atardecer; ya pasa de las seis de la tarde y el presidente habla telefónicamente con EL PAÍS como si meditara: "Mire, dentro de una hora y media aproximadamente no es imaginable el espectáculo que ofrecen miles y miles de patos; yo los miro con prismáticos y a veces les hago fotos". -¿Y no se queda mirando el cielo?

-Cómo no mirar este apasionante cielo, de asombrosa limpieza.

-¿Cómo definiría sus vacaciones?

-Tranquilidad, vida sencilla.

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A las siete de la mañana el presidente ya está en mangas de camisa fuera de la cama. Ha dormido entre cinco y seis horas, no más: "Duermo bien, como un niño"; las pesadillas y los sueños extraños no cortejan sus noches.

El desayuno es el mismo que a diario le sirven en la Moncloa: zumo de naranja, café y tostadas con aceite. Y, sin más, a corretear por el campo; nos lo dijo graciosamente la simpática señora que descolgó el teléfono la primera vez: "El presidente ha salido; se fue con el camión y no sé a qué hora volverá". "¿Volverá hoy?". "Sí, por Dios; a comer vendrá, y puede llamar usted".

"Paseo por el campo, pero me voy en un coche todo terreno, claro, porque aquí no hay otra posibilidad; en estos paseos me acompaña un guarda mayor, o alguien de la escolta". A las once de la mañana ya está de vuelta González con sus acompañantes en el palacio / cortijo para recoger a la presidenta, Carmen, y a los niños: "Todos nos vamos a la playa". Pero quienes se aprovechan más son los hijos y su esposa: "Yo soy de poco baño".

La pesca, afición declarada del hombre de la Moncloa, puede alterar las mañanas cuando en una lancha se va a pescar brecas. Y pone el día patas arriba si, como él dice, "vamos a pescar barbos y cosas serias". En tal caso, con pescadores de Barbate, la aventura estalla a las siete de la mañana y la remata el presidente 20 horas después. "¿Y cómo se trata con los pescadores que le acompañan?". "Con toda naturalidad si me conocen ya; me llaman presidente o depende...

Cocinero González

Ya es la hora del almuerzo, a las dos y pico, de la tarde. La comida nunca es pesada, dice; el pescado es cultura dominante, y más dominante cuando el cocinero es Felipe González; de sus artes como presidente de los fogones se precia, y más cuando su interlocutor pretende ventilar este capítulo a la ligera: "Bueno, lo que usted guisa son pescados a la parrilla". "No, no, lo que yo hago es cocina sofisticada, como barbos a la sal o pescados al horno", advierte con una suerte de sorna disimulada, serena y tranquila como el discurrir de sus días aquí, que a tan poco le saben: "Fíjese bien que no es ni un mes, sólo 20 días; aunque quisiera, no podría aburrirme; esto es imposible para mí en el coto". De ordinario, González duerme la siesta después de sus pescados a la sal de medio día; él habla de "descanso", pero es de suponer que sestea, y cierra las puertas de la tarde leyendo. Hasta ahora, "qué quiere que le diga, no he leído más que novelas policiacas, de la serie de Hammett y de Spencer; también leo al autor gaditano, de Arcos de la Frontera, Antonio Hernández, que escribió La marcha verde y, más recientemente, Nanas para dormir francesas.

-A propósito, ¿en qué ha quedado la historia del enfado de su amigo García Márquez, que dijo que no volvería a España?

-No, nada, si estuvo no hace mucho en Madrid.

-¿Pero lo vio?

-No, no lo vi, pero eso ya pasó.

El presidente del Gobierno ha leído hasta las seis de la tarde. Y va a practicar otra afición: la fotografia. Además de las imágenes familiares, los animales que pueblan el coto y los paisajes son sus víctimas. También, a la caída del día, suele tomar café con sus hermanos, y así llega la hora de la cena, ligera y más bien surtida de pescados, como el almuerzo.

-¿Y no juega a algo?

-No, yo nunca jugué juegos de mesa, ni nada; me gusta el futbolín, pero aquí no hay.

-¿Llega a olvidarse de todas las preocupaciones que le acaparan en la Moncloa?

-No, es imposible; por unas u otras razones, me llama el vicepresidente, o me llama el Rey, y además siempre se cruzan compromisos con estos días de descanso; por ejemplo, no sé la fecha aún, pero tengo que ver al presidente francés, Mitterrand; no sé si será en Las Landas, su residencia de campo, o dónde, pero son obligaciones ineludibles.

-¿No le tientan vacaciones en el extranjero, o no echa de menos nada en el coto?

-No, nada; aquí paso las mejores vacaciones, las más tranquilas, estoy aislado.

-¿Se encuentra bien de salud?

-Tengo una salud ofensiva.

-¿Cómo se informa?

-Escucho algo las noticias de la radio; la prensa llega aquí, claro, pero no la leo; sólo veo el resumen que me envían por télex. -

-¿Envidia las vacaciones de alguien?

-Creo que no, para mí esto es paradisiaco; ¡eso de sentarme delante de la puerta de casa al fin de la jornada ... !

-¿Y no le gustaría compartir las vacaciones con algún jefe de Estado?

-No, eso no sería descanso; no creo que alguien pasara 20 días haciendo lo que yo hago; si el campo no gusta extraordinariamente, no se aguanta.

-¿No se permite algún exceso de algo?

-No, como poco más de lo normal, sólo.

-¿Tiene problemas de peso?

-Nada, desde hace 15 años peso igual.

-Un día, más o menos, dijo que la política le había envejecido desde que tenía 20 años, y que rejuvenecería a los 60 para volver a conquistar chavalas.

-Sí, claro, recuerdo eso; hay un problema de jerarquía de valores que evoluciona con la edad. Lo que dije entonces era una broma que yo quería creerme.

González, desde este recuerdo, evoca y reflexiona sobre otros que ilustran "la evolución con la edad". Hace 20 años, dice, cuando él cumplía los 27, "un 14 de julio, en el Club Náutico de Bayona, celebramos una reunión, y prácticamente estoy al frente del partido desde entonces". Y, sin evitar la sonrisa irónica, comenta cómo un día se medio cachondeaba de Santiago Carrillo porque, "¿no te das cuenta, le decía, que llevas la tira de años como secretario general del PCE?, y ahora, ya ve usted, a nada que me descuide me pasa a mí igual".

El presidente concluye con que el poder, en suma, no veranea; "el agobio es distinto, pero estás pendiente de lo que pasa aunque hagas otra cosa. Te interese o no, va contigo".

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