Tribuna:

La inútil estrategia de la tension

Algunas de las conclusiones a que parece haber llegado la comisión parlamentaria italiana que investiga el escándalo de la logia Propaganda Dos nos llena de luz y de estupefacción al mismo tiempo. De luz porque nos muestra con claridad creciente cuanto sólo se entreveía en la Italia de los últimos 15 años. De estupefacción porque son tantos y tan graves los crímenes cometidos en esos 15 años que la posible sospecha -sólo la posible sospecha- de que existía una especie de trama común que controlaba las dos tensiones -los terrorismos de distinto signo nos horroriza.Todo comenzó, en efecto, hace ...

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Algunas de las conclusiones a que parece haber llegado la comisión parlamentaria italiana que investiga el escándalo de la logia Propaganda Dos nos llena de luz y de estupefacción al mismo tiempo. De luz porque nos muestra con claridad creciente cuanto sólo se entreveía en la Italia de los últimos 15 años. De estupefacción porque son tantos y tan graves los crímenes cometidos en esos 15 años que la posible sospecha -sólo la posible sospecha- de que existía una especie de trama común que controlaba las dos tensiones -los terrorismos de distinto signo nos horroriza.Todo comenzó, en efecto, hace aproximadamente unos 15 años, en el vestíbulo de la Banca de la Agricultura, en Piazza Fontana, a espaldas de la catedral de Milán. Un potentísimo artefacto colocado furtivamente dentro de una bolsa hacía explosión causando una veintena de muertos y un gran número de heridos. Las sospechas recayeron en seguida sobre los círculos anarquistas de la ciudad. Contribuyeron a ello, de un modo especial, las declaraciones del taxista que había llevado al hombre de la bolsa hasta las proximidades del banco, un taxista que aseguró reconocer a un tal Valpreda, un ex bailarín relacionado con grupos anarquistas.

El asunto estaba destinado a complicarse. Valpreda negó rotundamente los hechos, pero no tenía una coartada muy sólida. El taxista que había declarado falleció a los pocos meses de una extraña y precipitada enfermedad, no pudiendo llegar a declarar en el juicio. Otro anarquista mostró su oposición en los interrogatorios, y, al parecer, desesperado, se arrojó desde el último piso de la Questura de Milán. Todo parecía estar demasiado claro de puro oscuro. De hecho, poco tiempo después, Calabresi, el joven comisario que estaba desvelando el caso, era asesinado por la espalda una mañana, cuando iba a tomar frente a su casa el coche que lo conduciría a su trabajo. Estaba a un paso de la solución, pero no llegó a verla. Los testigos y la Prensa hablaron entre líneas de la participación en aquel crimen de un hombre rubio y de una mujer. Pero creo recordar que este crimen quedó oscuro y cerrado. Fue una obra perfecta de profesionales.

Sin embargo, a pesar de la simulación, el caso de la Piazza Fontana se fue clarificando, y sus resultados, cuando aparecieron a la luz, resultaron sorprendentes. Por lo visto, quienes habían puesto la bomba no habían sido anarquistas, sino un grupo fascista de Padua. Dos de los principales responsables fueron detenidos, pero creo que durante el juicio alguno de ellos logró evadirse de la prisión con comodidad. Había comenzado, en cualquier caso, la llamada strategia della tensione, un vasto plan de atentados y connivencias destinado a socavar el Estado italiano; un plan lleno de tácticas violentas, sutiles y, a veces, contradictorias, que asolarían inútilmente las ciudades de Italia a lo largo de estos últimos años.

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En esta estrategia jugarían un papel decisivo las llamadas Brigadas Rojas, un grupo violento de raíz ultraizquierdista, de planes muy sistemáticos a nivel teórico -recuérdense sus comunicados a la Prensa-, pero de métodos provocadores y execrables para la opinión pública y, en consecuencia, de fines difusos. Las Brigadas Rojas golpeaban a la democracia en días y momentos claves, de forma caprichosa e indiscriminada. Golpeaba a periodistas, empresarios, policías, magistrados. Con frecuenciá, en pisos de las ciudades altamente industrializadas -Milán, Turín-, sus cárceles delpueblo eran descubiertas y, de cuando en cuando, eran juzgados y sentenciados algunos de los personajes sometidos a secuestro. El de Aldo Moro sería el caso más inexplicable y sobrecogedor.

Porque, ya desde un principio, la gente de la calle se preguntó por los orígenes y propósitos de aquella organización que socavaba el Estado en medio de las mayores osadías y que hacía el juego a quienes, desde el otro extremo, perseguían los mismos fines. Las preguntas no se hicieron esperar: ¿Qué razón de ser tenía un grupo revolucionario en un país que poseía el más fuerte partido de izquierdas en Occidente, un partido que por las urnas y en pocos años -mediante votos o con un acuerdo de mayoríapodía llegar al poder? No hubo respuestas para este tipo de preguntas. Sólo algunos estudiantes con imaginación escribieron sobre los muros de las universidades algún que otro texto malicioso, como aquél de Le Brigate Rosse sono nere. Era una forma imaginativa, pero sin pruebas, de explicarse una forma de violencia absurda.

La rabia y el estupor se acumularon ante la muerte de Aldo Moro. Pero en aquel asesinato de 1978 se hizo alguna luz. Aunque de forma oblicua, se perfiló la intención de los estrategas. Ante este caso, las preguntas de la opinión pública volvieron a llover. ¿Por qué Aldo Moro? ¿Por qué el ala más progresista y dialogante de la Democracia Cristiana? ¿Por qué una persona que estaba a punto de cerrar las tensiones políticas del país con un acuerdo de mayoría, con el pacto del famoso compromesso storico? ¿Por qué el más querido, el más intachable y no cualquier otro de los miembros de su partido? Eran las preguntas que se hacía la Prensa.

Yo estaba en Roma por aquellos días del secuestro, y recuerdo cómo las horas del ultimátum iban cayendo, una a una, como gotas de plomo fundido, sobre la opinión pública italiana. Era el tema de todas las conversaciones, y el asunto se fue complicando de forma grotesca y dramática. De forma grotesca porque se resaltó la incapacidad de los investigadores en sus pesquisas. El refugio de uno de los secuestradores se había descubierto casualmente, gracias al desliz que él mismo había tenido, antes de marchar, de dejar un grifo abierto, el cual había provocado las consiguientes goteras en el piso inferior. Según otros, éste no había sido sino un método más para despistar.

Pero aquí no quedaba la cosa. A raíz del secuestro de Moro, la propia Mafia se había ofrecido para dar caza por su cuenta a los secuestradores, actitud que, para algunos, ponía en evidencia las relaciones entre Mafia y poder político en la Italia de aquellos últimos años. Lo grotesco asomaba también en la búsqueda afanosa del cadáver bajo las aguas de un lago de alta montaña. Un lago que llevaba varios meses helado y que fue preciso romper la capa de hielo -¡tal era su grosor!- a fuerza de cartuchos de dinamita. La aparición del cadáver de Moro, pocos días

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La inútil estrategia de la tensión

Viene de la página 9 después, a unos pasos de la sede central de la Democracia Cristiana, en pleno centro de Roma, vino a confirmar la debilidad de aquellas pesquisas, que respondían a llamadas telefónicas anónimas, sin más fin, como hemos dicho, que el de despistar a los investigadores.Sin embargo, el caso Moro ofrecía, junto a aspectos grotescos, otros verdaderamente dramáticos. Entre ellos, ninguno más significativo -y más escandaloso para el poder- que el comportamiento de la propia familia Moro. Este comportamiento de la familia respondía no sólo a la forma despreocupada y turbia con que se estaba llevando el asunto, sino -sobre todo- a las palabras que el propio Moro había hecho llegar a la Prensa a través de sus comunicados. El expreso deseo de no querer ver a sus compañeros de partido en su propio funeral -deseo refrendado a última hora por la familia, que no asistiría a pesar de las presiones- nos habla de la posible clarividencia del detenido. Torturado o no, consciente o bajo presiones, ahí quedaron para la historia sus durísimas palabras: "No os absolveré a ninguno". ¿Escribió Moro verdaderamente estas palabras? Esa cierta pasividad frente al caso a que hemos aludido así parece demostrarlo.

No he tenido por menos que recordar estas palabras, leídas hace siete años en la Prensa italiana, al ver las puntualizaciones que hoy parece hacer el informe de la comisión de encuesta formada por parlamentarios de 10 partidos. Un informe que puede ser desvelado en breve, bien en su totalidad -con evidentes riesgos para las personas que lo han redactado- o bien podado, atenuado en su redacción, es decir, ignorando los nombres de los responsables directos y, en concreto, de esa persona o personas que, al parecer, estarían relacionadas con el poder.

El caso Moro estuvo precedido y seguido por una infinidad de provocadoras tensiones que siempre -partiendo de distintas posiciones- confluían en un mismo punto común, en un mismo fin: socavar las instituciones del Estado democrático. En una irrespirable atmósfera de conflictos sociales, laborales y delictivos, se dieron hechos brutales, como la voladura, por elementos fascistas, de un tren de pasajeros en la estación de Bolonia, en la que perderían la vida unas 80 personas. Atentados a magistrados que estaban a un paso de descubrimientos definitivos se mezclaban con otros más recientes, como el del general Della Chiesa, en Palermo.

A escándalos financieros, como el de la Lockheed, siguieron otros, como los de los banqueros Sindona y Calvi. Una noche hubo una misteriosa ocupación del Ministerio del Interior por una sección del Ejército seguida de la sigilosa retirada de la misma tras recibirse una llamada anónima. Feltrinelli -el primer editor de autores como Lampedusa o Pasternak- aparecía muerto en extrañas circunstancias bajo los cables de una línea de alta tensión, en los alrededores de Milán. Surgen las sospechas del asesinato de un Papa y se atenta contra otro en plena plaza de San Pedro.

Mafias, logias, servicios secretos paralelos, un revoltijo de instituciones gubernamentales, bancarias o religiosas se han visto involucradas de una forma o de otra. Incluso se editan versiones ficticias o más o menos documentadas de algunos de estos acontecimientos. Los best-sellers de Peyrefitte y de Gordon Thomas tratan, respectivamente, los asuntos de manera jocosa o dando sutilmente informaciones tendenciosas. Estos autores suponían, con Voltaire, que lo verdadero podía ofrecerse a los demás bajo los rasgos de la fábula. Y, como ha dicho algún crítico del contenido de estos libros, se non è vero ben trovato.

Cuando escribo estas líneas hay nuevos acontecimientos que vienen a tensar posiblemente la situación: la condena a cadena perpetua del fugitivo profesor Toni Negri, la inesperada muerte de Enrico Berlinguer, la aparición en Londres de un libro de David Yallod sobre el hipotético asesinato de Juan Pablo I (En el nombre de Dios), pueden ser algunos de ellos. Pero el elemento más decisivo pudiera ser la versión definitiva que de su informe haya elaborado la diputada democristiana Tina Anselmi.

Quince años después del comienzo de aquella táctica o strategia della tensione hay que decir que Italia no se ha decantado ni hacia la revolución ni hacia una dictadura militar. Por el contrario, a través del diálogo incesante, paciente -tan propio de un país inteligente y con una larga experiencia política como es el italiano-, ha caminado hacia un cierto equilibrio político. Incluso se han hecho adelantos en el campo del terrorismo. Muy poco después del secuestro por las Brigadas Rojas de un general norteamericano de la OTAN, la organización ha sido curiosamente desmantelada de forma notable.

Hoy, el Estado italiano tiene un presidente popular y a prueba de corrupciones, y la política que se hace parece ser mucho más transparente. Hace sólo unos años hubiera sido imposible la elaboración de una encuesta como la que ahora acaba de filtrarse a la Prensa. No llegó, en definitiva, ni el golpe ni la revolución. Pero qué incesante ha sido la estrategia, cuánta sangre inútil sobre las manos de los estrategas. Cuán inútil la tensión provocada por las armas mercenarias.

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