Reportaje:

Un museo visitado por gente "demasiado buena"

Polvo, cristales rotos, piezas sin clasificar y robos en el centro de Ciencias Naturales

El Museo Nacional de Ciencias Naturales está en el paseo de la Castellana y fue noticia hace dos semanas, cuando un investigador británico, un vigilante de la entidad y un librero fueron detenidos bajo la acusacion de expoliar sus fondos bibliográficos. Un empleado del centro dijo entonces que si no se producían allí más robos era "porque la gente es demasiado buena". Un recorrido por el museo lo confirma: la gente es "buena" y los responsables del museo, el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), tal vez demasiado descuidados.

Un cartelito advierte a la entrada: "Est...

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El Museo Nacional de Ciencias Naturales está en el paseo de la Castellana y fue noticia hace dos semanas, cuando un investigador británico, un vigilante de la entidad y un librero fueron detenidos bajo la acusacion de expoliar sus fondos bibliográficos. Un empleado del centro dijo entonces que si no se producían allí más robos era "porque la gente es demasiado buena". Un recorrido por el museo lo confirma: la gente es "buena" y los responsables del museo, el Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), tal vez demasiado descuidados.

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Un cartelito advierte a la entrada: "Este museo depende del Ministerio de Educación y Ciencia. Por ello no está incluido en la normativa del Ministerio de Cultura". O sea, que todo el mundo, estudiantes incluidos, paga. Poco, 30 pesetas, pero paga. Un señor de uniforme gris cobra los seis duros.-¿Dónde puedo dejar el abrigo?

-No, aquí no tenemos perchero.

Se suben unas escaleras y se accede a la sala de minerales. Hay un cartel grande que prohíbe fumar. Dos profesoras, las responsables sin duda de la tropa de adolescentes que campa por sus respetos en la estancia, consumen, sin embargo, sendos emboquillados.

En un rincón hay un montoncito de suciedad: pipas, colillas y varios misteriosos botones.

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Los estudiantes varones se agolpan ante unos cuarzos de México y Uruguay, con una gama fantástica de colores violetas. En cambio, la principal concentración femenina se produce frente a la colección de reproducciones de diamantes célebres: el Cullinan, el Gran Mogol, la Estrella del Sur, el Kuh-I-Noor, el Bajá de Egipto. Las aspirantes a bachiller emiten eruditos comentarios: "Qué ideal", "Qué alucine", "Qué ricura"'...

Al fondo de la sala de los minerales está la de paleontología. Dificultan su acceso una sábana y un rótulo que reza: "Cerrado por reformas". El visitante aparta el lienzo sin que nadie le eche una bronca y encuentra a cuatro o cinco jóvenes que, en torno a una mesa, miran fósiles. Son contratados del CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas) que están haciendo inventario. Tras ellos, el gigantesco esqueleto de diplodocus al que alguien robó el rabo. El ladrón no debía de saber que se trata de una reproducción que Inglaterra regaló a Alfonso XIII. Las paredes de la sala tienen más manchas de humedad que un palacio veneciano vacío desde hace un siglo.

El visitante vuelve a salir a la sala de las piedras. Encuentra un vigilante y le pregunta cómo continuar el recorrido. "Pues tiene que salir a la calle, contornear el edificio, pasar por delante de la Escuela de Ingenieros Industriales y entrar por la puerta que encontrará después. Pero le vale el mismo billete". El visitante lo hace. Ante la segunda puerta hay un anciano que vende manzanas de caramelo y grandes piruletas.

En el vestíbulo está situado un puesto con recuerdos. Atiende un joven con bata blanca.

-¿Tiene una guía del museo?

-Hemos tenido, sí. Pero ya no.

Un tremendo elefante africano da la bienvenida. Un papel amarillento informa que es una donación del Duque de Alba,que lo cazó en Sudán. No se dice cuándo pero sí que fue disecado por Luis Benedito. Este taxidermista preparó la mayoría de las piezas de esta primera estancia de la segunda mitad del museo: leones, gorilas, pavos reales, un precioso lobo blanco del Himalaya y hasta un toro bravo ensabanao, donado por el Duque de Veragua.

Socavón en la vitrina

Por la sala, grande como un patio de armas y, merced a un cochambroso sistema de calefacción, ruidosa como la Gran Vía en hora punta, deambulan apenas media docena de curiosos. Ahora que una tropa de colegiales la ha dejado es cuando el visitante siente su triste, solitaria, polvorienta inmensidad. En el parqué de la vitrina donde están los damaliscos, ñús y alcéfalos hay un socavón de dos metros de largo por uno de ancho. Una monumental jirafa de cuatro cuernos, también cazada por el no identificado Duque de Alba, tiene la piel cuarteada y tiñosa como un hambriento de Etiopía.Esta estancia da acceso a otras dos, una con una colección de peces y conchas y otra destinada a aves. Ambas, como todas las salas del Museo Nacional de Ciencias Naturales, tienen preciosas vitrinas de caoba y cristal, protegidas por cerraduras de una época en que robar debía de ser cosa rarísima. Bastantes estan vacías, tal vez por fuga de los animales expuestos.

La luz es tan tenue en la sala de los pájaros que apenas se pueden distinguir los zopilotes, grullas, gavílanes, milanos, urogallos y demás especies expuestas. El visitante piensa que la penumbra debe de servir para no despertar a la impresionante águila real que sujeta una liebre entre sus garras, o, más bien, para disimular el polvo de las paredes, una capa tan espesa que se pueden hacer inscripciones sólo con las yemas de los dedos.

Por fin aparece. un empleado con el que pegar la hebra. "Esto está de pena, ¿no?", le dispara el visitante. "No me diga, hombre, no me diga". El guarda cuenta anécdotas y no para. De cuando en febrero del 79 unos graciosos practicaron el primer caso de terrorismo científico de España. Robaron un rubí y una esmeralda, y reivindicaron su acción en llamada a EL PAIS. Decían que pretendían alertar sobre el estado del que fue primer centro de investigación científica de la España moderna. Luego -el entonces director, Eugenio Ortíz, confirmó el robo, pero explicó que las piezas no eran auténticas, sino reproducciones.

O de cuando la Asociación de Defensa Ecológica y del Patrimonio Artístico descubrió que faltaba el Espejo de los Incas, una gran pieza de obsidiana, mineral valiosísimo.

A raíz de la denuncia pública de la sustracción, en mayo de 1979, alguien devolvió de forma anónima la pieza. O de ahora mismo, en que se ha descubierto la desaparición de miles de volúmenes y láminas de la biblioteca.

El visitante se despide del guarda, deja el museo y piensa que su fundador, Carlos III, lo soñó serio, pero que ahora es escenario ideal para una aventura de Tintín.

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