Editorial:

La muerte de Zia

EL ACCIDENTE de aviación que ha causado la muerte del presidente de Pakistán, general Zia Ul Haq, y de las personalidades que le acompañaban, entre otras el embajador de Estados Unidos y el jefe del Estado Mayor, se produce en un momento en que ese país está sometido a fuertes tensiones, tanto internas como externas. Después de unos primeros pasos liberalizadores con la promesa de volver a un sistema de gobierno parlamentario, Zia disolvió hace cuatro meses la Cámara y destituyó al Gobierno civil de Jan Junejo, a pesar de que éste seguía con docilidad las directrices de los militares. Había co...

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EL ACCIDENTE de aviación que ha causado la muerte del presidente de Pakistán, general Zia Ul Haq, y de las personalidades que le acompañaban, entre otras el embajador de Estados Unidos y el jefe del Estado Mayor, se produce en un momento en que ese país está sometido a fuertes tensiones, tanto internas como externas. Después de unos primeros pasos liberalizadores con la promesa de volver a un sistema de gobierno parlamentario, Zia disolvió hace cuatro meses la Cámara y destituyó al Gobierno civil de Jan Junejo, a pesar de que éste seguía con docilidad las directrices de los militares. Había convocado elecciones para noviembre, pero sin la condición elemental para que fuese un paso político serio: la legalización de los partidos de oposición y la posibilidad para ellos de expresar con libertad sus opiniones y de controlar luego la autenticidad de los resultados.La realidad política de Pakistán es que el general Zia, desde que liquidó en 1977 el régimen constitucional y ejecutó luego al principal dirigente democrático, Bhuto, nunca ha renunciado a gobernar con el apoyo de los militares y en nombre de un cierto fundamentalismo islámico, más o menos rígido, según las épocas. Frente a esa dictadura militar, arropada de clericalismo musulmán, las esperanzas que despertó en el pueblo el proyecto renovador de Bhuto no se han extinguido. Lo demostró la acogida que recibió su hija al retornar al país en 1986 y la amplitud alcanzada por el movimiento por la restauración de la democracia. La pujanza de los anhelos democráticos, así como la agudeza de los conflictos intercomunales en ciertas zonas del país, ha dado lugar a que en diversas ocasiones se produzcan amplias movilizaciones de masas en demanda de libertad que han sido duramente reprimidas. Las promesas de democratización del general Zia se han truncado siempre sin abrir el camino hacia un sistema de supremacía del poder civil. Esos vaivenes han acumulado en amplios sectores una creciente indignación, matizada en no pocos casos de impotencia y pasividad.

En el plano exterior, Pakistán tiene en la actualidad una situación sumamente conflictiva con la URSS y con el Gobierno afgano de Kabul. Moscú ha acusado reiteradamente a Zia de suministrar armas a los grupos fundamentalistas de la resistencia afgana, violando así los acuerdos de Ginebra. Es probable que esa actitud de Pakistán cause disgusto en otras capitales, y no sólo en Moscú. A pesar de la alianza entre Pakistán y EE UU, no parece que éste, ni ningún país occidental, tenga interés en que se instale en Kabul un nuevo régimen islámico fundamentalista. Entre esa solución y la del actual Gobierno comunista hay fórmulas intermedias que la ONU se esforzó en promover en el momento de la firma de los acuerdos de Ginebra. El apoyo de Zia al fundamentalismo fue entonces, y ha seguido siendo, un obstáculo para una solución sensata.

Por las condiciones mismas de su nacimiento, mediante una emigración masiva y una ruptura turbulenta de las masas musulmanas con la India, Pakistán siempre ha tenido con este país relaciones antagónicas. A principios de 1987 hubo momentos en que las amenazas llegaron a un punto álgido. En realidad, el Gobierno de Nueva Delhi nunca ha dejado de considerar que Pakistán, de manera más o menos directa, ayuda a los movimientos separatistas de los sijs, marcados por numerosas acciones violentas y terroristas.

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Pakistán es un gran país de 100 millones de habitantes, con un ejército fuerte, probable poseedor de la bomba atómica, situado en medio de una zona de tormentas y confrontaciones internacionales. La muerte de su jefe de Estado en un accidente como el que ha costado la vida del general Zia no puede dejar de suscitar preguntas. ¿Quién será su sustituto?, ¿seguirá el Ejército controlando la vida política o surgirán dirigentes con la suficiente inteligencia como para comprender que la hora de una normalidad democrática no se puede posponer indefinidamente? Lo que, desde luego, a todos interesa es que de la tragedia de Bahawalpur no dimanen obstáculos para el proceso de distensión que se observa en el mundo.

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