Tribuna:

Nueva sopa

Oh, pimientos luminosos, sandías llenas de sol, verduras con tallos de nieve, pollos de corral, sangrantes solomillos de vaca auténtica, aroma de crujientes hogazas de pueblo, huevos elaborados pacientemente por gallinas antiguas. ¿Recuerdan ustedes un tiempo de oro en que alguna gente comía estas cosas? Eran pocos y tenían la costumbre de bendecir la mesa para dar gracias a Dios. Sobre el mantel de hilo que había bordado una tía soltera humeaba el caldo magnífico en la sopera de alpaca y en torno a ella por un momento la familia quedaba engarzada con una espiritualidad candeal. Si el pan caía...

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Oh, pimientos luminosos, sandías llenas de sol, verduras con tallos de nieve, pollos de corral, sangrantes solomillos de vaca auténtica, aroma de crujientes hogazas de pueblo, huevos elaborados pacientemente por gallinas antiguas. ¿Recuerdan ustedes un tiempo de oro en que alguna gente comía estas cosas? Eran pocos y tenían la costumbre de bendecir la mesa para dar gracias a Dios. Sobre el mantel de hilo que había bordado una tía soltera humeaba el caldo magnífico en la sopera de alpaca y en torno a ella por un momento la familia quedaba engarzada con una espiritualidad candeal. Si el pan caía al suelo había que besarlo con unción. Por lo demás, los gastrónomos no habían llegado todavía, pero el asunto era bien simple: en aquella época unos zampaban productos muy ilustres y otros permanecían en ayunas. En medio de una extensión de hambre había pequeños paraísos de acequia, cantaban las ranas en noches de plenilunio celebrando los ciclos de la cosecha, y el cuerno de la abundancia, en forma de bodegón valenciano, lo derramaba una diosa de grandes tetas agropecuarias en el plato de la burguesía. Con razón ellos daban gracias a Dios con los ojos en blanco antes de hincar el diente.En los países industriales hoy existe la tendencia de que coma todo el mundo, aunque sea una bazofia general de origen desconocido. El suministro llega a cualquier contribuyente, y eso hay que celebrarlo. Pero uno observa con asombro que los comensales de Occidente han perdido la costumbre de rezar en la mesa, cuando la oración ahora es necesaria para no morir envenenado. ¿Qué se debe hacer delante de una ración de mejillones, de ensaladilla rusa o de un pollo de cartón? Encomendar el espíritu al cielo, pedir clemencia, echarse eso dentro del cuerpo, esperar que Dios sea benevolente y sorprenderse vivo después de la digestión. Por fortuna, el alma humana, que también es de goma, se ha acomodado a las exigencias del ramo de la alimentación y se ha hecho eucaristía con el ciclamato. La posmodernidad consiste en esa transustanciación entre el plástico y la carne. La sopa que los clérigos daban a los pordioseros por la puerta trasera de las catedrales hoy un restaurante de cinco tenedores la elevaría a especialidad de la casa.

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