El disparo que abatió a un régimen

Filipinas afronta la crítica sucesión del gastado y enfermo presidente Marcos

"Pobre nación. Lloro por la nación. La nación es hermosa". Con estas lacónicas y aparentemente inconexas frases, la primera dama filipina, Imelda Marcos, intentaba reflejar el mes pasado la impresión que le causó el informe preparado por la comisión especial para investigar el asesinato del líder opositor Benigno Aquino, informe del que se deducía con meridiana claridad que la muerte de Ninoy había sido planeada al más alto nivel militar. La bala que mató a Aquino en el aeropuerto de Manila, a su regreso del exilio norteamericano, hirió de muerte a uno de los más largos regímenes dictatoriales...

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"Pobre nación. Lloro por la nación. La nación es hermosa". Con estas lacónicas y aparentemente inconexas frases, la primera dama filipina, Imelda Marcos, intentaba reflejar el mes pasado la impresión que le causó el informe preparado por la comisión especial para investigar el asesinato del líder opositor Benigno Aquino, informe del que se deducía con meridiana claridad que la muerte de Ninoy había sido planeada al más alto nivel militar. La bala que mató a Aquino en el aeropuerto de Manila, a su regreso del exilio norteamericano, hirió de muerte a uno de los más largos regímenes dictatoriales de Asia, el de Ferdinand Marcos.

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La desbandada iniciada a raíz de conocerse las conclusiones del informe Agrava (del nombre de la juez que presidió la comisión investigadora) no ha cesado de acrecentarse, y un Marcos gravemente enfermo y progresivamente solitario afronta el ocaso de su imperio. Un final de la saga que los más vinculados al poder en Filipinas anticipan para un par de años, y que la oposición política organizada y el ciudadano de a pie ven inminente.Tan sólo hace unas semanas, el Gobierno de Manila debió admitir públicamente que Ferdinand. Marcos estaba enfermo. Una ausencia de las pantallas de televisión y de actos públicos inusualmente prolongada llevó al convencimiento de los filipinos la idea de que su reelegido presidente estaba agonizando. Haya o no sido así -y las fuentes mejor informadas afirman que Marcos, de 66 años, padece, una forma incurable de artritis que ataca a los riñones y produce períodos de incapacidad total-, es un hecho que la historia filipina de la posguerra que él ha protagonizado está acabando y que nadie tiene hoy claro en ese archipiélago de más de 7.000 islas y 55 millones de habitantes qué deparará el inmediato futuro.

Entre quienes no lo tienen claro figura la Casa Blanca. El embajador norteamericano en Manila, Stephen Bosworth, va y viene desde el palacio de Malacañang, sede de la presidencia, hasta el barrio de negocios de Makati, donde se agrupa la oposición moderada al régimen agonizante, en busca de pistas que le permitan informar con cierto rigor al Departamento de Estado del rumbo político del archipiélago.

Washington, que sólo a raíz del asesinato de Ninoy Aquino, en agosto del año pasado, adoptó una posición de cierta firmeza hacia su aliado asiático -Reagan suspendió su anunciada visita al país y el Departamento de Estado pidió cabezas de los responsables-, tiene intereses vitales que proteger en Filipinas. Más que sus multinacionales fruteras o azucareras, se trata de preservar dos bases militares claves para su estrategia en Asia: la naval de Subic Bay y la aérea de Clark, ambas cerca de Manila. Son las dos únicas grandes instalaciones seguras entre Japón y el océano Indico, y el Pentágono ha calculado el coste de su posible reemplazamiento en la astronómica cifra de 1.000 millones de dólares.

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Una pesada herencia

La herencia de Marcos -el legendario guerrillero de la invasión japonesa de Filipinas, en 1941; el hombre con una voluntad de hierro y una facilidad demagógica excepcional- no va a ser fácil de administrar para ninguno de los muchos dispuestos a ello. Durante su largo reinado, el presidente y su mujer, la todavía seductora y más poderosa, Imelda, de 54 años, la Mariposa de Hierro, han edificado un sistema político y económico muy especial basado en la corrupción de los adversarios y en la prodigalidad con los amigos. El sistema tiene un nombre acuñado, el capitalismo de los compinches, y ha funcionado tan bien para sus beneficiarios que es una de las causas fundamentales de la ruina económica filipina.

Con una deuda exterior de 26.000 millones de dólares y gran parte de la población subsistiendo mediante una dieta de arroz y pescado, el portaviones filipino ha conseguido seguir navegando gracias al apoyo económico norteamericano. Pero hasta la largueza e indulgencia con que Washington ha manejado la concesión de créditos propios y ajenos a Filipinas parece estar llegando a su fin. Recientemente, el Fondo Monetario Internacional ha impuesto condiciones draconianas al régimen de Manila para suministrarle un balón de oxígeno de 650 millones de dólares.

El primer ministro, César Virata, declaró hace unos meses que consideraba acabada la época de los favores y privilegios mediante los cuales el capitalismo de amiguetes ha llevado al poder político y económico a una elite filipina frecuentadora de Malacañang. Pero el mal está hecho y consolidado, y

El disparo que abatió a un régimen

en el horizonte de 1985 los expertos de la facultad de Económicas de la universidad de Filipinas no ven otra cosa que el resultado de años de dispendio y corrupción, al amparo de una ley marcial, proclamada en 1972 y levantada en 1981, en la que los libros de contabilidad y los balances fueron sustituidos por la arbitrariedad y el poder incontrolado.

Guerrilla y oposición

Para los filipinos, tampoco ya es argumento la amenaza comunista, que su presidente ha esgrimido durante dos décadas como espada de Damocles sobre el destino del archipiélago. Simplemente no creen que la supervivencia política de un solo hombre, o de Marcos e Imelda, justifique el precio que están pagando y el que pueden llegar a pagar.

Y ello a pesar de que Washington sí se tome muy en serio la presencia en armas de entre 10.000 y 12.000 hombres que, agrupados en el Nuevo Ejército del Pueblo, operan en dos tercios de las 73 provincias del país y virtualmente reinan en la isla meridional de Mindanao. Reagan dijo recientemente, en un debate presidencial, que "sé que hay cosas que no funcionan en Filipinas desde el punto de vista de los derechos democráticos.... pero ¿cuál es la alternativa? ¿Un gran movimiento comunista apoderándose del país?".

¿Quién sucederá a Fernando Marcos? No será Imelda Marcos, asociada en el país asiático y en el resto del mundo a todos los excesos y la corrupción generados en dos décadas de poder absoluto. Y en Manila y en Washington se descarta la posibilidad de un golpe militar, salvo que la situación guerrillera se hiciera insostenible. El otrora todopoderoso partido gubernamental Movimiento Nueva Sociedad morirá probablemente con el presidente, aunque en sus filas permanece el único candidato con alguna posibilidad de heredar desde dentro a Marcos: el ministro de Defensa, Juan Ponce Enrile.

Queda la oposición. Desde el asesinato de Benigno Aquino en el aeropuerto de Manila a manos de los sicarios militares del cesado general Fabián Ver, el hombre más próximo a Ferdinand Marcos, Estados Unidos ha presionado a la oposición moderada para que juegue a ganar el poder dentro del sistema actual.

Pero ninguno de los numerosos y conocidos dirigentes que apadrinan el vasto movimiento contra el régimen tiene el apoyo de que gozaba el asesinado Aquino. Y hay al menos ocho potenciales presidentes entre ellos.

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