Editorial:

Muertes en Brasil

LA REPRESIÓN brutal desatada por el Ejército brasileño contra los obreros en huelga de la siderurgia de Volta Redonda, causando un número de muertos aún sin determinar, ha provocado en todo el país una ola de indignación. Como ha dicho el obispo de Volta Redonda, los soldados "usaron el lenguaje de la sangre", lenguaje propio de las dictaduras y que un régimen democrático no puede permitirse. Brasil recuperó en 1985, después de dos décadas de dictaduras militares, un sistema democrático. Hace poco más de un mes fue aprobada la nueva Constitución, que establece sobre firmes principios democráti...

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LA REPRESIÓN brutal desatada por el Ejército brasileño contra los obreros en huelga de la siderurgia de Volta Redonda, causando un número de muertos aún sin determinar, ha provocado en todo el país una ola de indignación. Como ha dicho el obispo de Volta Redonda, los soldados "usaron el lenguaje de la sangre", lenguaje propio de las dictaduras y que un régimen democrático no puede permitirse. Brasil recuperó en 1985, después de dos décadas de dictaduras militares, un sistema democrático. Hace poco más de un mes fue aprobada la nueva Constitución, que establece sobre firmes principios democráticos la nueva república brasileña y otorga asimismo a los ciudadanos amplios derechos sociales y sindicales. La represión militar en, la siderurgia de Volta Redonda aparece como una mofa de las normas constitucionales recién proclamadas, y muchos se preguntan si se trata de un hecho aislado o de una indicación de que vuelve a cobrar bríos la querencia a injerirse en asuntos civiles, tan fuerte en la historia militar brasileña.La realidad es que la situación de miseria de amplias capas alcanza límites insoportables. La inflación crece a un ritmo de casi un 1.000% anual. Los obreros siderúrgicos de Volta Redonda ganaban el equivalente a menos de 20.000 pesetas al mes, y hacerles culpables de lo ocurrido -como pretende el Ejército al argumentar que se trataba de "defénder el patrimonio nacional"- es una actitud inaceptable para una mentalidad democrática.

El 15 de noviembre tendrán lugar las elecciones municipales, y dentro de un año, las presidenciales. Pero en el país reina un clima de apatía y pesimismo, muy distinto de la pasión política que existía hace dos años, cuando tuvieron lugar las elecciones parlamentarias. El fracaso de Sarney es palpable. Ha obtenido, con el apoyo de los sectores derechistas de la Asamblea Constituyente, prolongar su mandato un año más. Pero su poder se halla tan desgastado que muchos se preguntan si logrará mantenerse hasta las presidenciales. Carente de antecedentes democráticos y llegado a la presidencia por accidente, a causa de la muerte de Tancredo Neves, José Sarney ha logrado frustrar en tres años la mayor parte de las esperanzas que las masas brasileñas habían depositado en el retorno de la democracia. No controla una situación económica desastrosa, en la que sobresalen casos cada vez más frecuentes de corrupción en las esferas dirigentes. Su desprestigio es total.

Los recientes acontecimientos ponen de relieve que Brasil se halla en una situación grave, no sólo en el plano económico y social, sino también político. Queda un año para que las fuerzas democráticas preparen la sucesión de la etapa Sarney. No es una tarea fácil, ya que el pesimismo y la gravedad de las tensiones sociales en las zonas de miseria facilitan polarizaciones que pueden ser fomentadas por actitudes demagógicas. El interés de la democracia es que mediante un debate a fondo sobre los graves problemas del país puedan decantarse con claridad las principales opciones políticas con vistas a las elecciones de 1989. Pero sería negativo que se produjese una dispersión excesiva de las fuerzas que tienen un común denominador democrático. La tragedia de estos últimos días debería ayudar a recordar a todos la necesidad, por encima de las diferencias ideológicas, de garantizar la supremacía del poder civil y el respeto por el Estado de los derechos plasmados en la Constitución. La reacción unánime que se ha producido en la ciudad de Volta Redonda después de la matanza es, sin duda, un ejemplo para todo el país.

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