RELIGIÓN

La carta del Papa a Ratzinger intenta evitar el cisma del arzobispo Lefebvre

El Vaticano no ha querido dar explicaciones ni hacer comentarios sobre la inesperada carta enviada el viernes por el Papa al prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo), el cardenal alemán Joseph Ratzinger, sobre el espinoso caso Lefevre, el arzobispo rebelde, que ha anunciado que el 30 de junio próximo consagrará tres nuevos obispos, lo que supondría crear un nuevo cisma en la Iglesia, que el Papa quiere evitar.

La institución Fraternidad de San Pío X, fundada por el anciano Lefebvre, que ha cumplido 83 años, cuenta con 187 sacerdotes, 360 seminaristas, 100 religio...

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El Vaticano no ha querido dar explicaciones ni hacer comentarios sobre la inesperada carta enviada el viernes por el Papa al prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo), el cardenal alemán Joseph Ratzinger, sobre el espinoso caso Lefevre, el arzobispo rebelde, que ha anunciado que el 30 de junio próximo consagrará tres nuevos obispos, lo que supondría crear un nuevo cisma en la Iglesia, que el Papa quiere evitar.

La institución Fraternidad de San Pío X, fundada por el anciano Lefebvre, que ha cumplido 83 años, cuenta con 187 sacerdotes, 360 seminaristas, 100 religiosos, cuatro seminarios y 70 casas en todo el mundo, además de varios mecenas que ayudan a la obra.La carta de Juan Pablo II parece dirigida a diversos interlocutores no especificados. El primero, naturalmente, es el mismo Lefebvre, a quien le dice tres cosas fundamentales: primero, que Roma no tiene intención ninguna de romper el diálogo con él; segundo, que quiere dar al caso tal importancia que el mismo Papa ha tomado la iniciativa sin precedentes de escribir de puño y letra al gran inquisidor doctrinal, el prefecto de la Congregación para la Fe, pidiéndole que siga teniendo paciencia. Pero en tercer lugar le marca, esta vez de forma pública y oficial, cuáles son los límites de la posible negaciación final: la aceptación del Concilio Vaticano II.

Otro de los interlocutores parece ser el episcopado francés y todos aquellos obispos que no ven con buenos ojos que mientras a la parte progresista de la Iglesia no se le hacen concesiones para una vuelta a la plena comunión con Roma, a Lefebvre ni se le pide que abjure de sus feroces ataques al Concilio Vaticano II. A aquéllos les recuerda su obligación de mantener la '"unidad" de la Iglesia como el don más importante y que deben ayudarle a evitar un nuevo cisma en vísperas del tercer milenio de la Iglesia, en el cual el primer Papa eslavo querría llegar a resolver el cisma de los protestantes.

Pero al mismo tiempo el Papa se dirige conjuntamente a los dos grupos de presión de la Iglesia actuales, llamados "progresistas" y "tradicionalistas", colocándose como media dor entre ambos. Y afirma así que se equivocan tanto quienes desearían dar una interpretación del Concilio que prescinda de la antigua tradición de la Iglesia mirando sólo a la "novedad" del Concilio, y quienes, al revés, intentan interpretar el Concilio como reafirmación delpasado.

Juan Pablo II descubre con su carta el fracaso de la misión del cardenal canadiense Edouard Gagnon, a quien envió como visitador apostólico de la obra de Lefebvre.

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