Tribuna:

Cada loco con su tema

Que el carácter individual o las circunstancias personales de un autor ayuden a entender su obra, no me parece dudoso. Y tampoco que la obra misma ofrezca datos o indicios acerca de las circunstancias personales o el individual carácter de quien la escribió, datos e indicios que vendrían quizá a confirmar los procedentes de fuentes externas. Incluso existen obras de autor anónimo y por completo desconocido, de quien sólo sabemos aquello que el texto nos ofrece, con lo cual el retrato imaginario que tal vez nos tracemos del escritor en cuestión no pasará de ser una mera conjetura destinada a so...

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Que el carácter individual o las circunstancias personales de un autor ayuden a entender su obra, no me parece dudoso. Y tampoco que la obra misma ofrezca datos o indicios acerca de las circunstancias personales o el individual carácter de quien la escribió, datos e indicios que vendrían quizá a confirmar los procedentes de fuentes externas. Incluso existen obras de autor anónimo y por completo desconocido, de quien sólo sabemos aquello que el texto nos ofrece, con lo cual el retrato imaginario que tal vez nos tracemos del escritor en cuestión no pasará de ser una mera conjetura destinada a sostener nuestra interpretación de su obra. Es lo que, para citar un ejemplo muy notorio, ocurre con el Lazarillo de Tormes.

Ahora bien, si la biografía de un escritor ayuda a comprender el sentido y alcance de sus escritos, los servicios que al efecto nos presta son, cuando se usa de ellos con discreción, bastante limitados, y peligrosos, si esa discreción no concurre, pues existe el riesgo, a que muchos comentaristas sucumben, de utilizar la obra como ilustración de una biografía que, por lo demás, carecería muy probablemente de toda relevancia histórica; es decir, de empeñarse en una tarea fútil que induce a confusión en cuanto a los conceptos literarios.

Éstas por lo demás triviales apreciaciones me fueron sugeridas días atrás por la lectura de un artículo de Miguel García-Posada donde este joven crítico se refería muy agudamente a cierto ensayo biográfico que, bajo el título de Ascoltare Cervantes, ha publicado en Roma la hispanista italiana Rosa Rossi. Desde luego, pienso yo que en las obras de creación poética -y más cuanto más originales- se deja oír la voz inconfundible de quien las ha redactado, un ser humano único que así nos revela, acaso sin querer, mucho de su intimidad, invitándonos a compartirla. Lo que esa Rosa Rossi creyó escuchar en las palabras de Cervantes fue una doble confesión: la de que era descendiente de judíos conversos y la de que era homosexual, condiciones ambas que, en su conjunción, determinaban su actitud frente al mundo.

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Al leer esto, no sólo se me representaron en seguida las conocidas especulaciones de Américo Castro acerca de las peculiaridades de los cristianos nuevos en la sociedad española del Siglo de Oro, sino que me acordé también de una anécdota ya añeja. Eran los primeros años de la década de los sesenta, cuando yo ejercía de profesor de literatura en la universidad de Chicago, y cierto día acudió a mi despacho, muy excitada, una estudiante de mi curso sobre el Quijote para comunicarme: un descubrimiento sensacional que acababa de hacer durante su estudio de la obra; un descubrimiento que sin duda le daría materia para un trabajo de clase, primero, y luego para su tesis doctoral. "¿Y qué es lo que has descubierto, criatura?", le pregunté, un tanto escéptico, -Pues no creía demasiado en sus capacidades. Con los ojos brillantes de entusiasmo, me respondió ella: "He descubierto que Cervantes era maricón". "¡Caramba, qué interesante! ¿Y cómo lo has sabido?". Entonces me mostró la buena muchacha una especie de acrósticos que había compuesto a base de frases y palabras o medias palabras sacadas del texto que, según se leían, contenían en efecto tal confesión hecha por el escritor, a través de los siglos, a una posteridad menos intolerante para las desviaciones sexuales. "¿Qué debo hacer?", me preguntó ansiosamente. Y yo le aconsejé que le guardase el secreto a nuestro Píncipe de los Ingenios. Por suerte, siguió mi consejo.

Ahora, un cuarto de siglo más tarde, el secreto de Cervantes ha salido por fin a la luz pública gracias a las prolijas elucubracíones de la estudiosa italiana, cuyo ensayo biográfico ha tenido la amabilidad García-Posada de darme a conocer. Después de haberlo leído, me hago la misma pregunta que estaba implícita en el comentario de este avisado crítico: ¿Qué tanto importa para la adecuada comprensión y valoración de su obra que el autor del Quijote, o el de las Soledades, o cualquier otro escritor, incurriera o no en veleidades homosexuales, o que en su árbol genealógico anidaran o no antepasados judíos? Son datos éstos, cuando se encuentran confirmados, a tener en cuenta y sopesar cuidadosamente dentro del conjunto de su respectiva personalidad literaria, para tratar de establecer alguna modulación que ellos pudieran haber impreso a su obra de imaginación poética; pero pretender sacar de ellos consecuencias mayores, influencias determinantes, es pura quimera. Suponiendo, como se supone, que Cervantes descendiera de cristianos nuevos, bastaría comparar su fisonomía y talante espiritual con los de otro escritor de su misma edad), posición social., Mateo Alemán, de quien se sabe con certidumbre que era, en efecto, descendiente de conversos, autor como él de una novela de alta calidad y enorme éxito, para persuadirse de que dicha condición afectaba a uno y otro escritor de modo y en medida muy diferentes. Y en cuanto a la alegada homosexualidad, es condición tan hábil y -como la sexualidad en general- presenta tantas variantes que apenas si ofrece base para inducciones firmes acerca de la manera como contribuye a plasmar la entidad psíquica de un particular sujeto.

Una vez comprobada de forma fehaciente su realidad en el caso concreto, se necesitaría todavía. extrema precaución y sumo tino para aquilatar sus posibles efectos sobre la obra de arte literaria. ¿Por qué, entonces, el denodado empeño de esa señora Rossi en afirmar y sostener a ultranza la incomprobada, quizá incomprobable, y más probablemente ilusoria homosexualidad que atribuye a Cervantes? Su alegato -pues de un apasionado alegato se trata- busca con afanes de leguleyo cuanto le parece que pudiera favorecer su tesis, y lo organiza en argumentos siempre muy discutibles, deleznables y ridículos muchas veces, y algunas, capaces de volverse en seguida en contra suya.

Pero... allá cada cual con sus disparates. En algo hay que pasar el tiempo.

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