Elecciones autonómicas de Cataluña del 29 de abril

Los técnicos electorales no creen en la eficacia de la 'batalla de la calle', pero tampoco se atreven a abandonarla

La mayor parte de los esfuerzos de los partidos políticos en esta campaña electoral se ha decantado hacia los medios de comunicación social, pero ninguno de ellos se ha atrevido a abandonar la batalla de la calle, aunque todos coinciden en que apenas tiene incidencia real sobre el votante. Las oficinas electorales de los partidos se alejan progresivamente del modelo participativo y militante de las elecciones de 1977, para parecerse cada vez más a las oficinas de cualquier empresa de marketing: planos, organigramas, agendas, teléfonos, secretarias, café para las visitas, agentes, distribuidore...

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La mayor parte de los esfuerzos de los partidos políticos en esta campaña electoral se ha decantado hacia los medios de comunicación social, pero ninguno de ellos se ha atrevido a abandonar la batalla de la calle, aunque todos coinciden en que apenas tiene incidencia real sobre el votante. Las oficinas electorales de los partidos se alejan progresivamente del modelo participativo y militante de las elecciones de 1977, para parecerse cada vez más a las oficinas de cualquier empresa de marketing: planos, organigramas, agendas, teléfonos, secretarias, café para las visitas, agentes, distribuidores, conductores, todo un despliegue de medios en rigurosa proporción a los presupuestos electorales.

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Las campañas electorales se dividen en dos bloques: las que mueven grandes presupuestos desde el principio, sin temores ni estrecheces (Coalición Popular 308 millones; CiU, 240; y PSC, 230 como máximo) y las que, con un presupuesto inicial muy bajo gastan el dinero conforme el activismo de sus militantes y simpatizantes lo va consiguiendo (PSUC y ERC, cuyo presupuesto no superará los 80 millones de pesetas). A pesar de esta gran diferencia inicial, las estrategias generales de los cinco partidos coinciden en un punto: prioridad absoluta a los medios de comunicación -televisión, radio y prensa, por este orden-, sin abandonar la batalla de la calle -vallas publicitarias, carteles, banderolas y pancartas-, en la que nadie cree pero nadie tampoco está dispuesto a ser el primero en abandonar.Sentada esta premisa general, cada partido o coalición ha desarrollado su táctica en función de su situación relativa. CiU y PSC han coincidido en un planteamiento totalmente presidencialista, pero con una diferencia Pujol es mucho más conocido que Obiols; Pujol ha sido ya presidente, y en cambio Obiols no tiene ninguna experiencia de gestión. Por eso, la campaña de Convergéncia, según su gerente, Francesc Gordo, gira totalmente en torno a la imagen de Jordi Pujol y a su tarea de gobierno. CiU tenía un buen punto de partida: únicamente el 3% de los electores no conocía a Pujol. "La campaña de 1980 fue ya presidencialista, porque creíamos que teníamos el mejor candidato a presidente. Ésta lo es doblemente, porque Pujol es ya presidente".

La antítesis de Pujol

La identidad entre la marca y el producto no ha sido tan fácil para el PSC, cuyo candidato era relativamente desconocido. La táctica del PSC para dar a conocer a Raimon Obiols ha sido concentrar en su figura todos los esfuerzos, hacerlo aparecer como imagen-síntesis del partido y antítesis de su adversario, Pujol.En el caso de Coalición Popular, la marca era conocida genéricamente -las resonancias de Alianza Popular, siempre vinculadas al producto Fraga- pero el producto catalán concreto -el candidato Eduard Bueno- no solamente era desconocido, sino incluso neófito. De ahí que este partido haya concedido tanta importancia a la precampaña como a la campaña.

Los partidos con menos medios, PSUC y ERC, han hecho una campaña en la que predominan los mensajes sobre los símbolos. Ni Heribert Barrera ni Antoni Gutiérrez pueden aparecer como presidentes, de ahí que hayan hecho especial énfasis en diferenciar sus opciones políticas, más que en potenciar los candidatos.

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