Editorial:

Mezquindades

EL TEATRE Lliure ha protagonizado un desigual forcejeo con las administraciones catalanas -Generalitat, Diputación y Ayuntamiento de Barcelona- para conseguir paliar el déficit que arrastra. Ayuntamiento y Diputación habían dado ya una respuesta favorable al incremento de las subvenciones, y ayer, finalmente, la Generalitat subió su aportación, como se le solicitaba, a 104 millones. Las dificultades de tesorería de la cooperativa teatral han surgido a pesar del constante éxito de público de sus rigurosos montajes y del espíritu monacal de sus integrantes.El Lliure no tiene dinero porque apenas...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

EL TEATRE Lliure ha protagonizado un desigual forcejeo con las administraciones catalanas -Generalitat, Diputación y Ayuntamiento de Barcelona- para conseguir paliar el déficit que arrastra. Ayuntamiento y Diputación habían dado ya una respuesta favorable al incremento de las subvenciones, y ayer, finalmente, la Generalitat subió su aportación, como se le solicitaba, a 104 millones. Las dificultades de tesorería de la cooperativa teatral han surgido a pesar del constante éxito de público de sus rigurosos montajes y del espíritu monacal de sus integrantes.El Lliure no tiene dinero porque apenas tiene teatro -unas 300 butacas- y no puede amortizar en taquilla el coste, nunca pródigo, de sus espectáculos. Aunque ha tenido que reclamar un dinero de urgencia, su propuesta va más allá, y ahí es donde las administraciones catalanas tienen el auténtico problema político, pues el Lliure quiere asumir plenamente la condición de teatro público, por la que ha luchado, y el mérito probado de su trabajo debería ser razón suficiente. Sin embargo, las administraciones tienen un concepto cortesano de lo que debe ser ese teatro público, que pasa por la titularidad de las paredes, del repertorio y, si acontece, de su éxito. El Lliure desea dar cuenta del dinero público que reciba, quiere un espacio donde acoger a su público, y nunca ha pretendido sacar provecho en solitario de estas nuevas y futuras circunstancias, pero cuando presentó su proyecto de teatro público apenas tuvo respuesta oficial. Ha sido necesario llegar a una situación límite -las compañías catalanas ya empiezan a saber que, en eso del teatro, las administraciones sólo respiran si hay miedo al ridículo social o político- para que las dádivas fueran menos insultantes y el municipio se apresurara a dar un nuevo cobijo al futuro Lliure. En este espectáculo de mezquindad, la Generalitat ha sobresalido discutiendo la peseta a una cooperativa teatral, lo mejor de lo mejor del teatro catalán y español, mientras da carta blanca para que su estrella refulgente, Josep María Flotats, abra un llamado Teatro Nacional, en usufructo se supone que personal. Y se supone porque Flotats prometió un manifiesto programático sobre este Teatro Nacional que todavía no se conoce. A la espera de ese programa bueno es que, como mínimo, el Teatre Lhure no cierre sus puertas.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Archivado En