Era de esperar

Las vísperas de la inauguración presagiaban algo así. Ladrillos, carteles y montones de arena por el suelo, entre los que transitaban afanosos los obreros en una heroica carrera contra el reloj. Al final todo estuvo listo, aunque un severo olor a barniz y a pintura denunciaba lo ocurrido.Pero la ceremonia se resintió. Tres discursos insustanciales, gente que no sabía si irse del escenario o quedarse, chicas con abanicos que los jugadores no sabían abrir. Mucho excelentísimo y pocas, o ninguna, palabra de ajedrez, de presentación de los deportistas y del acontecimiento. Incluso iluminaci...

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Las vísperas de la inauguración presagiaban algo así. Ladrillos, carteles y montones de arena por el suelo, entre los que transitaban afanosos los obreros en una heroica carrera contra el reloj. Al final todo estuvo listo, aunque un severo olor a barniz y a pintura denunciaba lo ocurrido.Pero la ceremonia se resintió. Tres discursos insustanciales, gente que no sabía si irse del escenario o quedarse, chicas con abanicos que los jugadores no sabían abrir. Mucho excelentísimo y pocas, o ninguna, palabra de ajedrez, de presentación de los deportistas y del acontecimiento. Incluso iluminación no válida para TVE, a cuya medida se decidió la hora.

Organizar un gran acontecimiento deportivo sirve para vender imagen, y la que hasta ahora han vendido España y Sevilla es la de la imprevisión, el descuido, la improvisación y la chapuza. Quedan por delante muchos días para que la palabra Sevilla circule por todo el mundo, ligada a este choque en la cumbre del deporte, y eso es bueno. Pero el pinchazo de ayer es un daño absurdo e innecesario.

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