Cartas al director

Divorcio burocrático

Solicité ayer un certificado de matrimonio en el Registro Civil, pero, tras rellenar el impreso correspondiente con la fecha, el tomo, la página de la inscripción, etcétera, la ftincionaria de turno me lo rechazó argumentando que tenía que cambiar el nombre. Por un momente, pensé si no habría entendido mal o si no estaría ya tan desquiciada que no sabía ni cómo me llamaba. Jamás habría acertado, porque la cuestión era impensable: para solicitar un certificado de mi matrimonio el único nombre que tenía que constar, el único que importaba, era el de mi cónyuge. Pese a lo que figura en el ...

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Solicité ayer un certificado de matrimonio en el Registro Civil, pero, tras rellenar el impreso correspondiente con la fecha, el tomo, la página de la inscripción, etcétera, la ftincionaria de turno me lo rechazó argumentando que tenía que cambiar el nombre. Por un momente, pensé si no habría entendido mal o si no estaría ya tan desquiciada que no sabía ni cómo me llamaba. Jamás habría acertado, porque la cuestión era impensable: para solicitar un certificado de mi matrimonio el único nombre que tenía que constar, el único que importaba, era el de mi cónyuge. Pese a lo que figura en el propio libro de familia, "matrimonio entre fulano y mengana", descubrí que yo nunca me había casado, sino que el otro -el varón- me había hecho en su día la merced de casarse conmigo. Lo primero que se me virio a las mientes fue aquello tan cacareado de "tanto monta, monta tanto Isabel como Fernando", y lo segundo, que la excepción hace la regla. De lo cual resulita fácil deducir que para las demás rnortales del reino el matrimonio aún se compone de dos elementos que, si bien ya no son unilateralmente separables, siguen siendo tan sólo complementarios: el caballero y su inontura. Ver, por mera curiosidad, lo bien que cuadra la definición de repudio: desechar la mujer propia.

Si llego a enterarme antes de esta sutileza, ¡de qué me molesto en tramitar un divorcio civilizado! Hace ya años que habría agradecido la merced como suelen hacer las acémilas, dando con el jinete en tierra y saliendo a uña de caballo. Es más expedito y, sobre todo, más acorde con la condición que las propias instituciones me suponen.-

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