Editorial:

Comida de negocios

LAS EMPRESAs españolas están ofreciendo ahora una imagen de su poder relacionado con la cantidad de caviar de Beluga que pueden ofrecer a sus clientes, pro veedores, visitantes o concurrentes. Las comidas de negocios han entrado veloz y arrebatadamente en las costumbres, no sólo en las privadas, sino también en las públicas, y los funcionarios a partir de un cierto nivel tienen la firma reconocida en los grandes templos de la nueva gastronomía: se rubrican las facturas apenas degustado el pacharán ofrecido por la casa junto al café dudoso y a la consunción lenta del Montecristo que ha t...

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LAS EMPRESAs españolas están ofreciendo ahora una imagen de su poder relacionado con la cantidad de caviar de Beluga que pueden ofrecer a sus clientes, pro veedores, visitantes o concurrentes. Las comidas de negocios han entrado veloz y arrebatadamente en las costumbres, no sólo en las privadas, sino también en las públicas, y los funcionarios a partir de un cierto nivel tienen la firma reconocida en los grandes templos de la nueva gastronomía: se rubrican las facturas apenas degustado el pacharán ofrecido por la casa junto al café dudoso y a la consunción lenta del Montecristo que ha traído la dama del tabaco en su caja climatizada (se encuentran en el mercado hasta de un millón de pesetas). El rito, que ha comenzado con un Chivas Regal que ha pasado 12 años de embotellada paciencia aguardando el glorioso momento, y por el suave recitado, a cargo del maître, de los platos fuera de la carta, como si ofreciera las delicias de un jardín secreto, termina con los golpes en la espalda que el norteamericano o el japonés reciben con asombrado temor mientras el guardacoches abre las puertas de los cohes con el motor ronroneante. El restaurante se libera por poco tiempo: tiene ya que empezar a preparar las cenas de matrimonios, que muchas veces son prolongaciones de las comidas de negocios, pero con participación de las esposas, a las que previamente se ha instruido en el papel que deben representar y en qué puntos flacos puede estar la metedura de pata o con qué delicadeza puede trenzarse el halago eficaz.Las nuevas clases, ministeriales o empresariales, se lanzan así por el camino fatal de la dispesia: las tardes pesadotas donde los papeles se hacen de plomo o noches en las que el Camembert rebozado puede sublimarse en una pesadilla como nunca oyó relatar Freud. En la oficina, el pequeño empleado que dedica sus noches a estudiar el Basic para medrar un poco o para que no se le relegue o despida cuando se extienda la informática, y que lleva 10 años asistiendo al primer curso de inglés, sueña con la posibilidad de llegar al puesto en el que son posibles las comidas de negocios, como antes soñaba con el aumentillo de sueldo para casarse. Ahora que el sexo es más fácil, la comida es más difícil, y los objetivos han cambiado. No sabe qué destrozos gástricos pueden esperarle.

¿Corresponde este lujo a nuestra crisis, a nuestro camino del calvario económico? Probablemente sí. Cuando falla la sustancia emerge el decorado. La fabricación de imagen, las relaciones públicas, están terminando por ser un acto desesperado: sus encargados ocupan lugares de privilegio en los ministerios y en las empresas para cubrir el enorme vacío de la creatividad o de la oferta calculada y meditada con estos telones pintados y estos personajes a los que acompaña cada vez más la alta sastrería o la alta costura. Lo que en un despacho sonaría a poco, con una botella de Mumm y un soufflé inventado por Arzac, y en un idioma oscuro entremezclado de anécdotas sobre lo ridículos que son siempre los demás, puede tener unas resonancias eficaces. Sin embargo, la proporción inversa entre los restaurantes que abren y las empresas que cierran en cualquier ciudad española podría inducir a una cierta reflexión sobre la escasa virtualidad de la langosta en la firma del contrato. Incluso puede producir algunos estallidos, sin duda alguna demagógicos, pero que a los doloramente afectados les parecen realistas, al comparar los despidos, los expedientes de crisis y las congelaciones de salarios con las facturas de los grandes restaurantes. Si alguien emite esa opinión se le responderá adecuadamente que los altos dirigentes tienen que sacrificar sus digestiones ("ni siquiera puedo comer tranquilo en casa") para tratar de salvar a la colectividad. Las clases bajas siempre han sido muy poco capaces de comprender este tipo de explicación. Y, finalmente, una larga serie de trabajadores depende de esta costumbre: desde el pescador ametrallado por marinas propias o ajenas hasta el intelectual de la cocina que inventa nuevas recetas seductoras.

Todo forma parte del mismo cuadro: el del país que vive por encima de sus propios medios, el del consumista que termina consumiéndose a sí mismo; a fin de cuentas, el país del hidalgo de la gran novela picaresca, que espolvoreaba sus barbas con migas de pan para fingir que había tomado una suculenta comida y que su economía era resplandeciente. El ejecutivo con un óvulo de caviar en la solapa podría ser una figura de hoy.

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