Editorial:

La Unesco, en crisis

LA CRISIS de la Unesco se aproxima a un desenlace: o dimite su director general, Amadú Mahtar M'Bow, o Estados Unidos cumple su amenaza de retirarse de la organización al comenzar 1985, mientras cobra fuerza en círculos del partido republicano la idea de pedir también el abandono de la FAO, la agencia de la ONU para la agricultura y la alimentación. El Reino Unido, como ya ha indicado, puede seguir el mismo camino, al menos en lo tocante a la Unesco y quizá otros países occidentales imitarán su actitud. Gobiernos de tono menos conservador que el de Reagan o Thatcher vacilan. M'Bow ha intentado...

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LA CRISIS de la Unesco se aproxima a un desenlace: o dimite su director general, Amadú Mahtar M'Bow, o Estados Unidos cumple su amenaza de retirarse de la organización al comenzar 1985, mientras cobra fuerza en círculos del partido republicano la idea de pedir también el abandono de la FAO, la agencia de la ONU para la agricultura y la alimentación. El Reino Unido, como ya ha indicado, puede seguir el mismo camino, al menos en lo tocante a la Unesco y quizá otros países occidentales imitarán su actitud. Gobiernos de tono menos conservador que el de Reagan o Thatcher vacilan. M'Bow ha intentado apoyarse, con éxito hasta ahora, en los países tercermundistas y en los del bloque soviético. Pero, pese a ello, no ha sido capaz de hacer frente a las acusaciones de corrupción, despilfarro, nepotismo e indigencia funcionarial contra la Unesco. La organización comienza a sufrir de todos los males conocidos en un aparato burocrático destinado a servir a los demás, pero que acaba por ser un instrumento de autosatisfacción de sus funcionarios.Cuando este senegalés islámico, tenido comúnmente por un hombre muy valioso, accedió a la dirección general de la Unesco, se pensó que la inclinación tercermundista que podría darle sería la justa: obtener más para los países que tienen menos. Al amparo de este principio intachable, M'Bow se ha revelado como un amante del poder personal y un transformista de los valores: lejos de exportar los beneficios de las culturas avanzadas a los países subdesarrollados, ha incorporado los aspectos más rechazables del Tercer Mundo al propio gobierno de la Unesco. Estados Unidos venía quejándose desde hace tiempo de contribuir ampliamente a una organización que servía mayormente para combatir sus posiciones políticas antes que para la acción de desarrollo cultural en el mundo, pero el sentimiento filantrópico de muchos americanos se oponía a las actitudes dé dureza e intransigencia que patrocinaba la Administración. Fue entonces cuando M'Bow se lió la manta a la cabeza encargando el informe McBride para un Nuevo orden de la Información. Éste fue aprobado por consenso y encierra valiosas aportaciones a los problemas de la comunicación. Pero su debate sirvió para sensibilizar políticamente a las opiniones públicas en torno a la Unesco. Mientras los países subdesarrollados hicieron hincapié en el colonialismo informativo de las grandes potencias, Reagan se encontró con un regalo inesperado: los periodistas occidentales, y notablemente los de Estados Unidos, veían en el Nuevo orden de la Información una invitación a los Gobiernos de todo el mundo a intervenir en los medios de comunicación, y la consagración internacional del derecho a la censura.

Estados Unidos anuncié el 28 de diciembre de 1983 que se retiraría en el plazo de un año. Reagan se apoyaba en dos resoluciones del Congreso en ese sentido, votadas en 1981. La retirada de Estados Unidos, por sí sola, podría significar el final de la Unesco. El final de su dinero y de su tecnología. Es verdad que el organismo ha dilapidado la mayor parte de sus esfuerzos en provocar tensiones políticas y en mantener burocracia: un enjambre bien pagado de funcionarios internacionales que repite incansablemente en vanos idiomas los mismos textos inútiles. Pero puede decirse de la Unesco como de otros organismos internacionales: pese a todo, es mejor que exista, porque siempre será una plataforma de diálogo, de cooperación y de progreso mientras no esté al servicio de intereses particulares.

Todo parece indicar, por el momento, que Estados Unidos no quiere tanto retirarse de la Unesco como que se retire M'Bow. En el caso de que prosperara la iniciativa republicana para hacer extensiva la retirada a la FAO ya habría que temer que Washington piensa en unos términos globales de confrontación con el Tercer Mundo. En cualquier caso, es indiscutible que Estados Unidos plantea su reto en términos de una prepotencia inadmisible para la comunidad internacional. Y su cándida demostración de fuerza se puede volver contra el propio Reagan. Una retirada de Estados Unidos pondría de relieve el desinterés de Washington por buscar foros multilaterales de entendimiento.

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Una ampliación del plazo para abandonar la Unesco permitiría, en cambio, llevar adelante el diálogo abierto en el seno de la organización y dar paso a una investigación que probara las graves acusaciones lanzadas contra M'Bow. No se trata de destruir la Unesco, sino de renovarla y de salvarla de cualquier tipo de secuestro político. La actual crisis podría servir para su remodelación. Y en los corrillos internacionales se habla ya de candidatos posibles a sustituir al director general. Nombres que sugieren un repliegue del conservadurismo en favor de mentalidades abiertas. Para que nadie se sienta culpable.

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