Tribuna:

América Latina, la segunda crisis

Después de la ruptura financiera y económica brutal de 1981-1982, América Latina demostró una innegable capacidad de recuperación. En primer lugar económicamente. Gracias a una reducción brutal de las importaciones y entonces de la producción, acarreando un aumento brutal del desempleo, el desequilibrio externo fue superado, y Brasil, de manera espectacular, alcanzó un superávit comercial muy por encima el peso de la deuda externa. En 1985, un político brasileño me decía, en forma de broma: "¿La deuda?, seguro que es un problema serio para los acreedores". Políticamente también, frente a la cr...

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Después de la ruptura financiera y económica brutal de 1981-1982, América Latina demostró una innegable capacidad de recuperación. En primer lugar económicamente. Gracias a una reducción brutal de las importaciones y entonces de la producción, acarreando un aumento brutal del desempleo, el desequilibrio externo fue superado, y Brasil, de manera espectacular, alcanzó un superávit comercial muy por encima el peso de la deuda externa. En 1985, un político brasileño me decía, en forma de broma: "¿La deuda?, seguro que es un problema serio para los acreedores". Políticamente también, frente a la crisis, las dictaduras militares no tenían respuesta; al contrario, países que durante muchos años habían tenido un desarrollo demasiado fácil gracias a la abundancia de los recursos externos tuvieron, por primera vez, que elaborar una política responsable del desarrollo de la producción y del mercado interno. No solamente en Argentina se habló de pacto social, expresión concreta del sistema democrático: el porvenir de todos los países dependía claramente de su capacidad de negociación entre grupos sociales, dentro de prioridades y límites definidos por el Estado. Mientras la crisis económica de los años treinta había debilitado a las democracias europeas, especialmente en Alemania, a crisis de los años ochenta en América Latina elimina casi todas las dictaduras -con las excepciones de Chile y Paraguay- y fortalece las nuevas democracias en Argentina, Uruguay y Brasil. Frente a una situación difícil, Perú, con la elección de Alan García, demuestra su voluntad democrática. A pesar de su verdadera descomposición económica, Bolivia no cae en otro golpe militar, como tantas veces en el pasado. En Chile mismo, en 1983-1984, se reorganiza la oposición, gracias a las protestas organizadas por los sindicatos, y se forma la Alianza Democrática, coalición política que, como la multipartidaria argentina, prepara la vuelta a la democracia.Pero en 1987 la situación aparece mucho menos abrumadora. En total, durante los cinco últimos años, el continente ha pagado en forma de intereses y capital la mitad del monto de su deuda en 1981; sin embargo, hoy, la deuda está aún más abultada que en esta fecha, y la capacidad del continente de superar la crisis económica ha disminuido tanto que su estabilidad política está en peligro. Después de una recuperación espectacular en 1983-1985, el continente está hundiéndose en una nueva crisis y vive un proceso de retroceso político. No solamente Bolivia y en parte Perú han dejado de pagar su deuda externa, sino México en 1986 y Brasil en 1987 han caído en crisis que amenazaron el sistema firíanciero Internacional. La reconstrucción democrática está en peligro: cómo negociar entre grupos sociales, cómo combinar inversiones productivas y disminución de la pobreza, o exportación de bienes y producción interna de servicios básicos, cuando la política económica está día a día dominada por el apremiante peso de la deuda.

En Brasil, cuyo éxito económico fue tan espectacular a partir de 1983, el Gobierno Sarney regresa al viejo populismo para evitar una explosión social. El plan cruzado, la subvalorización de la moneda nacional y la ruptura con el sistema tradicional de indexación de la economía llegó en pocos meses a una desorganización profunda de la economía con el aumento de las importaciones, la caída de las exportaciones, el aumento brutal de la demanda interna, la desaparición de muchos bienes de consumo corriente. Después de las elecciones, el Gobierno tuvo que cambiar de rumbo, aumentar precios, desencadenando protestas violentas, y, con un discurso que recuerda la ideología de Getulio Vargas en 1954, acusa al imperialismo extranjero, proclama la moratoria de los pagos externos y pierde en pocas semanas su capacidad de atraer créditos extranjeros.

En Argentina, a pesar del carisma personal de Alfonsín, la reorganización interna de la economía ha fracasado. Este país, que siempre fue dominado por, la contradicción entre exportaciones agrícolas y consumo urbano, está más lejos que nunca de volcarse hacia adentro, de desarrollar un capitalismo industrial y de organizar negociaciones entre empresas y sindicatos. En México, por primera vez, a pesar de un fuerte control político de los barrios populares de la capital, se forman disturbios y, como en Colombia y en Perú, aparece lo que J. Matos Mar llama el "desborde popular".

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Las nuevas democracias están debilitadas; algunos países marchan atrás y vuelven a una forma de populismo; otros entran en descomposición. En Chile, la dictadura, fuertemente ame azada en 1983-1984, se fortalece de nuevo porque su política económica, de acuetdo con el FMI, da una prioridad absoluta a las exportaciones y mantiene salarios reales bajos, lo que supone un régimen autoritario. Demuestra su capacidad de imponer a una oposición dividida su control de la llamada transición y está casi segura de mantenerse por lo menos hasta 1989-1990. El general Stroessner prepara otra fácil reelección.

Es imposible explicar la situación actual por la debilidad económica o la ausencia de capacidad política del continente. Éste ha demostrado ampliamente su coraje y su voluntad después de 1981. Ahora la solución está en manos del Sistema Financiero Internacional. Pero la decisión no puede ser tomada al nivel de los bancos nacionales, ni siquiera del Banco Mundial o del FMI. La decisión tiene que ser política o, mejor dicho, geopolítica. Los países europeos y norteamericanos tienen que decidir si es indispensable para su propia supervivencia una América Latina democrática y capaz de manejar sus problemas económicos y sociales, o, si no tiene mayores inconvenientes, que el continente se transforme en un vasto mezzogiorno dominado por una economía sumergida y una política clientelística, dejando a algunas empresas transnacionales organizar sectores o enclaves incorporados a las economías desarrolladas.

Escoger de manera consciente o pasiva la segunda solución sería el error y el escándalo histórico más dramáticos que se puede imaginar, porque este proceso de subdesarrollo, de caída al cuarto mundo de gran parte del continente crearía una situación explosiva y un desequilibrio que ningún país industrial sería capaz de colitrolar. Por unos años más, Estados Unidos puede mantener la dramática ilusión que una combinación de marines, de apoyo a grupos contrarrevolucionarios y de ayuda económica a Gobiernos debilitados puede mantener la pax americana en todo el continente, pero no por muchos años. Es indispensable organizar una gran conferencia internacional entre los cuatro principales componentes del sistema occidental. América del Norte, Europa occidental, Japón y nuevos países industriales de Extremo Oriente y América Latina. No sólo para resolver los problemas de una América Latina enferma, sino para salvar al mundo entero de la catástrofe económica y política inevitable si se sigije desarrollando una economía financiera que desborde la economía productiva y que conduzca a Estados Unidos, el Reino Unido y Francia tanto como a América Latina hacia la desindustrialización a través de una economía especulativa. El problema latinoamericano no puede ser separado de la crisis general de la economía occidental, debilitada por la especulación y un consumismo excesivo. Esta crisis destruye primero a los países más, débiles, periféricos, pero amenaza también a los países centrales.

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