Una gala para gente feliz

Tenerife El director teatral Jaime Azpilicueta, asume, por segundo año consecutivo, toda la responsabilidad en el acto más comprometido. El pasado año encajó estoicamente las críticas por algunas deficiencias de sonido y ritmo de un espectáculo en el que no participan menos de 2.000 actores espontáneos. Es el precio que otros han pagado antes, casi como parte de la tradición, incluso José Tamayo, que hace cuatro años consiguió en la gala el milagro de representar sin apenas, fallos una completa antología del Carnaval de Tenerife.

Esta vez Azpilicueta, que se ayuda con una muleta para an...

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Tenerife El director teatral Jaime Azpilicueta, asume, por segundo año consecutivo, toda la responsabilidad en el acto más comprometido. El pasado año encajó estoicamente las críticas por algunas deficiencias de sonido y ritmo de un espectáculo en el que no participan menos de 2.000 actores espontáneos. Es el precio que otros han pagado antes, casi como parte de la tradición, incluso José Tamayo, que hace cuatro años consiguió en la gala el milagro de representar sin apenas, fallos una completa antología del Carnaval de Tenerife.

Esta vez Azpilicueta, que se ayuda con una muleta para andar a causa de una inoportuna caída en la isla, conoce ya de qué pata cojea el público y ha anunciado que hará "una gala para gente feliz".

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Sí es ahora cuando se percibe claramente que la fiesta de la cabalgata y el entierro de la sardina está cerca, todo el mundo sabe que desde hace muchos meses las más de 70 murgas, comparsas y conjuntos musicales y coreográficos, y los centenares de grupos de disfraces vienen haciendo un sordo trabajo de laboratorio en garajes, almacenes y clubes de vecinos.

En esta labor autodidacta de cocinar repertorios mordaces en el caso de las murgas o de afinar las voces al máximo en las rondallas y el baile en las comparsas, y en las largas horas de costura compartidas por toda la familia para multiplicar los disfraces de cada grupo, reside el mayor mérito de la fiesta.

La paz ciudadana se ve rota cada noche en cualquier extremo del municipio con el tono alto de los ensayos de comparsas y murgas en los distintos barrios. A pesar de todo, el chicharrero no protesta, quizá por deformación. Sabe que habrá de habituarse al alboroto y la anarquía, a calles cerradas y verbenas multitudinarias constantes que marcarán, con ligeras interrupciones, la vida de la ciudad durante una quincena.

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