Tribuna:

El coste del 'crack'

Los mercados financieros mundiales están todavía muy inestables para determinar el coste económico real del crack. Pero ya es posible estimar el darlo político.La primera y más obvia baja ha sido la confianza en el sistema económico norteamericano, tanto dentro como fuera de Estados Unidos. Tendrán que pasar muchos años antes de que los inversores recuperen la fe en el mercado, después de haber visto que sus acciones pueden perder casi la cuarta parte de su valor en un día.

Es improbable que la pérdida de confianza sea tan seria como la del gran crack de 1929, fundamentalm...

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Los mercados financieros mundiales están todavía muy inestables para determinar el coste económico real del crack. Pero ya es posible estimar el darlo político.La primera y más obvia baja ha sido la confianza en el sistema económico norteamericano, tanto dentro como fuera de Estados Unidos. Tendrán que pasar muchos años antes de que los inversores recuperen la fe en el mercado, después de haber visto que sus acciones pueden perder casi la cuarta parte de su valor en un día.

Es improbable que la pérdida de confianza sea tan seria como la del gran crack de 1929, fundamentalmente porque el Gobierno norteamericano y el FED (el equivalente al Banco de España) serán forzados a ser más responsables de la economía.

Pero la Administración de Reagan será responsabilizada, con justicia, de la mayor parte del daño: no hizo frente a los peligros del déficit comercial y del déficit presupuestario y estimuló una falsa euforia que no podía sostenerse.

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Durante mi estancia, el pasado mes de agosto, en Estados Unidos, cuando los valores de la bolsa estaban dando su último gran salto, no encontré economista o experto financiero que no estuviera preocupado por la irrealidad del mercado. Flero Washington no hizo nada para rebajar el entusiamo público y ninguno de los candidatos demócratas se atrevió a decir la verdad: que el déficit presupuestario sólo puede ser reducido mediante el incremento de los impuestos.

El crack de Wall Street seguramente traerá algo de realismo a la política norteamericana, y los demócratas críticos de Reagan estarán en condiciones de hablar con más convicción sobre los costes de la política presidencial durante la campaña electoral del año próximo.

Pero esto no resolverá rápidamente los problemas subyacentes: que los norteamericanos han acumulado una gran deuda que no están dispuestos a pagar; que han prestado con exceso a países latinoamericanos peligrosamente expuestos, y que no pueden exportar lo necesario, incluso con un dólar bajo, para pagar sus importaciones.

Además, Wall Street se ha mostrado más histérico que cualquier otra bolsa, con excepción, quizá, de Australia y Hong Kong (que se vio tan sorprendida que hasta cerró). Parece claro ahora que el mercado de futuros y el uso de sistemas computadorizados para la venta de acciones contribuyeron a incrementar la velocidad y la escala de las pérdidas.

El mercado de Tokio, íntimamente interrelacionado con Wall Street, sigue siendo profundamente vulnerable después de mostrar enormes incrementos en los últimos meses, con demasiado dinero para demasiado pocas acciones. Mientras Nueva York duerme, Tokio despierta a otro día de frenéticas operaciones, que se añaden a la histeria. Pero las capitales europeas no pueden sentir ningún alivio por su relativa calma porque las economías mundiales están mucho más estrechamente relacionadas de lo que estaban en 1929 y porque si los norte americanos suspenden radicalmente sus importaciones provocarán una recesión mundial.

Todos los mercados financieros se han alejado en exceso de las realidades económicas e industriales. La rápida integración de las negociaciones globales a lo largo de los últimos años ha sido alcanzada por banqueros y operadores financieros mucho más que por inversores industriales a largo plazo o por Gobiernos.

La Bolsa de Londres se considera a sí misma más segura que las de Nueva York o Tokio, porque la economía británica está relativamente mejor. Pero Londres, con mucho el mayor centro financiero de Europa, es también más vulnerable que otras capitales europeas porque se ha convertido en un extraordinario campo para la especulación y la negociación, con un rápido incremento del desarrollo de la propiedad y del valor del terreno, con escasa correspondencia en el incremento de la actividad industrial.

El Gobierno británico ha estado en primera línea de los movimientos para privatizar las industrias nacionalizadas, que ha seguido la mayoría de los Gobiernos europeos. La venta de aeropuertos, gas y telecomunicaciones ha ayudado a mantener bajos los impuestos, a estimular la bolsa y a desarrollar el capitalismo popular. Pero, con toda seguridad, en la medida en que los inversores ven caer sus acciones, habrá amargas reacciones.

No hay nada nuevo en cuanto a la distancia entre operaciones financieras e inversiones serias en la industria. La especulación financiera en Europa y Estados Unidos hace un siglo, promovida por el ferrocarril, los barcos de vapor y el telégrafo, adelantó también el avance del desarrollo industrial y llevó después a los cracks y crisis de los años noventa del siglo pasado.

En los últimos años., los financieros occidentales, cabalgando sobre una nueva ola de ordenadores, pantallas de vídeo y electrónica, han experimentado otro avance sin precedentes hacia la actividad global, al tiempo que políticos, industriales y el público se han quedado atrás en su comprensión y en el establecimiento de controles efectivos.

Tras el crack de 1987, los líderes políticos occidentales se verán forzados a concentrar sus mentes en establecer la conexión de las fantasías financieras con las realidades económicas. Tendrán que ser más honrados sobre los límites de la aparente prosperidad y poner mucho más énfasis en la industria a largo plazo frente a las finanzas a corto.

Sobre todo tendrán que trabajar con rapidez para lograr políticas económicas unificadas, con Washington y Tokio trabajando junto con Europa, que es lo único que puede impedir que el crack se convierta en una recesión.

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