Cartas al director

Saber latín

En el número de su diario de 24 de abril aparece con carácter de editorial el comentario Saber latín. De verdad que me he sentido identificado con usted en la defensa (hubiera deseado que fuera más ardiente) de la lengua latina en nuestro bachillerato. Considero que no es suficiente valorar la lengua latina en nuestros estudios medios por ser base de nuestros idiomas peninsulares, sino, sobre todo, porque son nuestras esencialidades y nuestras mismidades culturales las que van unidas a ella.Con todo, lo que pudo haber sido una excelente apología para el latín, máxime por provenir del pe...

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En el número de su diario de 24 de abril aparece con carácter de editorial el comentario Saber latín. De verdad que me he sentido identificado con usted en la defensa (hubiera deseado que fuera más ardiente) de la lengua latina en nuestro bachillerato. Considero que no es suficiente valorar la lengua latina en nuestros estudios medios por ser base de nuestros idiomas peninsulares, sino, sobre todo, porque son nuestras esencialidades y nuestras mismidades culturales las que van unidas a ella.Con todo, lo que pudo haber sido una excelente apología para el latín, máxime por provenir del periódico de ustedes, ¡qué pena!, lo ha conducido habilidosamente a un sectarismo impropio de una exposición científica y a un panfletarismo de baja estofa. De ahí que lo que comenzó por bien, no se sabe por qué ocultas tergiversaciones y senderos de un subconsciente retorcido, ha venido a parar en algo para algunos molesto y désagradable.

Para defender el latín, señor mío, no es necesario sacar a colación viejos trucos de una demagogia, que ya empieza a ser trasnochada, con palabras que llenan la boca, como falange o sindicatos oficiales. ¿No cree que ya va estando demasiado manido?

Ni mucho menos son válidos los tres factores que, según su enumeración, han hecho enojosa la lengua latina. Ni es lengua muerta, porque el latín está absolutamente vivo en nuestro castellano, o gallego, o catalán, o valenciano, o bable de Asturias. En ningún momento nuestra historia ha podido enterrar el latín, ni podrá hacerlo, aunque así lo decretase una ley supresora, porque, como algo inevita-

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