Tribuna:

Erotismo

La revista Litoral ha publicado hace poco dos volúmenes de poesía erótica, con obras de 101 autores. Son dos libros hermosos y bien hechos, eso sin duda. Sólo tengo una objeción que hacer, talmente una menudencia, una tontuna: entre tanto escritor no hay más que dos mujeres, la inevitable Safo y Ana Rossetti. Eso sí, estratégicamente repartidas: una hembra por tomo, para que no se diga.0 sea, lo normal. Aburrida estoy de constatar ausencias femeninas de las antologías, de los recuentos eruditos y de la misma historia. Louise Labbé, Ana María Moix, Rosalía de Castro, Gabriela Mistral, só...

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La revista Litoral ha publicado hace poco dos volúmenes de poesía erótica, con obras de 101 autores. Son dos libros hermosos y bien hechos, eso sin duda. Sólo tengo una objeción que hacer, talmente una menudencia, una tontuna: entre tanto escritor no hay más que dos mujeres, la inevitable Safo y Ana Rossetti. Eso sí, estratégicamente repartidas: una hembra por tomo, para que no se diga.0 sea, lo normal. Aburrida estoy de constatar ausencias femeninas de las antologías, de los recuentos eruditos y de la misma historia. Louise Labbé, Ana María Moix, Rosalía de Castro, Gabriela Mistral, sólo por citar algunas, hubieran debido figurar en ese tratado de lo erótico. Son trampas de la memoria infiel, y la sesgada memoria masculina se empeña en olvidar nuestra existencia.

Pero se me ocurre que este caso reúne además unas circunstancias ejemplares. Estamos hablando de la oscuridad de la carne y del placer, territorios tradicionalmente vedados a las hembras. En las bonitas ilustraciones de la antología hay una superabundancia de penes zascandiles, como si fuera ése, el del varón, el único cuerpo activo en existencia. No se equivocan demasiado. Las mujeres carecemos de cuerpo por decreto. Del cuello a las rodillas hay un inmenso vacío cubierto por ropas a la moda.

Sí, estoy hablando del deseo. De esos viejos chistes del hombre siempre dispuesto y de la esposa con jaqueca. La antología se titula Del goce y de la dicha. No es casual que sus autores hayan olvidado el incluirnos. Las mujeres no hemos sido educadas en el goce, y ni tan siquiera en la dicha, palabra con demasiada furia dentro como para ser permitida a las señoras; el proyecto de felicidad de una dama decente ha de ser tibio y discreto, una suerte de sosegada indiferencia. Los hombres, pobrecitos, se quejan de su sino: tanto ardor viril apagado por las migrañas conyugales. Pero después siguen negándonos el cuerpo, y si. se habla de erotismos, no existimos. La antología de Litoral, tan incompleta y masculina, tiene un aroma a masturbación, a soledad final, a desencuentro. Como la vida.

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