Tribuna:

Silencio

El silencio es hoy un género literario. Lo moderno consiste en usar un tono pastel en todo: ser mediocre en política, discreto en las pasiones, suave a la hora de matar a alguien, obediente con los superiores, risueño ante la adversidad. No se lleva crear problemas. Se trata de transformar la humillación en una estética. La generación que ahora se halla instalada en el poder no hizo sino patalear, proclamar sus derechos, vociferar toda clase de denuncias desde el patio de la oposición mientras duró su ascensión a la cumbre de las moquetas. Tuvo suerte. La ira estaba entonces de moda. Había que...

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El silencio es hoy un género literario. Lo moderno consiste en usar un tono pastel en todo: ser mediocre en política, discreto en las pasiones, suave a la hora de matar a alguien, obediente con los superiores, risueño ante la adversidad. No se lleva crear problemas. Se trata de transformar la humillación en una estética. La generación que ahora se halla instalada en el poder no hizo sino patalear, proclamar sus derechos, vociferar toda clase de denuncias desde el patio de la oposición mientras duró su ascensión a la cumbre de las moquetas. Tuvo suerte. La ira estaba entonces de moda. Había que exhibir camisa de felpa a cuadros en el escaño del Congreso, cantar calamidades con la garganta bronca en los conciertos, predicar las postrimerías económicas en los mítines, lanzar soflamas contra la injusticia con un chorizo en la boca. Los ayudamos a triunfar, los votamos, los dejamos sentados en las poltronas, y de pronto el sonido de la jauría cesó. En este momento sólo se oye el murmullo de aquellas abejas tan rebeldes libando decretos en los despachos más altos. El silencio es de miel. Las mordazas son de seda.Se dice que ahora la gente no habla por miedo a perder el cargo, el empleo o la ración de pienso. Sin duda eso es cierto, pero existe una causa más profunda e indigna de este silencio. La gente calla porque no quiere hacer el ridículo. Si protestas, ellos sonríen; si los desafias, te ignoran; si los aclamas, lo aceptan. Y lo que es más cruel: si les pides disculpas, te perdonan con suma amabilidad.

Así está dictaminado: no se lleva epatar, ni tener aristas, ni exigir nada, ni ser feo, ni oler mal. Todo debe ser dulce y ambiguo por fuera. Todo es férreo e inmisericorde por dentro. Los intelectuales aman a los misiles, toman una croqueta y corren. Los políticos son mediocres, los escritores otanistas se hacen la manicura. El silencio es el género literario más exquisito. Las cosas que no se dicen, las que no se escriben, constituyen un texto sagrado.

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