Tribuna:

Biopsia

Tenía un tumor auténtico, aunque ella ignoraba todavía si era maligno. El doctor le había extraído una pequeña muestra del seno izquierdo con el fin de realizar una biopsia. Aquel seno femenino había sido adorado por diversos amantes que lo escalaron con los labios para depositar en la cumbre palabras de amor. Esta mujer de 37 años parecía muy valerosa y durante la espera del veredicto, que podía ser mortal, se comportó con un exquisito desprecio por la vida. Estaba citada con el analista el viernes a las ocho de la tarde. Ése era el instante supremo y se preparó a conciencia. Se depiló las pi...

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Tenía un tumor auténtico, aunque ella ignoraba todavía si era maligno. El doctor le había extraído una pequeña muestra del seno izquierdo con el fin de realizar una biopsia. Aquel seno femenino había sido adorado por diversos amantes que lo escalaron con los labios para depositar en la cumbre palabras de amor. Esta mujer de 37 años parecía muy valerosa y durante la espera del veredicto, que podía ser mortal, se comportó con un exquisito desprecio por la vida. Estaba citada con el analista el viernes a las ocho de la tarde. Ése era el instante supremo y se preparó a conciencia. Se depiló las piernas, se hizo una limpieza de cutis, pasó por distintos masajes, tomó ensaladas de zanahoria y mientras ejecutaba estos ritos de belleza no dejó de pensar en su seno dañado y en los hombres que lo amaron. Un adolescente lo había explorado por primera vez en un coche aparcado, varios novios besaron su botón de nácar, un marido idiota lo había zarandeado, su zumo amamantó a cuatro hijos, algunos enamorados adúlteros habían llorado al pie de aquella colina de oscura nieve.Pero la cuenta atrás había comenzado. Al regresar de la peluquería, esta mujer se hallaba ahora frente al espejo del tocador acicalándose como para asistir a una fiesta maravillosa. Se puso unas pestañas azules, se maquilló la cara con un tono de malva, se adornó con todas las joyas e incluso se coronó con una diadema de esmeraldas, y luego eligió prendas íntimas muy eróticas y ese traje blanco de seda y unos zapatos de charol con tacón de aguja, y así acudió al hospital donde el análisis la esperaba en un sobre cerrado. Por pasillos repletos de camillas caminó con toda elegancia para recibir el diagnóstico. Lo adivinó en la sonrisa helada del médico. Aquel objeto de amor debía ser rebanado hasta la raíz. Vestida de gala, la mujer abandonó el hospital, salió a la calle, arrojó el informe a una papelera y se fue a una discoteca a bailar. Parecía radiante, si bien sólo lloró en la oscuridad cuando comenzó a sonar la canción Yesterday.

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