Tribuna:

Tímido mensaje a la futura oposición mayoritaria

No faltan ya muchos meses para que abandone la política activa uno de los personajes más notorios de la derecha española. Me refiero, claro está, al señor Fraga Iribarne. Las próximas elecciones legislativas, a menos que interceda Santiago Apóstol, van a hacer impensable la prolongación de una carrera más interesante desde el punto de vista sentimental que intelectual. Hora es, pues, de comenzar a despedirse de tan singular fenómeno, más que nada para ir preparándose a un sucesor que sin duda no facilitará tan descaradamente la labor gubernamental del partido socialista. Porque el fracaso de F...

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No faltan ya muchos meses para que abandone la política activa uno de los personajes más notorios de la derecha española. Me refiero, claro está, al señor Fraga Iribarne. Las próximas elecciones legislativas, a menos que interceda Santiago Apóstol, van a hacer impensable la prolongación de una carrera más interesante desde el punto de vista sentimental que intelectual. Hora es, pues, de comenzar a despedirse de tan singular fenómeno, más que nada para ir preparándose a un sucesor que sin duda no facilitará tan descaradamente la labor gubernamental del partido socialista. Porque el fracaso de Fraga Iribarne tiene como causa eficiente su voluntad de ser el más firme bastión del poder, incluso desde la oposición.Y ésta es la cuestión. Fraga ha sido incapaz de aprovechar una sola de las numerosas ocasiones que le ha ofrecido el Gobierno para defender a los ciudadanos frente al Estado; y no ha podido hacerlo porque sólo posee imaginación para aquellos conflictos que refuerzan el poder del Estado a costa de la explotación de los súbditos. En el esquema opuesto, es decir, cuando se trata de proteger a los ciudadanos de los abusos administrativos, el intelecto de Fraga se bloquea, dando paso a reacciones estrictamente fisiológicas, acompañadas de chisporroteo y fuumarolas. Cuando este género de cortocircuitos tiene lugar en el jefe de la oposición de un país, se le llama, lisa y llanamente, inepcia. Un ejemplo.

Hace algunos días pudimos leer en este mismo diario una información asombrosa. Un policía con jubilosos síntomas de embriaguez se había hado a tiros en las Ramblas de Barcelona, hiriendo de consideración a varios paseantes. Lo singular del caso es que el mismo policía ya había sido juzgado y condenado por una conducta similar unos meses atrás cuando, tras intentar abusar de una joven, e incomodado por la resistencia de la misma, le había perforado la tripa de un disparo. La sentencia está pendiente de resolución, tras su recurso, en el Tribunal Supremo, cuya eficacia jurídica contribuye notablemente a la convivencia civil. Pues bien, en un caso así es evidente que ha habido abuso de poder, o cuando menos irresponsabilidad culpable. ¿A quién se le ocurrió mantener con su pistola al cinto y en plenas Ramblas a, un funcionario de tales características? Conste que no soy partidario de que estos funcionarios de gatillo ligero sean expulsados del cuerpo, porque de inmediato se pasan a la competencia, como es notorio; pero casos como el que comento sugieren la necesidad de un servicio psiquiátrico convincente para el que comienza a ser el cuerpo profesional más desequilibrado del país. Pues bien, Fraga Iribarne carece de órgano intelectual que le permita resolver este género de problemas. Cualquier oposición verdadera tiene la obligación de pedir responsabilidades cuando los contribuyentes caen perforados por psicópatas estatales. Pero el señor Fraga no concibe el otro lado de la vida política,, el de los súbditos. Sólo conoce y defiende, eso sí, con uñas y dientes, el lado estatal. Muy comprensible. Pero suicida en un partido que aspira a gobernar.

La razón última de esta incapacidad civil en algunos representantes históricos de1a política española es, seguramente, la vanidad. Si se leen con atención, cosa casi imposible, las declaraciones de Fraga durante el referéndum sobre la OTAN o a lo largo de la agresión norteamericana contra Libia, se advierte que no hay en ellas la más leve sombra de razonamiento o análisis moral. Son exabruptos simbólicos y sentimentales cuyo único propósito es mantener viva la imagen que Fraga tiene de sí mismo; una imagen petrificada en algún suceso infantil de triste memoria.Lo cual es lamentable. ¿Va a presentarse en Sevilla, en estas elecciones, corno un temible instigador del despegue de bombarderos americanos desde bases andaluzas? Sí. ¿Y por qué? Porque Fraga no torna decisiones pensando en los ciudadanos que le votan o pueden votarle, sino en la imagen que le devuelve el espejo cada mañana. ¿De cuándo acá, si no, ese berrinche con un insignificante director de Televisión? Pero es que ese director es el mandarín de las imágenes, y toda la cultura de la derecha está compuesta exclusivamente por televisores. Fraga ha sido paralizado por un narcisismo capaz de dinamitar a la organización política que, mejor o peor, mantiene bajo control a nuestra asilvestrada ultraderecha. Su desintegración sería fatídica para todos. De ahí que resulte tan alarmante el infantilismo que le induce a instigar el voto contra la OTAN, triturando la reputación de su partido en Occidente, dificultando el apoyo financiero de la banca y haciendo mangas y capirote de la ética colectiva con la misma desvergüenza de la que luego acusa al Gobierno. La diferencia, sin embargo, estriba en que cada vez que cambia de opinión, el Gobierno consigue colosales rendimientos, en tanto que la derecha está cada día más boquiabierta. Otro efecto fatal del amor a sí mismo que se profesa Fraga.

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Parece inevitable una transformación del sistema de símbolos y figuras en la derecha, capaz de devolver la esperanza a los cada vez más exánimes tradicionalistas, mediante un baño de intelecto. Hay en el mosaico de partidos de Fraga un elevado número de personajes mefistofélicos y eficaces que se lo van a poner más difícil a las poltronas socialdemócratas que este tránsfuga de la Corte de los Milagros. Por desgracia, mientras ello no suceda, varios súbditos de esta moderna nación seguirán recibiendo arcabuzazos de un estado semiabsoluto cuyos controladores parlamentarios sólo disputan cuestiones de cosmética.

Señores de la derecha, aprovechen cristianamente estas elecciones y, aunque les duela, hagan algo por sus semejantes. Al fin y al cabo, si no se ganan ustedes el cielo, ¿quién demonios lo va a disfrutar?

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