Tribuna:

¿Se puede hablar de felipismo?

Hay una ley general que la historia se ha encargado repetidamente de demostrar: cuando se alcanza una cierta situación de poder -sea partido, sea Iglesia, sea cualquier grupo o corporación-, aquellos objetivos teóricos que fueron su razón de ser quedan en la práctica arrinconados, y todo se reduce a un más o menos descarado oportunismo. Y así, los teóricos, los doctrinarios, quedan desplazados por los políticos, que es tanto como decir los oportunistas, que secuestran los primitivos ideales. Se trata entonces -una vez institucionalizados- de subsistir, de mantenerse, de conservar...

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Hay una ley general que la historia se ha encargado repetidamente de demostrar: cuando se alcanza una cierta situación de poder -sea partido, sea Iglesia, sea cualquier grupo o corporación-, aquellos objetivos teóricos que fueron su razón de ser quedan en la práctica arrinconados, y todo se reduce a un más o menos descarado oportunismo. Y así, los teóricos, los doctrinarios, quedan desplazados por los políticos, que es tanto como decir los oportunistas, que secuestran los primitivos ideales. Se trata entonces -una vez institucionalizados- de subsistir, de mantenerse, de conservar el máximo de tiempo posible el poder ya conseguido. Ejemplos elocuentes han sido la Iglesia constantiniana y el socialismo realmente existente (países del Este). Ha dicho Regis Debray: "El socialismo realmente existente ha realizado en su práctica todo lo que la propia teoría le prohibía, suponiéndolo incluso imposible". En definitiva, el político oportunista -que es el único que triunfa- destroza el mundo de las ideas; el teórico puro no comprende el mundo de las tácticas y las concesiones a que se ven obligados los políticos y se ve desplazado.Sirvan estas consideraciones generales para aproximarnos a la evolución que el PSOE ha experimentado en los últimos años, y que ha culminado en el 30º Congreso, cuando ya lleva dos años en el poder. Lo que era nocivo y negativo en el orden del proyecto político se convierte en indispensable y positivo cuando llega el momento de actuar. Cabría entonces preguntarse: ¿ha cambiado tanto el socialismo en el poder como para que pueda hablarse ya del felipismo como una nueva versión del mismo?

Hay que tener en cuenta, por otra parte, que en "el ámbito de la historia", como dice Stein, "no encontramos nunca un comienzo absoluto; lo nuevo puede ser algo distinto de lo pasado, puede ser más que él, pero nunca y en ningún caso es posible sin el pasado". Y hago esta referencia porque hay muchas actitudes en la actual nomenklatura del PSOE que, sin darse cuenta, quizá menospreciándolo intelectualmente, están impregnadas de una alta dosis de franquismo psicosociológico. El franquismo hay que verlo como una escala de valores, un modelo humano que ha llegado a internalizarse, y después expresarse, en pautas de conducta bastante tipificadas. Han sido muchos años de la vida política y social española. No olvidemos que los que actualmente controlan el poder han crecido y se han formado en ese contexto; en una palabra, lo han mamado. Se trata -entre otros caracteres que no es del caso señalar ahora- de un modelo de hombre que, para triunfar, mandar, bien colocarse, debe hacer dejación de esa molesta manía de cuestionarse demasiado los problemas; prefiere desprenderse de toda carga ideológica; es recomendable no pensar. Lo importante es el acatamiento y hasta la sumisión a los dictados de la dirección, que para eso ha sabido llevarlo, y en el futuro conseguirá mantenerlo, en el apetecido escalón de poder que hoy disfruta. Lo que cuenta es la capacidad para adaptarse al statu quo dominante, y no peligrosamente discrepar del mismo. ¿Cuántas dimisiones se han producido en estos dos años? Cualquier excepción confirma la norma. Aunque para ello hayan de perderse muchos grados de libertad interior, y tragarse muchos sapos, lo que importa es seguir.

Posiblemente sea ésta la característica más acusada de los actuales socialistas, y que le diferencia de sus abuelos de antes de la guerra civil: su praginatismo, su aceptación y hasta sumisión a los poderes fácticos, su carencia de convicciones ideológicas, su capacidad de manipulación y maniobreo, su propósito de mantenerse en el poder por encima de cualquier otra consideración. Es posible que la sinceridad, la buena fe, la firmeza de convicciones de aquellos viejos socialistas de la II República fueran virtudes políticamente ingenuas, incluso peligrosas, y, en definitiva, nos condujeran a la hecatombe del 18 de julio. Los actuales socialistas han aprendido mucho y, sobre todo, han internalizado la experiencia del franquismo. Quieren impedir que éste vuelva haciendo suyas muchas de sus actitudes.

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Por lo pronto, accedieron al poder con una ocupación del mismo. Se trataba de algo que habían conseguido -bien es verdad que legítimamente, con 10 millones de votos-, y lo asumieron como un derecho de conquista. Comenzaron a inundarlo con más de 40.000 militantes en sus

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respectivos cargos públicos. Y lo hicieron como nuevos ricos, con ostentación y hasta horterismo. Rápidamente dejaron de ser un proyecto político para constituirse en un tinglado de intereses creados. Algo similar a lo que, como denunció Dionisio Ridruejo, les ocurrió a los falangistas. Del "Imperio hacia Dios" y "La revolución pendiente nacionalsindicalista" al más suculento pesebre del Estado.

También puede apreciarse cómo a raíz del 30º Congreso ha cambiado la función del partido. Ya en los propios textos aprobados entonces no se le atribuye a éste, el partido, la misión de órgano de participación popular para incidir en la sociedad, sino que se le considera instrumento para explicar adecuadamente las realizaciones o decisiones del Gobierno. Es decir, se le convierte en órgano de apoyo al Gobierno, en maquinaria electoral del mismo, en aparato intermedio entre la sociedad y el Estado, puesto al servicio de este último, para tener mejor controlada aquélla, la sociedad. El nombramiento de Txiki Benegas no es ajeno a esta tarea. Esto quiere decir que se le confiere al partido el mismo papel que en su día pudieron representar la Unión Patriótica inventada por Primo de Rivera (padre), el Movimiento Nacional (FET de las JONS) o el PRI mexicano. Su táctica, incluso, ha venido siendo la misma: absorber, cuando no destruir, todo lo que, tanto a su izquierda como a su derecha, pudiera ofrecer alternativas a su actual hegemonía. No hay que citar ahora toda la larga lista de absorciones, cuñas, acosos y derribos, en los que el PSOE ha sido maestro. Los resultados están a la vista; a pesar de que a lo largo de sus dos años de gobierno han defraudado, perdido credibilidad e imagen, incluso traicionado a su electorado, de lo que más se ufanan -están en COU, dijo Felipe, los que pueden sustituirle- es de que no exista una alternativa válida que ponga en peligro su actual situación de predominio. Al fin y al cabo, es el viejo mensaje, más o menos edulcorado, de "yo o el caos", "detrás de mí el diluvio", que ha caracterizado a todos los totalitarismos más o menos camuflados que en el mundo han sido. Y esto es preocupante, si pensamos en el futuro de la democracia.

Seamos lo suficientemente sinceros. El cientifismo hegeliano marxista puso demasiada seguridad en las leyes de la historia, la dinámica de la lucha de clases, la supresión de la propiedad privada de los medios de producción, el proletariado como motor de la historia, etcétera. Hoy, evidentemente, se han derrumbado tales certidumbres. Pero de aquí a renunciar a todo propósito de transformación económico-social y asumir en cambio una política claramente liberal-capitalista -ni por aproximación socialdemócrata- media la suficiente distancia como para pensar que el PSOE de Felipe-Guerra no tiene nada que ver con el de Pablo Iglesias y Largo Caballero. Sus señas de identidad se han diluido. Y, en cambio, ha hecho su aparición un neoautoritarismo, que basa su fuerza en la habilidad y éxito conseguido para accedr al poder y, después, en las muchas posibilidades de mantenerse en el mismo.

La dinámica del 30º Congreso ha sido paradigmática en este sentido: nada de debate ideológico y sí mucho de estrategia para mantenerse en el Gobierno. Cabe preguntarse entonces si estamos en presencia de una nueva fórmula de hacer política, por supuesto seudosocialista. Una fórmula que no ha sabido desprenderse, inconscientemente, de resabios franquistas. Puede ser duro así decirlo, pero creo que merece la pena profundizar en el tema.

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