Tribuna:

La 'teología de la liberación', a los postres

Con la independencia y ponderación a la que nos tiene acostumbrados EL PAIS, publicaba el matutino madrileño, el 31 de octubre pasado, un titular atrayente: Dos obispos españoles condenan la 'teología de la liberación'.

Lo más curioso es que tal condena no se hacía desde un documento madurado y reflexionado, sino en los postres de una cena con argumento que se celebraba en un restaurante de Madrid, con asistencia de un público heterogéneo, en su mayoría no teológico. Los dos obispos eran monseñor Fernando Sebastián, secretario de la Conferencia Episcopal Española, y...

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Con la independencia y ponderación a la que nos tiene acostumbrados EL PAIS, publicaba el matutino madrileño, el 31 de octubre pasado, un titular atrayente: Dos obispos españoles condenan la 'teología de la liberación'.

Lo más curioso es que tal condena no se hacía desde un documento madurado y reflexionado, sino en los postres de una cena con argumento que se celebraba en un restaurante de Madrid, con asistencia de un público heterogéneo, en su mayoría no teológico. Los dos obispos eran monseñor Fernando Sebastián, secretario de la Conferencia Episcopal Española, y monseñor Emilio Benavent, ex vicario general castrense.

El artículo subraya que la presencia de los dos obispos en la cena con argumento rompía por fin el silencio que sobre la materia han mantenido nuestros obispos, lo cual es ciertamente verdad y dice mucho a favor de su prudencia en un asunto tan delicado y tan sutil. Pero, al mismo tiempo, monseñor Fernando Sebastián les recrimina no menos sutilmente a sus compañeros obispos el que, tratándose de América Latina, con la que España tiene tantos lazos, los prelados españoles no se hayan pronunciado sobre los que de esta parte del Atlántico favorecen esta corriente y la exponen "en congresos y publicaciones teológicas recientes".

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Esto es verdad y se lo tenemos que agradecer al buen sentido de nuestros pastores, que antes de condenar están dispuestos a dialogar. Lo raro es que un obispo que ha sido profesor y rector de la Pontificia Universidad de Salamanca tenga de la teología ese concepto anacrónico que tanbien expresaba aquel obispo anglicano cuando definía así a los teólogos: "Señores mayores, buenas personas, que pasan el día jugando al mus y tomando té, y que dan respuestas serias, sólidas e irrefutables a... preguntas que jamás nadie ha hecho".

Para monseñor Sebastián, dar una respuesta a los millones de cristianos que preguntan sobre lo más profundo de su fe, vivida en una determinada praxis, es como salirse fuera del tiesto. Y para colmo afirma que los tales teólogos son "teólogos de laboratorio", y no "teólogos de raza que se dedican a investigar el misterio de la Santísima Trinidad". ¿Teólogos de laboratorio los que comparten la vida dura y difícil de las comunidades de base, los que se dejan decir todo a la cara, los que se dejan preguntar por el más ignorante y el más vil de la reunión? Teología de laboratorio es la que se hace muchas veces en nuestras facultades eurocéntricas e incluso en las mismas romanas. El problema planteado por la teología de la liberación desborda el espacio de lo religioso y es manipulado por las grandes fuerzas del poder político, social y económico.

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La 'teología de la liberación', a los postres

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Al Gran Vaquero vencedor del Imperio del Norte no le gusta nada que los pobres suramericanos despierten de su oscuridad religiosa de la resignación y recobren la conciencia de su dignidad de hijos de Dios y de hermanos de los que hasta ahora estaban muy por encima de ellos.

No todo, sin embargo, fue absolutamente negativo en aquella cena con argumentos. Monseñor Benavent, después de apuntar certeramente a lo que pudiera ser un peligro de las teologías de la liberación, o sea, la asunción acrítica y romántica de unos mitos y criterios marxistas, la consideración de la lucha de clases como único motor de la historia y la reducción político-social del Evangelio, reconoce que este amplio movimiento latinoamericano "supone una lectura viva, actual, apasionante de las Sagradas Escrituras -sobre todo en las ideas de pueblo oprimido, Dios liberador, bienaventuranzas y profetismo-, recuerda a la Iglesia su necesidad de solidarizarse con los pueblos oprimidos, de luchar por erradicar las causas de la injusticia y, además, presenta el ideal de que los pobres y oprimidos sean los protagonistas de su liberación". Como amargo café de la cena vinieron las palabras de Julián Marías: para él, la teología, ni es teología ni es liberación, "porque no es una ciencia de Dios como debe ser la teología, y porque la palabra liberación es, en la forma que ellos la utilizan, un abuso semántico de la libertad". Le rogaríamos al señor Marías que dedicara una parte de su tiempo a leer los principales autores y se convencería de que el Dios de la Biblia, el Dios objeto de la ciencia teológica, es esencialmente un Dios liberador, y de que la liberación de la que habla esta teología abarca todo lo que exige este atributo divino.

Se trata, pues, de una verdadera ciencia de Dios y de una auténtica liberación en toda su plenitud. Una actitud contraria podría llevar peligrosamente a uña sacralización de la esclavitud y a una resurrección de un Dios vengativo.

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