Tribuna:LAS NOSTALGIAS DE ULISES

Punta del Este

Ha habido elecciones en Uruguay, se ha movilizado toda la población -¡eran las primeras después de tantos años!-; el país estaba tenso, preparado y dispuesto para la manifestación callejera y el voto secreto.Sin embargo -como me confirman en mi sospecha las cartas que recibo- ha habido un lugar uruguayo que no ha visto alterarse lo más mínimo su habitual forma de vida. Es Punta del Este, esa isla dentro del país, ese Shangri-La exento de pasiones desde siempre au dessus de la melée política y social.

A menudo los nombres topográficos mienten (el Palacio de Oriente d...

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Ha habido elecciones en Uruguay, se ha movilizado toda la población -¡eran las primeras después de tantos años!-; el país estaba tenso, preparado y dispuesto para la manifestación callejera y el voto secreto.Sin embargo -como me confirman en mi sospecha las cartas que recibo- ha habido un lugar uruguayo que no ha visto alterarse lo más mínimo su habitual forma de vida. Es Punta del Este, esa isla dentro del país, ese Shangri-La exento de pasiones desde siempre au dessus de la melée política y social.

A menudo los nombres topográficos mienten (el Palacio de Oriente de Madrid no se ubica al este de la villa y corte), pero en este caso es cierto que Punta del Este es la que se mete en el Atlántico hasta dar, como en un descubrimiento asombroso, con esos animales casi mitológicos que son los lobos marinos. Punta del Este o Punta a secas, como le llaman los habituales (igual que Las Vegas se convierte en Vegas para el sofisticado de Estados Unidos), pertenece sólo de manera política a Uruguay. Económicamente es propiedad de los argentinos y de los brasileños, que saturan sus playas como sus calles, los restaurantes y el casino en el verano austral de diciembre a marzo. Su prensa está en los quioscos en número superior que la de Montevideo y sus problemas se ventilan con el mismo énfasis que en su lugar de origen. Los nombres de Alfonsín, de Figueiredo, de Massera o de Brizola son allá más comentados que el de Goyo Álvarez, el dictador uruguayo. Punta es un rompeolas de todos los componentes de la sociedad y de la política suramericana, y los uruguayos aceptan ese extrañamiento, ese carácter casi extraterritorial de Punta, como parte del precio que deben pagar para que siga siendo el más famoso de los balnearios (así llaman en Suramérica a las playas veraniegas) de toda la región. En ese sentido el respeto al lugar es unánime y domina a la pasión política. Así, cuando los tupamaros que llevaban tiempo en sus acciones de guerrilla urbana se atrevieron a llevar sus atracos al casino de Punta, la reacción de los viejos conocedores del país fue tajante: "Se han pasado de la raya"; y efectivamente, al poco tiempo sobrevino el golpe militar que aún sigue manteniendo en Uruguay la férula de los milicos, el nombre que una sociedad tan civil como civilizada emplea desde siempre para describir de forma peyorativa a los uniformados.

La atracción que ejerce Punta no es fácil de explicar. Estéticamente hablando no destaca de forma excesiva. Hay playas y algunos bosques de pinos gigantescos donde se alzan los chalés residenciales, pero ni el árbol ni la arena la distinguen de cualquier otro lugar de la costa. Tampoco la maciza edificación hotelera tiene gracia urbanística y no existe casco histórico con el encanto del pasado colonial. Probablemente el secreto de su éxito estriba en dos hechos: el primero es el clima, que permite el gozoso baño en Playa Brava o Playa Mansa bajo un sol fuerte, pero que obliga a ponerse un jersei para salir de noche a la calle. El segundo, y quizá más importante, reside en un curioso ambiente dificil de explicar por causas concretas y que hace que la gente aparezca relajada como en ningún sitio que yo conozca. Desde el anochecer hasta altas horas de la madrugada una muchedumbre se pasea por Gorlero, la avenida principal, entrando, en los comercios abiertos hasta muy tarde o sentándose en cafés y restaurantes que también tienen horario de gran laxitud. Si no fuera porque la frase se ha deformado al ser usada por la derecha, el concepto de "libertad dentro de un orden" serviría para describir el espectáculo de centenares de personas circulando a pie o en coche sin que jamás surja una discusión violenta y mucho menos una pelea.

"Perdón, ¿ha dicho usted libertad en Uruguay?". Curiosamente, sí, en el apartado sexual y religioso. En 1980, con motivo de mi última visita, me causaba asombro la disparidad con que las dos dictaduras hermanas afrontaban el peligro literario. "Este libro", decía enfáticamente la faja, "está prohibido en la Argentina". No se trataba de una obra marxista, que también hubiera sido censurada en Uruguay, sino de algo relativo al sexo o a la religión. En este aspecto la dictadura uruguaya resultaba curiosa para un español acostumbrado a que la derecha militar sea también eclesiástica. En Uruguay la dictadura es laica al respetar la tradición de un país donde la Iglesia católica ha sido mantenida siempre a raya y jamás ha habido obligación legal ni moral de los sacramentos, desde el bautismo a la extremaunción pasando por el matrimonio. La misma libertad de elegir el Play Boy o un libro de Rollins existía en el cine. El desnudo físico se exhibía generosamente mientras estaba prohibido el contagio moral que podría resultar de una película del Este europeo.

En Punta nadie hace más esfuerzos que los estrictamente necesarios. A poco de iniciar mi estancia allí me instaron a un viaje: el de la isla Gorriti. "¿No has ido a la isla? Tienes que venir con nosotros a la isla". Me apunté. La embarcación recorría unos 500 metros y anclaba frente a un islote coronado de árboles. A lado y lado se alineaban otros barcos desde los que nos llamaban reiteradamente; entonces uno nadaba hasta cualquiera de ellos, subía la escalerilla, tomaba una copa y volvía al propio barco acompañado por el anfitrión anterior, que pasaba a ser nuestro huésped. Así todo el día, alternando con la comida, y al caer la tarde se volvía alegremente al puerto deportivo. Tras varias excursiones se me ocurrió preguntar: "Pero ¿no habíamos venido a la isla?". "Sí, claro, aquí estamos". "Pero no veo a nadie visitarla...". Se miraron. "Oye, ¿alguien ha bajado a la isla?". Se hizo memoria... "Sí, Isabel. Isabel fue una vez, ¿os acordáis?". Hablaban de ella como una loca aventurera que había abandonado el cálido cobijo del barco para lanzarse a la dificil empresa de caminar un rato por la playa y asomarse al bosque.

Sí. Punta es única. Lo dicen los que la conocen y tienen razón. No hay ninguna explicación lógica de lo agradable de su estancia, no hay razones estéticas, políticas, económicas, aparte de las que el corazón conoce. Aunque queriendo buscarlas, algún médico ha dado la científica de una extrema iodización de la atmósfera que, al equilibrar el cuerpo, complace también el ánimo.

Puede ser. Uno, como es de letras, prefiere pensar que se trata de algo mágico.

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