Editorial:

La capa dirigente

EL SEGUNDO cuatrienio del Gobierno socialista se va caracterizando por una ocupación de puestos técnicos por parte de militantes, nuevos y antiguos, del partido vencedor en las últimas elecciones. La nueva clase que se ha ido formando a raíz de la deslumbrante victoria de hace cuatro años tiende a consolidarse como una tropa de ejecutivos políticos más o menos homogéneos, pero generalmente teñidos de militancia. Aquella mezcla de medrosidad y timidez con que el PSOE afrontó las tareas administrativas en su primera etapa ha sido sustituida por la autosuficiencia de quienes en poquísimo tiempo s...

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EL SEGUNDO cuatrienio del Gobierno socialista se va caracterizando por una ocupación de puestos técnicos por parte de militantes, nuevos y antiguos, del partido vencedor en las últimas elecciones. La nueva clase que se ha ido formando a raíz de la deslumbrante victoria de hace cuatro años tiende a consolidarse como una tropa de ejecutivos políticos más o menos homogéneos, pero generalmente teñidos de militancia. Aquella mezcla de medrosidad y timidez con que el PSOE afrontó las tareas administrativas en su primera etapa ha sido sustituida por la autosuficiencia de quienes en poquísimo tiempo se han convertido en adiestrados peatones de los laberintos del poder. Nunca hasta este momento, desde el inicio de la transición, se había producido un fenómeno de este tenor. La heterogeneidad de la UCD, primero, y la carencia de cuadros del PSOE de 1982, después, lo habían impedido.Poco importa que entre los designados para los nuevos cargos se descubra una etiqueta guerrista o felipista. E incluso que dentro de cada una de esas dos líneas, tal vez más retóricas que reales, se pueda ensayar una taxonomía por herencias y parentescos. A fin de cuentas, todo el análisis acaba estando encerrado entre los muros de una misma casa socialista. La cuestión más inquietante para el ciudadano es saber si, como consecuencia de tanto incesto, no se derivarán algunos efectos indeseables sobre la eficacia del aparato administrativo.

Contemplado el panorama de algunos nombramientos, donde la designación beneficia a amigos y parientes, matrimonios y cuñados, hermanos y compañeros de siempre, la sensación es, a primera vista, el establecimiento de una casta, acaso honesta y también casta, pero que induce a suponerla demasiado afín y cerrada para atender a intereses plurales. Nada habrá que objetar a que el Gobierno elija entre las gentes que cree más capaces profesionalmente y también más capaces de interpretar las líneas de su política. Esto podría redundar en una coherencia de la que cabría esperar una eficacia mayor. Los peligros, sin embargo, emergen cuando parece que el Estado se transmuta en un coto familiar con el distintivo común de la militancia. Hasta hace poco era corriente recurrir a colaboradores, no necesariamente socialistas, que prestaban su cooperación profesional. Ahora parece que ese servicio queda prácticamente reducido a los que se han bautizado de PSOE y, en consecuencia, se encuentran adscritos a una disciplina de partido.

La idea de que estando dentro del PSOE se puede aspirar a algo, y no estando en sus filas se puede aspirar a menos, va creciendo más allá de las expectativas que despiertan los altos cargos públicos. Anécdotas como la concesión de administraciones de loterías y otros favores que las administraciones locales o no se encuentran en condiciones de ofrecer a particulares y empresas pueden ser una gangrena en el tejido político y social. Hasta ahora se les habían reprochado a los líderes socialistas gestos y actitudes de prepotencia. En la medida en que acaparen casi toda la administración del Estado, la prepotencia puede proyectarse en asuntos mucho más concretos y en crear, ampliamente, un escenario de privilegiados y segregados.

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Los riesgos son grandes. Uno de ellos se concreta en el del aluvión de militantes y emparentados. Otro es la creciente asunción de posiciones dóciles entre los elegidos. El tercero, como corolario, es la dinámica centrifugadora que afecta a personas que, bien por razones de principio, bien por espíritu de independencia, no aceptan la militancia ni la entera mansedumbre. Que muchas personas puedan envolver su ineptitud en su lealtad es un asunto político. Pero que otros con capacidad, entusiasmo y fuste demócratico empiecen a sentirse ahogados es un asunto social grave.

El perfil de la nueva clase reúne a gentes con algunos años en el partido y a otros recién incorporados mediante operaciones de acelerada transfusión de sangre socialista, procedentes a veces de otros grupos políticos. Por el momento, nada se puede decir de los recién designados y en tanto no desarrollen la responsabilidad que se les ha encomendado. A fin de cuentas, lo importante será el juicio que merezca su tarea en cuanto servidores públicos. Pero, con todo, sería inocente, o cínico, negar la formación de una atmósfera política demasiado monolítica entre la capa dirigente, así como la inquietud que su actual consolidación despierta entre los gobernados.

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