"Le queremos porque no es un político"

ENVIADO ESPECIAL Gerardo Fernández Albor, presidente de la Xunta de Galicia desde 1981, comienza a partir de hoy un nuevo mandato de cuatro años, en los que, de acuerdo con la expresión de uno de sus más íntimos consejeros, "las cosas no le van a resultar tan fáciles"; entre otras razones, porque deberá formar un Gobierno respetando los pactos de Coalición Popular y atendiendo a la no siempre explicable correlación de fuerzas en la propia Alianza Popular gallega.

Próximo a cumplir 70 años, Albor sigue recordando más al médico de cabecera de toda la vida que a un político profesional, pe...

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ENVIADO ESPECIAL Gerardo Fernández Albor, presidente de la Xunta de Galicia desde 1981, comienza a partir de hoy un nuevo mandato de cuatro años, en los que, de acuerdo con la expresión de uno de sus más íntimos consejeros, "las cosas no le van a resultar tan fáciles"; entre otras razones, porque deberá formar un Gobierno respetando los pactos de Coalición Popular y atendiendo a la no siempre explicable correlación de fuerzas en la propia Alianza Popular gallega.

Próximo a cumplir 70 años, Albor sigue recordando más al médico de cabecera de toda la vida que a un político profesional, pese al cuatrienio pasado en el palacio de Rajoi. Él mismo se enorgullece en sus discursos de narrar cómo sus paisanos le dicen admirativamente: "A usted le queremos porque no es un político". Pero esta faceta tiene sus contrapartidas, entre ellas la comprobación de que no es él, sino hombres como el vicepresidente, José Luis Barreiro, quienes hacen y deshacen en la Xunta y en la complicada maraña política gallega. En distintos medios políticos de Galícia se asegura incluso que, durante el largo período de negociación para llegar a un acuerdo con Coalición Galega que permitiese ganar la votación de investidura, Barreiro acarició la idea de propiciar la sustitución de Albor.

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Según tales tesis -muy manejadas por el PSOE y que hicieron decir a Guerra al comienzo de la campaña electoral de noviembre que CP tenía un tapado-, Barreiro sugirió la conveniencia de que el candidato a la presidencia de la Xunta, una vez rechazado Albor en la primera votación de investidura, fuese el entonces conselleiro de Sanidad en funciones. Sin embargo, el propio Manuel Fraga desbarató la operación.

Fraga era, sin duda, consciente de la popularidad y simpatía que Albor despierta entre el ciudadano medio gallego, aunque su prestigio disminuya un tanto en los ambíentes intelectuales y liberales. La simplicidad de su discurso político -del que el pronunciado el pasado día 18, inicio de la sesión de investidura, es un buen ejemplo-, la precipitación de algunas de sus actuaciones -como los contactos en Portugal con contrabandistas-, su talante, en general, han propiciado que los políticos de todos los grupos de oposición, los periodistas y los medios profesionales le conozcan por el apodo, entre cariñoso y despectivo, de merendiñas. Una alusión originada aparentemente en las "muchas meriendas a las que el presidente asiste con la alta sociedad".

Sin embargo, resultaría injusto no recordar algunas aportaciones de Fernández Albor en sus pasados años de mandato; entre éstas destaca su contribución a la galleguización de la sociedad en la que vive. Al fin y al cabo, Albor procede de ambientes moderadamente nacionalistas y uno de los objetivos de su primer mandato consistió en vaciar de posibles reivindicaciones en este terreno los programas de formaciones como EG o incluso el Bloque Nacionalista.

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