Cartas al director

Consumo público de drogas

El ministro quiere penar el consumo público de drogas era la cabecera de una noticia publicada en EL PAÍS el miércoles 7 de junio de 1989.Un sábado del mismo mes, a las cuatro de la tarde, y siguiendo nuestra sana costumbre de hacer deporte, mi hermana de 15 años y yo, de 24, bajamos al parque de Eva Duarte Perón a practicar un poco de baloncesto.

A algunos metros de las canchas, en uno de esos bancosmesa que el Ayuntamiento ha colocado para que los ancianos jueguen a las cartas, una pareja de no más de 22 años se introducía una dosis de alguna droga en la sangre con toda tranqui...

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El ministro quiere penar el consumo público de drogas era la cabecera de una noticia publicada en EL PAÍS el miércoles 7 de junio de 1989.Un sábado del mismo mes, a las cuatro de la tarde, y siguiendo nuestra sana costumbre de hacer deporte, mi hermana de 15 años y yo, de 24, bajamos al parque de Eva Duarte Perón a practicar un poco de baloncesto.

A algunos metros de las canchas, en uno de esos bancosmesa que el Ayuntamiento ha colocado para que los ancianos jueguen a las cartas, una pareja de no más de 22 años se introducía una dosis de alguna droga en la sangre con toda tranquilidad y libertad.

Entre el miedo y la tristeza decidimos telefonear a la policía, creyendo que el acto sería punible o al menos rechazado. La respuesta nos dejó aún más asustadas: "Lo siento, señora, no podemos hacer nada; el consumo no está prohibido, lo que está prohibido es el tráfico".

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Al día siguiente, domingo por la mañana, una niña de tres o cuatro años jugaba en el mismo lugar, agachada en el suelo, haciendo tartas de barro, mientras su papá leía el periódico sentado en el banco donde horas antes una pareja había preparado su viaje. Por la tarde, cuatro ancianos disputaban su partida de mus de sobremesa en aquel mismo lugar.

Y nosotras nos preguntamos: ¿no tienen derecho los niños, jóvenes, adultos y ancianos a disfrutar del parque sin que sus vidas corran peligro? ¿No puede intervenir la policía en la evitación de estos hechos, aunque no estén penados?

No es el ministro el único que quiere penar el consumo público de drogas.-

A juzgar por lo expuesto en el artículo El parque de las jeringuillas (EL PAÍS, 11 de junio), la experiencia suiza sobre la despenalización de la droga resulta un verdadero desastre, y no puede ser menos una experiencia que lo que hace es fomentar y legalizar ese miserable negocio, experiencia que, entre otras cosas, tiene de pernicioso hacer parecer malo lo que puede ser la solución al problema de la droga: una verdadera ley de despenalización debidamente estudiada.

Lo que se está haciendo en la Platzpromenade de Zúrich es insólitamente ridículo, pues allí se distribuyen gratuitamente las jeringuillas, artilugio barato al alcance de cualquiera, mientras la droga se vende a precio de mercado negro, permitiendo que los traficantes hagan su agosto, encima amparados por la ley (sólo comparable a la Seguridad Social, que te paga el oculista, pero no el óptico, que es donde literalmente te sacan los ojos).

La degradación de esos enfermos sociales que son los drogadictos reflejada en el artículo en nada se diferencia a la de los drogodependientes de cualquier parte del mundo, sometidos a la acción esclavizante que resulta del alto precio de la droga, logrando con aquella experiencia sólo amparar a los traficantes, que mercan con custodia policial.

La legalización del consumo de la droga que se viene proponiendo, y a la que EE UU hace oídos sordos, ni remotamente pasa por fomentar el "enriquecimiento lícito" de quienes esclavizan a los drogodependientes, sino, por el contrario, lo que propone es romper la cadena esclavizante, haciendo que el Estado compita con una venta barata, incluso la administración gratuita de la droga, para que el enfermo pueda volver a la legalidad y no se vea impelido a delinquir sistemáticamente para procurarse ese elemento que se le ha convertido en vital y al que sólo puede llegar pagando sumas astronómicas, imposibles de lograr con el trabajo de una persona.- Carlos Sánchez-Peña. Menorca.

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