Tribuna:

La democracia televisiva

El reciente debate sobre el estado de la nación ha puesto al descubierto, entre otras muchas cosas, el Irán impacto que las novedades del progreso tecnológico producen en los mecanismos institucionales del pasado, al revolucionar las premisas de su original funcionamiento.La pantalla televisiva extiende el ámbito espacial del salón del Congreso de los Diputados a toda la nación. Los discursos y las réplicas se verifican ante millones de ciudadanos y no simplemente en presencia de 350 diputados. Cualquiera puede, desde su habitación, escuchar lo que explica el jefe del Gobierno y lo que ...

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El reciente debate sobre el estado de la nación ha puesto al descubierto, entre otras muchas cosas, el Irán impacto que las novedades del progreso tecnológico producen en los mecanismos institucionales del pasado, al revolucionar las premisas de su original funcionamiento.La pantalla televisiva extiende el ámbito espacial del salón del Congreso de los Diputados a toda la nación. Los discursos y las réplicas se verifican ante millones de ciudadanos y no simplemente en presencia de 350 diputados. Cualquiera puede, desde su habitación, escuchar lo que explica el jefe del Gobierno y lo que critican sus opositores. Pero ocurre que también llegan a los dispersos contempladores los primeros planos que las cámaras obtienen de los personajes clave del debate en los momentos en que se habla de ellos o de su labor en los ministerios correspondientes.

Y, en esos segundos, los gestos son mas elocuentes que las palabras. La tele -como el cine- se alimenta en mayor cuantía de los rasgos o actitudes de la fisonomía, o del movimiento del cuerpo o de los brazos, que del mismo flujo de las palabras. Y eso es, en definitiva, lo que se graba en la memoria visual de los videntes.

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El aparente desdén

Me llamó la atención, durante un debate readiofónico celebrado poco después de cumplirse el mencionado debate, el gran número de gente que se quejaba del aparente desdén, o de la irónica sonrisa, o del oportuno codazo o del valor entendido de un guiño que le habían sorprendido a lo largo del interminable espectáculo parlamentario. "Es una falta de respeto reírse de esa manera del discrepante", decía uno de los que se quejaban de la prepotencia de los que detentan el poder. Curiosamente, un invitado que se hallaba, ese mismo día en las tribunas me confesaba que desde allí no se podía percibir ninguna de las actitudes desdeñosas que habían advertido los telespectadores.

La televisión es implacable con los que desfilan ante sus cámaras. Revelan éstas no sólo la condición física de las personas, sino el talante que abrigan y el clima psicológico en que se desarrellan sus intervenciones y, palabras. El Parlamento era hasta ahora un cuerpo cerrado, una asamblea limitada al intercambio de ideas, propósitos y críticas para construir con acierto la función legislativa y fiscalizar con libertad y eficacia las tareas del Ejecutivo.

Han surgido reticencias en muchos Parlamentos democráticos hacla la entrada en sus recintos de las cámaras y objetivos de la televisión con ánimo de transmitir las sesiones. Pero el criterio de amplitud informativa ha. de prevalecer. No se puede imaginar una asamblea deliberante elegida por millones de votantes temerosa de mostrarles en vivo el proceso de la discusión política.

Otro aspecto no menos importante es, a mi juicio, el hecho de que hablar a una inmensa concurrencia, abigarrada y varíadísima, no es exactamente igual que dirigirse a un reducido de unos pocos cientos. Hablar ante la televisión, es dirigirse al país entero y no unos pocos diputados afectos o desafectos.

Cuestión de tono

El tono debiera ser distinto, y el contenido también. Los políticos saben muy bien que hay un lenguaje específico que es válido para la clase que está en la vida pública y otro tipo de oratoria que va dirigido a lo que se llama el español de a pie. Cuanto más extenso y complejo sea el público que escucha más necesario resulta hablar de ideas y problemas que afectan a todos.

Solamente aludiendo a los proyectos necesarios para resolver determinados asuntos que todo el mundo conoce o padece se logra la atención favorable del auditor. Los tópicos, en cambio, resbalan sin remisión. Y los dogmatismos, también. Hay quien sostiene que este debate perjudica a la imagen del Parlamento y, con ello, al prestigio de las instituciones democráticas en la opinión. Yo creo que a la mayoría de los televidentes le interesó el debate en sí mismo porque acercó de manera decisiva el trabajo parlamentario al hombre de la calle.

Los Parlamentos discuten y deciden el rumbo de la política. Es cierto que, como se ha dicho muchas veces también, la política tiene algo de teatro y aun de juego o espectáculo, pero convertir al país entero en el público que asiste a la sesión es, en definitiva, una buena cosa porque obliga a la creciente transparcncia de las intenciones y de los propósitos

La grave crisis del Irangate en Estados Unidos se originó en la desinformación deliberada sobre cuestiones relacionadas con la política exterior por parte de la Casa Blanca. Las salpicaduras de esas secuestradas noticias han llegado, al propio sitial supremo del poder ejecutivo, seriamente amenazado por lagunas inadmisibles en el ámbito informativo. La sociedad moderna desarrollada se desenvuelve cada día con mayor densidad en torno a los dos polos: información y comunicación. Y dentro de ellos debe palpitar la vocación crítica y el propósito y el propósito revelador de nuevos horizontes para la política nacional exterior e interna. Sacudiéndose el peso del lenguaje arqueológico que figura por la inercia en la oratoria de muchos políticos.

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