Tribuna:TRIBUNA LIBRE

La crisis de 'Liberación'

"Nada hay sagrado o intocable para el pensamiento excepto la libertad de pensar... El escritor no es el servidor de la Iglesia, el Estado, el partido, la patria, el pueblo o la moral social: es el servidor del lenguaje". Palabras de Octavio Paz en 1967. Añadimos: también deberían serlo los periodistas. Ambos, a la manera camusiana, testigos del mundo, no funcionarios.Testigos que anteponen la independencia al autoritarismo de cualquier índole -ideológico, económico, político- Y que a través del lenguaje creativo y diferenciado buscan, o han de buscar, la información, la participación, el alumb...

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"Nada hay sagrado o intocable para el pensamiento excepto la libertad de pensar... El escritor no es el servidor de la Iglesia, el Estado, el partido, la patria, el pueblo o la moral social: es el servidor del lenguaje". Palabras de Octavio Paz en 1967. Añadimos: también deberían serlo los periodistas. Ambos, a la manera camusiana, testigos del mundo, no funcionarios.Testigos que anteponen la independencia al autoritarismo de cualquier índole -ideológico, económico, político- Y que a través del lenguaje creativo y diferenciado buscan, o han de buscar, la información, la participación, el alumbramiento de contrastres de opinión no recogidos en la crónica burocrática, mercantilizada.

Nos enseñaron, desde pequeños, a estudiar la historia como reflejo de buenos y malos. Espejo en el que de adultos nos contemplamos, siempre como triunfadores, naturalmente.

Nos enseñaron a no aceptar las derrotas. Con lo que, lejos de aprender de los viejos o nuevos errores, para no repetirlos, para analizarlos y extraer enseñanzas enriquecedoras, contribuimos a su perpetuación-continuismo en un maldito ciclo de sustracción histórica.

Se habla mucho, incluso en la propia autodefinición, de izquierdas. ¿Pero de qué izquierdas hablamos? Dos corrientes fundamentales -marxista y anarquista- que han sacralizado sus textos, convertido en sacerdotes a sus oficiantes, y cabalgan a lomos de viejas locomotoras arrastradoras de trenes cada vez más vacíos, que cruzan tiempos presentes con pasados cumbustibles.

Falta de rigor en los análisis. Desorganización en sus estructuras, métodos, programas. Taifismo que hace de la lucha por el pequeño poder su principal fin, obsesionándose por devorarse los unos alos otros, en una ininterrumpida, trágica y grotesca guerra civil.

Herencia del franquismo

Difícil sería medir, en su justa dimensión, la herencia que nos legó el franquismo. No sólo un caos económico: un desierto cultural. Y en los momentos precisos se vive la falta de profesionalidad, el respeto hacia las ideas del contrario, el diálogo en las búsquedas de conocimientos, de su transmisión, en la explosión del poder imaginativo, en la necesidad de saber que nuestras únicas verdades son las dudas que nos acompañan.

Mediocridad, arribismo, sensacionalismo, secuestro de los conceptos para convertirlos en prácticas burocráticas, filisteísmos y corrupción: pueden cometerse todos los crímenes, atropellos inimaginables, siempre que se guarden las formas y convencionalismos; el único delito no admitido es el de la sinceridad. El arrogante es un triunfador que sabe mediar en el reino de la violencia y la mentira. El humilde -que gusta de cultivar las diferencias-, una víctima. ¿Quién osará jugar el papel de marginado? Aunque también se vista de lujo, últimamente, la marginación.

Y én nuestro utópico cabalgar no tardamos en encontrar -en la otra orilla- a las viejas fuerzas tradicionales, coligadas en su denuncia contra nuestras raquíticas tuerzas: la banca, la Iglesia, la policía.

Sí: habíamos partido de un planteamiento idealista-utópico que chocó, además de con un mercado rechazante del mismo, con su errónea concepción de magna y representativa, horizontal asamblea.

La democracia económica y la ausencia de jerarquización impositiva, al lanzarse al campo de la realidad cotidiana, fue vulgar¡zando sus principios, enajenándose en sus continuas frustraciones, deteriorándose en su funcionamiento interno, aislándose en la soledad que, tanto por sus propios errores como, sobre todo, por la opresión económica, política y hasta socio-cultural de que era víctima, la llevaba hasta la extinción o, tal vez, al único rasgo de lucidez que la quedaba: su silencio forzado antes que el suicidio absoluto.

El silencio puede ser catártico, ilustrador de cara a su futuro. Demasiadas voces, demasiados ámbitos le corrompen. Gritar, atacar, parece más rentable que reflexionar, comprender. Porque existe la realidad inicial, aquella que posibilitó el proceso de un inusual, inesperado alumbramiento.

Pero esa realidad, campo al que ha de afluir una izquierda crítica, no dogmática, sólo podrá ser llevada desde la independencia, la profesionalidad y una organización que no ignore el mercado en que se mueve, sus leyes, sus necesidades.

El movimiento asambleario -medieval y mítico en el concepto, sujeto a las "miserias morales" del siglo casi XXI- no puede vehiculizar el proyecto.

Enemigos de la inteligencia

Los enemigos de los hombres, de la Prensa de izquierdas, de la inteligencia, siguen siendo aquellos que utilizan los medios de comunicación, viejos o nuevos, no para contribuir a la liberación de los seres humanos, sino para dominarlos en la uniformidad, en la mutilación de su participación y creatividad, en la empobrecedora unidimensionalidad.

Nuestro silencio no debe ser para ellos sino algo normal, lógico: algo que en cambio, sinceramente, no debiera aplaudir la izquierda en el poder: tomar el poder no significa actuar desde la izquierda, y sus límites encuentran, precisamente también en nuestro silencio, una punzada, por pequeña que parezca, crítica a su conformista gestión.

Andrés Sorel fue presidente de la cooperativa editora del diario Liberación.

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