Cartas al director

Cedan el paso

Esta carta va dirigida a seudointelectuales, churripeteros, filósofos de salón, hombres de flequillo largo y demás especímenes que adornan las pantallas de los televisores. Todos ellos se rodean de una libertad absurda, de un sentimiento utópico de vanguardismo y de una pasada de diseño por su cara exterior. Estoy seguro que cuando eran jóvenes y ha cían algo útil, no pensaban, precisamente, en aliarse con los de su calaña y formar, todos juntos, un representativo grupo. Se les puede ver en cualquier sitio; como he dicho antes, en televisión aparecen demasiado.

También en los bulevares...

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Esta carta va dirigida a seudointelectuales, churripeteros, filósofos de salón, hombres de flequillo largo y demás especímenes que adornan las pantallas de los televisores. Todos ellos se rodean de una libertad absurda, de un sentimiento utópico de vanguardismo y de una pasada de diseño por su cara exterior. Estoy seguro que cuando eran jóvenes y ha cían algo útil, no pensaban, precisamente, en aliarse con los de su calaña y formar, todos juntos, un representativo grupo. Se les puede ver en cualquier sitio; como he dicho antes, en televisión aparecen demasiado.

También en los bulevares, sentados, con unas gafas de sol, con este diario entre las manos y dejando el claro justo entre los dedos para que se vean las dos palabras que presentan estas páginas y que, al mismo tiempo, son la garantía de lo que vamos a leer.

Conste que no deseo criticar al periódico (ni mucho menos), sino a los que lo desfenestran, a los que lo toman como bandera insólita de unos deseos y unas acciones que nunca tendrán nada que ver con un medio de información, pues estos deseos no son dignos de crearse en la sociedad, al igual que la vida de los internados en un psiquiátrico no suele ocupar primeras páginas, a menos que sea para mencionar que algunos de ellos son capaces de imitarnos. Los otros, los cuerdos de no atar a los que dedico esta carta, hablan de política, de sociedad, cuando no sienten ni la una ni la otra. Los más atrevidos ensucian la literatura con sus palabras, opinan sobre las auténticas frases de jóvenes escritores que, contrariamente a ellos, prefieren expresarse a recoger un premio en corbatín y zapatos. Algunos son verdaderamente ridículos con esas camisas rosa, pajaritas a lunares y gafas que reivindican su lejana juventud. ¿Por qué se empeñan en representar algo que ellos no han hecho, algo que ellos no han par¡do? Sólo saben quejarse del embarazo nacional cuando terminan ansiosos un discurso, para luego reunirse con sus amigos a ver el fütbol y comer cacahuetes y beber cócteles; en definitiva, regocijarse en esa nata montada que ellos mismos han batido con bastante mala leche. No hacen más que manifestarnos su europeísmo, enseñarnos discretos rincones de sus casas, quejarse de todo, pero no hacer nada. ¡Moveos! Los intelectuales mueven países, pero vo~ sotros parece que sólo sabéis mover... ¡ni eso! , Esta carta, repito, la dedico a toda esa veterana gente del montón que, entre titulillos y manipuleos, nos llevan de cabeza; a esos robles viejos que, con la edad, se han ido combando, perdiendo interior. Ahora son huecos, no servirían para hacer el más modesto báculo. Reconozco que, de jóvenes, hicieron algo, pero ahora se devalúan cpmo la peor de las monedifias orientales. Yo invito a todos a recapacitar sobre el singular fenómeno histórico que están piotagonizando las calenturientas mentes de nuestro país. No comprenden que ya es hora de pasar el relevo a los jóvenes. No es culpa nuestra que los años pasados fueran culpables de que no consiguieran lo que querían, así como no tenemos por qué aguantar que ahora, a destiempo y saltándose la cola, quieran hacerlo. Os formasteis bajo miradas de sotana y quisisteis evadirlas ' pero la infancia os puede. En el fondo, aunque os ganéis la vida diciendo lo contrario, sois unos patriotas, unos amantes del cocido y la buena vida, unos devaluados que, atrás, amasteis al seiscientos. ¡Dejadnos pasar, por favor! ¡No seáis niños!- Armando García López.

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