Tribuna:

Feliz año

Sin duda, el 13 de marzo de 1978 fue un gran día en la prisión de Carabanchel. En medio de la consabida basura, el anarquista Agustín Rueda murió oficialmente apaleado y otros reclusos también experimentaron el sabor de la justicia mediante algunas preguntas que por fortuna para ellos no resultaron mortales. Mientras se celebraba este fregado en la jefatura de servicios, según un testigo, se presentó allí el capellán Torquemada, enviado de Dios. Abrió la puerta. Vio los golpes que impartían los verdugos con chapa a unos pobres rebeldes y no quiso aguar la fiesta. Saludó brevemente y en seguida...

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Sin duda, el 13 de marzo de 1978 fue un gran día en la prisión de Carabanchel. En medio de la consabida basura, el anarquista Agustín Rueda murió oficialmente apaleado y otros reclusos también experimentaron el sabor de la justicia mediante algunas preguntas que por fortuna para ellos no resultaron mortales. Mientras se celebraba este fregado en la jefatura de servicios, según un testigo, se presentó allí el capellán Torquemada, enviado de Dios. Abrió la puerta. Vio los golpes que impartían los verdugos con chapa a unos pobres rebeldes y no quiso aguar la fiesta. Saludó brevemente y en seguida se despidió por lo bajo: "Perdonen, no sabía que estaban ustedes ocupados". Después el señor Torquemada tal vez pidió a cualquier funcionario de la cárcel un cubo de agua clara y se lavó las manos. El agua no quedó teñida de sangre. Los descendientes de Pilatos suelen ser unos mariconazos muy limpios, los cobardes hoy llevan el alzacuello con almidón.Quisiera imaginar la labor espiritual que realizó el capellán Torquemada en Carabanchel esa mañana. Probablemente el 13 de marzo de 1978- este enviado celestial entró en aquel estercolero en plan campechano esparciendo sonrisas de medio kilo entre los internos. Ejecutó una misa fulminante y luego tomó el aperitivo con el director. Dio algunas palmadas cariñosas en la espalda a un asesino, a un celador, a un cocinero, a un atracador. Contó un par de chistes malos a unos desgraciados junto a unos barrotes de hierro y finalmente preguntó por la paga al encargado de la contaduría. Todo habría ido bien si ese día el anarquista Rueda no se hubiera empeñado en llevar la contraria. La visión del linchamiento le percutió un poco la conciencia a Torquemada pero a la hora de comer él se ofreció a sí mismo la gran panzada de siempre. Dios en el cielo y la mierda en la tierra. La cloaca de nuestras cárceles atraviesa ya 10 años de democracia y ahora acaba de salir a flote en el juicio aquella basura donde chapotean todavía relamidos hipócritas. Feliz año nuevo. Hagan ustedes lo posible para no reventar de asco.

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