Tribuna:LECTURAS DE VERANO

Gilipollas o gilipoyas

Resulta que pasa el tiempo más rápido que antes o lo parece, porque ya está pasado y tienes dentro un sinsabor que no te deja mirar, ni sorber, ni entender.Y eso que no hay queja. Las cosas van marchando, el coche (eso a cualquiera, de acuerdo), el trabajo (esto ya no tanto)... Pero sigamos, las cosas marchan. Lo del pasado fue poca cosa. Es ahora. La cabeza no está en su sitio, la diana del pensamiento se mueve, constantemente, y no se acierta a explicar nada.

Dejemos esto o... el pensamiento se escapa por el tobogán y nada queda para contar. El vacío se va haciendo en el interior. ¿Se...

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Resulta que pasa el tiempo más rápido que antes o lo parece, porque ya está pasado y tienes dentro un sinsabor que no te deja mirar, ni sorber, ni entender.Y eso que no hay queja. Las cosas van marchando, el coche (eso a cualquiera, de acuerdo), el trabajo (esto ya no tanto)... Pero sigamos, las cosas marchan. Lo del pasado fue poca cosa. Es ahora. La cabeza no está en su sitio, la diana del pensamiento se mueve, constantemente, y no se acierta a explicar nada.

Dejemos esto o... el pensamiento se escapa por el tobogán y nada queda para contar. El vacío se va haciendo en el interior. ¿Será la edad, el exceso de autocrítica, el deseo de la nada, un telón interior e intencionado que quita las ganas de todo, o la madre que te parió?

La vida, sí, va. Continúa. No hay por qué quejarse. la salud aceptable; las preocupaciones, normales; la familia, bien. No hay, entonces, circunstancias concretas que pudiesen ser, por sí mismas, causa de malvivir.

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Tiene un ojo tapado con una tela ovalada y acolchada y una cinta elástica que le sujeta el tapaojo por detrás de la cabeza; todo el artilugio negro y limpio (tendrá otro de quita y pon, como los calzoncillos). Recuerda al judío del ojo tapado. Y no se sabe qué pintaba en el asunto, pero anda siempre por en medio, y es simpático y llama por teléfono.

Ahora se acaban de comprar un piso, a plazos, ¡toma!, ¿cómo va a ser? Y parece que estas cosas reconfortan. Dan la impresión de que las cosas funcionan. La pequeña vanidad. La búsqueda de unos cuelgatoallas que entonen con los baldosines del baño. Esas cosas corrientes que no amargan, que amargar no amargan, pero amargan.

Unas ventanas dan a Naciente, otras a Poniente. Pero por lo s cristales de las ventanas de los ojos no se distingue nada. Hay luz, y blancos, y oscuros, colores, pero no hay olores; por los ojos nada se huele. Para oler, la embarazada, que todo lo huele, porque el feto ya quiere oler, aprender a oler, y huele para indagar, averiguar, saber qué le traerá el mundo cuando todavía las leyes podrían llegar a deshacerse de él.

Detrás, en la pared, está el gráfico con la marcha del negocio, el dinero que hay en caja, los datos de la tensión de cada uno, la estatura expresada en centímetros (por ejemplo, 177 centímetros, y no un metro setenta y siete), una lista de alimentos para tener lo que llaman, estúpidamente, una dieta equilibrada, para adelgazar comiendo, o, al contrario, para engordar no comiendo, que las mismas tonterías dictan unos para engordar sus bolsillos o las aceptan otros para rellenar los huecos del ocio. Este invento que se inventó el hombre para sufrir en lugar de pasar las horas de aburrimiento aburriéndose. En la pared hay muchas más cosas: dos cuadros y una jaula sin pájaro, pero con varilla de medir el aceite del cárter del coche, y un recordatorio para hacer un recado así que empiece el próximo año.

PARIENTES

Después, toda la retahíla de parientes muertos, en buena hora, sobre todo para ellos, que son la luz que alumbra nuestros pasos en el camino hacia la luz definitiva. La locomotora se acerca en la noche, de frente, hacia nosotros, con el potente farol frontero relumbrándolo todo. Es el destino importante que nos acaban de conceder o que le acaban de conceder a alguien que con pitos y flautas le supone un 30% de subida en el sueldo, quizá algo menos. Nos frotamos las manos. Comeremos más y mejor y dormiremos menos y peor por las malas digestiones y preocupados por dónde guardar las riquezas acumuladas, oro, joyas, billetes de curso legal y tarjetas de crédito, para entrar y salir en todos los países y acceder, hasta en el Extremo Oriente, a un festival de informática.

Andaba dolido con la vida porque no le daba más que problemas. En todos los frentes, se mirase en dónde se mirase. Una cortinilla de sufrimiento inundaba los ojos en forma de humores. No eran lloros, ni llantinas; era, acaso, una rabia sin medida por no poder acercar el futuro hasta ahí mismo, a cada instante, lleno siempre de esperanza, de bellos colores, etcétera. Era siempre igual conforme se acercaba, o lo parecía, o se alejaba. Era una distancia constantemente igual, qué cosas.

Los días pasaban con pena. Malvados días olvidados, pero no suficientemente. Terribles esperas al porvenir. Ese futuro distante, ya comentado y odiado por deseado.

NADIE ES PERFECTO

Ahora hay otro trajín. Es distinto. Se va vaciando el saco. Tenía un agujero. Nadie es perfecto. Las semanas pasan volando, y ello no es malo ni es bueno; es necesario para ir echando canas o enemistades.

¡Entomólogo!, entomólogo de la vida, de la tierra, de la paja, de los humos, del agua, del cerdo, de la piedra, de la hoja, de las matrículas de los coches.

Quisiera ser el hombre regordete que tenía un cargo de la fecha principal, en cumplimiento de una orden ministerial que le confería rango de secretario, director, principal.

Se trata de rebuscar con un hierrito entre la basura para deslindar mierdas de mierdas. El pequeño hombre regordete del carguito oficial, con el chófer y la miseria paseándose y exigiendo que el coche le llevara hasta la puerta del despacho. El conductor tuvo que hacer muchas maniobras para llegar a donde el hijo puta le dijo.

Pero no todo es así. Hay cosas peores. Pudiera bajarse el del carguillo, el llevado en el coche, y mearse encima del chófer, como dicen que hacen esos pequeños basureros de la mierda urbana con forma de carne y pelos totémicos, en las noches de los viernes, para cabrear a los que pasan.

Oye, y andaba con el pito fuera y meaba a unos y otras. ¡Qué alegría! Era su premio..., ¿al gilipollas o al gilipoyas?

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