Cartas al director

Preocupante frecuencia

Fue en Palma de Mallorca, una tarde en que paseaban tranquilamente mis cuñados con sus dos hijos -una niña de 13 años y un bebé de corta edad- y mi suegra (de visita entonces por el archipiélago).En el instante en que cruzaban un paso con preferencia para los peatones, atravesó el mismo un vehículo sin respetar dicha preferencia y a muy pocos centímetros, con el consiguiente peligro para la integridad física de aquéllos.

Lógicamente recriminaron su actuación al conductor, y todo pareció quedar ahí, en ese pequeño incidente (nada más lejos de la realidad, pues no podían ni imaginar lo qu...

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Fue en Palma de Mallorca, una tarde en que paseaban tranquilamente mis cuñados con sus dos hijos -una niña de 13 años y un bebé de corta edad- y mi suegra (de visita entonces por el archipiélago).En el instante en que cruzaban un paso con preferencia para los peatones, atravesó el mismo un vehículo sin respetar dicha preferencia y a muy pocos centímetros, con el consiguiente peligro para la integridad física de aquéllos.

Lógicamente recriminaron su actuación al conductor, y todo pareció quedar ahí, en ese pequeño incidente (nada más lejos de la realidad, pues no podían ni imaginar lo que les esperaba).

Cuando se encontraban cerca del domicilio pudieron percatarse de que aquel coche que casi les atropella venía siguiéndoles, y de él salía un hombre que sin más contemplaciones sacó un arma una enorme pistola), procediendo a todo tipo de despropósitos, intentando un cacheo, amenazando, etcétera, y alegó que ellos no sabían quién era él y que era policía.

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Dentro del vehículo dejó al que parecía ser hijo suyo -atónito, por supuesto-. Y ya pueden imaginarse cómo se quedaron los miembros de mi familia y los diversos transeúntes que se hallaban alrededor: no daban crédito a todo aquello.

Gracias a la sangre fría de mi cuñado, que no perdió la calma (aunque después de la película quedó con el ánimo muy alterado), allí se pudo evitar, por suerte, una desgracia irreparable. Rápidamente se adueñó de la situación como pudo: se identificó como suboficial de la Marina española, y le llamó la atención sobre que eran ellos y no él quienes tenían motivos de indignación; máxime cuando era capaz de encañonar con su arma a un grupo de ciudadanos inocentes (entre ellos, niños) en plena calle y con esa irresponsable facilidad. El policía en cuestión fue viniéndose a menos, pues los alucinados ciudadanos que estaban presenciando los hechos se sumaban a las criticas emitidas por mi pariente.

Se disculpó, pidió perdón reiteradamente, y se marchó.

Y yo me pregunto cómo estos terribles hechos y otros similares, que no debieran darse jamás (ni siquiera excepcionalmente), se vienen produciendo cada vez con más preocupante frecuencia en nuestro país. ¡Que alguien me responda1-

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