Editorial:

Fuego en la ciudad

EN MENOS de 48 horas ardieron el pasado fin de semana el edificio de unos grandes almacenes en Madrid y un asilo de ancianos en la localidad barcelonesa de Mataró. Diez bomberos sepultados por los escombros verosímilmente pueden haber muerto. En ambos casos concurren circunstancias graves de supuesta imprevisión.

En el asilo de Mataró, por ejemplo, habitaban 88 asilados más de los 30 permitidos. El siniestro acabó con la vida de uno de los residentes, y ocasionó numerosos heridos, según la versión de los bomberos, por la acumulación de camas, muebles y efectos precisos para albergar al ...

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EN MENOS de 48 horas ardieron el pasado fin de semana el edificio de unos grandes almacenes en Madrid y un asilo de ancianos en la localidad barcelonesa de Mataró. Diez bomberos sepultados por los escombros verosímilmente pueden haber muerto. En ambos casos concurren circunstancias graves de supuesta imprevisión.

En el asilo de Mataró, por ejemplo, habitaban 88 asilados más de los 30 permitidos. El siniestro acabó con la vida de uno de los residentes, y ocasionó numerosos heridos, según la versión de los bomberos, por la acumulación de camas, muebles y efectos precisos para albergar al exceso de hospedados en el centro residencial. Esa acumulación -según las primeras informaciones disponibles, derivada del hacinamiento humano- fue la que hizo imposible un salvamento en condiciones adecuadas.

Pero aún es más grave el caso de los Almacenes Arias de Madrid. Para empezar, ya sufrieron un siniestro similar en 1964. En la catástrofe del viernes por la tarde existe casi la evidencia de que los bomberos perdieron minutos vitales para sofocar el incendio primitivo, que posteriormente se prolongó a un edificio contiguo, cuyo derrumbe provocó el desastre final.

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Y los bomberos perdieron esos minutos porque el área donde está ubicada la fachada posterior, en la plaza del Carmen, es una zona peatonal cuya disposición impidió el fácil acceso de las cisternas que acudieron para sofocar el incendio. A la lentitud con que se tuvo que llevar a cabo la labor de extinción hay que sumar el exceso de optimismo del equipo que acudió a acabar con el siniestro. Sobre las diez de la noche consideró controlado el fuego, para hallarse, sobre las 2.30 de ayer, con la sorpresa irremediable de que los focos se reavivaban y causaban el derrumbe de un antiguo edificio que Almacenes Arias usaba como lugar de almacenamiento de toda clase de géneros.

Ese edificio, de estructura de madera y con un patio interior que funcionó como tiro del fuego, según los primeros datos, al incendiarse calentó las vigas de hierro del establecimiento comercial, lo que no sólo provocó su derrumbamiento, sino que ardió como yesca cuando se desplomaron las plantas de ese edificio por efecto de la corriente de aire.

Ayer por la tarde aún el Ayuntamiento madrileño buscaba en sus archivos si el almacén contiguo tenía o no la autorización preceptiva para el uso que se estaba haciendo de él. Cualquiera que sea el resultado de esta investigación, es notorio que las circunstancias que concurrieron en el incendio convirtieron la calle de la Montera madrileña en un símbolo de la inseguridad que viven hoy muchas de las ciudades españolas, cuyos parques de bomberos se hallan infradotados para ocuparse de grandes siniestros -en 18 provincias sólo hay servicio en las capitales-, y cuyos edificios, por vejez o por simple incumplimiento de las normas contra incendios, son verdaderas llamas apagadas.

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