LA CRISIS DE ORIENTE PRÓXIMO

Un líder sobre el propio terreno

Hay estadistas que se sienten elegidos para actuar, para variar visiblemente el curso de las cosas; son aquellos que se guían por la pasión de hacer, de imponer un programa, una revolución, una restauración; pero siempre, en ese proceso, Lenin o De Gaulle, Castro o Churchill, dejan tras de sí un mundo diferente del que habían heredado. Otros, en cambio, encarnan la misión no de hacer, sino de ocupar; de tomar un espacio más que de crearlo, porque entienden que su mejor servicio es el de ganar tiempo, el de impedir una marcha de los acontecimientos dirigida desde fuera, a la espera de que un dí...

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Hay estadistas que se sienten elegidos para actuar, para variar visiblemente el curso de las cosas; son aquellos que se guían por la pasión de hacer, de imponer un programa, una revolución, una restauración; pero siempre, en ese proceso, Lenin o De Gaulle, Castro o Churchill, dejan tras de sí un mundo diferente del que habían heredado. Otros, en cambio, encarnan la misión no de hacer, sino de ocupar; de tomar un espacio más que de crearlo, porque entienden que su mejor servicio es el de ganar tiempo, el de impedir una marcha de los acontecimientos dirigida desde fuera, a la espera de que un día, ellos o sus sucesores, puedan recobrar la iniciativa.. Ese tipo de dirigente parece que es Isaac Shamir. Se reprocha a la derecha nacionalista de Israel no tener un plan de paz, reaccionar con la pesadez de un quelonio al vértigo de la iniciativa diplomática palestina, y uno puede pensar que Shamir, líder del Likud, tiene la idea de que cualquier iniciativa actual podría resultarle fatal a su país. Por eso, la estrategia de Tel Aviv es la de detener la historia, ganar un tiempo que considera precioso, al acecho del momento futuro en el que haya otro reparto de cartas. La fórmula no ha dado malos resultados hasta ahora, si atendemos a lo mucho que ha ganado Israel, al menos en promesas de aceptación y reconocimiento del mundo árabe. La gran incógnita es la de si tras la apariencia berroqueña de Shamir, de su constancia en repetir eternas negativas, de su fe en que la nada siempre supera al riesgo, se oculta la noción de que en un tiempo futuro, cuando el pueblo palestino se encuentre en el punto en el que lo desean los líderes de Israel, pueda comprobarse cómo la densa inmovilidad de estos años haya sido rentable; que haya servido para que sus sucesores hagan una paz que no quiso él contemplar, porque sentía que aún no había llegado el instante preciso.

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