Editorial:

El infierno interminable de Beirut

UNA CONSECUENCIA trágica de los combates encarnizados que han tenido lugar en Beirút oeste la semana pasada es que han agravado la situación, ya desesperada, de los campos de Chatila y de Burj el Barajne, en los que viven miles de refugiados palestinos expulsados de su patria, sin un hogar, hacinados en condiciones infrahumanas. Desde hace más de cuatro meses se ha abatido sobre ellos una nueva calamidad: el cerco total de los campos implantado por las milicias shiíes de Amal. Ese cerco ha causado la muerte por hambre de muchos niños.Después de fuertes presiones internacionales, respaldadas po...

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UNA CONSECUENCIA trágica de los combates encarnizados que han tenido lugar en Beirút oeste la semana pasada es que han agravado la situación, ya desesperada, de los campos de Chatila y de Burj el Barajne, en los que viven miles de refugiados palestinos expulsados de su patria, sin un hogar, hacinados en condiciones infrahumanas. Desde hace más de cuatro meses se ha abatido sobre ellos una nueva calamidad: el cerco total de los campos implantado por las milicias shiíes de Amal. Ese cerco ha causado la muerte por hambre de muchos niños.Después de fuertes presiones internacionales, respaldadas por una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, Amal aceptó un levantamiento parcial del cerco, lo que permitió durante unos días la entrada de algunos convoyes de víveres enviados por organismos internacionales. Pero los nuevos combates que han estallado en Beirut oeste han interrumpido el suministro de los campos.

La acumulación de sufrimientos humanos en la capital libanesa es algo dificil de imaginar. Los combates en sus calles, y no sólo con fusilería, sino con tanques y cañones, se han convertido en un hecho diario. En el período de dominación de las milicias de Amal, los asaltos a las casas particulares, los asesinatos, los secuestros de rehenes -entre ellos, de ciudadanos de EE UU y de diversos Estados europeos- han sido una práctica corriente.

En los últimos combates que han ensangrentado las calles de Beirut oeste, las milicias shiíes de Amal han peleado encarnizadamente contra una coalición formada por el Partido Socialista Progresista del líder druso Walid Jumblatt, por los murabitun (suníes nasseristas) y por las milicias del Partido Comunista libanés. Estos mismos grupos, en fecha no lejana, lucharon juntos para poner fin a la tradicional hegemonía cristiana en Líbano. Cuando ahora el jefe de Amal, Nabih Berri, dice desde Damasco a sus milicias "manteneos firmes, o la victoria o la muerte", surge la pregunta: ¿qué victoria?, ¿qué cosa tan decisiva está en juego? Al parecer, lo que Amal defiende es su hegemonía en el sector musulmán de Beirut y su derecho a liquidar los campos palestinos.

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Líbano vive en una esquizofrenia política absoluta. Porque tanto Nabib Berri como Jumblatt -mientras sus milicias se enfrentan en luchas sanguinarias- son ministros de un Gobierno de unidad nacional encabezado por el suní Rashid Karame. A la vez, el caos de Beirut ha facilitado una proliferación de milicias adscritas a diversas tendencias políticas o religiosas. La degeneración de la conciencia cívica ha llegado a tal extremo que las rivalidades o discrepancias, que normalmente se dirimen por cauces políticos, dan lugar allí inmediatamente a luchas entre milicias armadas, que acarrean un número aterrador de víctimas entre personas inocentes.

Esta situación desastrosa se debe sobre todo a la incapacidad de los diversos grupos musulmanes de establecer entre sí un mínimo de convivencia civil. Parece como si el sectarismo de los clanes, llevado a su paroxismo, borrase toda idea de un interés colectivo o nacional.

A la vez, no es posible disminuir el peso que tienen los factores internacionales. Después del fracaso de la invasión de Israel en 1982, la influencia de Siria se convirtió en determinante y en Damasco se han tomado todas las decisiones importantes. Ante los últimos combates en Beirut oeste, los dirigentes sirios se esfuerzan por lograr un alto el fuego y han declarado que están dispuestos a intervenir con sus tropas para poner fin a los combates. Pero su objetivo no es solamente restablecer la paz: quieren evitar la derrota de Amal, su principal aliado e instrumento, sobre todo en la lucha por acabar con los campos palestinos. Siria no ha utilizado su influencia hegemónica para intentar crear una situación política estable en Líbano. Parece interesada en que siga un estado de caos endémico, dentro del cual se anudan alianzas sorprendentes: en la lucha contra la presencia palestina han coincidido Siria, Israel y los shiíes de Amal. Pero no cabe duda de que, considerando un marco político general, Israel es el gran beneficiario de ese caos existente en Líbano, y, sobre todo, de la incapacidad de los grupos musulmanes, todos ellos en teoría solidarios de la causa palestina, de superar la guerra civil entre sí.

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