Tribuna:

El payaso y el cardenal

Dos acontecimientos recientes, de color germánico, hacen posible este emparejamiento, a primera vista absurdo. Uno de ellos es la muerte del gran novelista alemán Heinrich Böll, y el otro, las declaraciones que el también alemán cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe, le ha hecho al periodista italiano Vittorio Messori y que han sido publicadas en un volumen.Heinrich Böll se reflejaba a sí mismo, sobre todo, en su novela Opiniones de un payaso. Él era cátólico, al menos sociológicamente, y en esta obra se permite hacer una dura y feroz crítica d...

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Dos acontecimientos recientes, de color germánico, hacen posible este emparejamiento, a primera vista absurdo. Uno de ellos es la muerte del gran novelista alemán Heinrich Böll, y el otro, las declaraciones que el también alemán cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe, le ha hecho al periodista italiano Vittorio Messori y que han sido publicadas en un volumen.Heinrich Böll se reflejaba a sí mismo, sobre todo, en su novela Opiniones de un payaso. Él era cátólico, al menos sociológicamente, y en esta obra se permite hacer una dura y feroz crítica del catolicismo alemán en lo que éste tiene de convencional y acomodaticio a la política de turno.

Joseph Ratzinger ha sido profesor de teología en la universidad de Tubinga; posteriormente, arzobispo de Múnich, capital de la católica Baviera, y finalmente fue llamado a Roma por Juan Pablo II para ocupar el cargo de sucesor de los viejos inquisidores.

De Böll y de Ratzinger hay que decir algo que les es común: que son profundamente alemanes y que no son nada cinicos en exponer sus propios puntos de vista. Böll, con su fina ironía, describe detalles inverosímiles de la jet set católica alemana, y Ratzinger no esquiva ninguno de los finos y sutiles golpes que le propina el italiano Messori.

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El payaso Böll aparece en medio de una velada de católicos cultos que le "produjo la impresión de que esos católicos progresistas cortaban retales de Tomás de Aquino, Francisco de Asís, Buenaventura y León XIII para coserse unos taparrabos, que naturalmente no cubrían sus desnudeces, pues ninguno de los presentes (excepto yo) ganaba menos de sus buenos 1.500 marcos al mes". Pararalela a este intento de recoserse un taparrabos teológico presenta Böll la incesante búsqueda católica de la vocación en todos los detalles. "Es horrible", dice, "lo que los pasa por la cabeza a los católicos. Ni siquiera pueden beber buen vino sin hacerse violencia; cueste lo que cueste, han de tener conciencia de cuán bueno es el vino y por qué. En lo referente a la conciencia no les van en zaga a los marxistas".

Por su parte, el cardenal alemán adopta una actitud decididamente pesimista con respecto a la situación actual del catolicismo: "Resulta incontestable", le dice a Messori, "que los últimos 20 años han sido decisivamente desfavorables para la Iglesia católica. Los resultados que han seguido al Concilio parecen oponerse cruelmente a las esperanzas de todos, comenzando por las del papa Juan XXIII y después las de Pablo VI. Los cristianos son de nuevo minoría, más que en ninguna otra época desde finales de la antigüedad".

Si hacemos un psicoanálisis de las declaraciones de Ratzinger -totalmente sinceras- emerge el concepto de cristianismo-cristiandad que de una manera expresa fue superado en el Concilio" Vaticano II para dar lugar al de iglesia, pueblo de Dios. El hecho de que los cristianos fueran mayoría era un fenómeno en gran parte sociológico. De otra manera no se explica que un simple cambio de régimen político vacíe las iglesias y destonsure a millares de clérigos. La única explicación posible es que la situación anterior de aparente mayoría era una auténtica inflación católica, sostenida artificialmente por causas extrínsecas a la fe.

Sin embargo, en otras áreas muy lejos de la rica y culta Alemania el fenómeno católico ha tomado otro cariz distinto. Ahí está la efervescencia del catolicismo en América Latina, que ha llegado a suplantar el protagonismo germánico en la producción teológica con su teología de la liberación. ¿No se tratará de un disparo del subconsciente germánico esta nostalgia por la primacía teológica perdida y retomada por los pobres diablos tercermundistas?

También está el caso de la expansión del catolicismo en África. El propio Juan Pablo II parece haber dado un giro en su estrategia pastoral, durante su último viaje, comprendiendo la necesidad y utilidad de la africanización de la Iglesia católica.

En todo caso, el payaso y el cardenal, ambos alemanes, lloran, cada uno a su manera, por una supuesta inocencia perdida.

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