Elecciones autonómicas de Cataluña del 29 de abrilLOS CANDIDATOS

Gutiérrez Díaz, a medias Moisés, y Maquiavelo

Antoni Gutiérrez Díaz no tendría mejor hoja de servicios para el comunismo y para Cataluña -el orden de los factores sí altera el producto- si se la hubiera fabricado él mismo.Catalán con toda naturalidad, es hijo de emigrantes andaluces establecidos en Premià de Mar, donde nació; comunista de 1959, cuando el partido no se dividía aún por adjetivos, su padre fue un fundidor an arco sindicalista; secretario general del PSUC, partido obrero y de cuadros profesionales, trabajó como chico de recados y estudió con becas la carrera, especializándose en pediatría; líder de la renovación eurocomunista...

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Antoni Gutiérrez Díaz no tendría mejor hoja de servicios para el comunismo y para Cataluña -el orden de los factores sí altera el producto- si se la hubiera fabricado él mismo.Catalán con toda naturalidad, es hijo de emigrantes andaluces establecidos en Premià de Mar, donde nació; comunista de 1959, cuando el partido no se dividía aún por adjetivos, su padre fue un fundidor an arco sindicalista; secretario general del PSUC, partido obrero y de cuadros profesionales, trabajó como chico de recados y estudió con becas la carrera, especializándose en pediatría; líder de la renovación eurocomunista, con más serenidad conversa que fuego revelado, e impulsor de la convergencia con el progresismo cristiano, militó en Acción Católica hasta los 18 años, de lo que le ha quedado, quizá, un atractivo susurro convincente.

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Bilingüe como quien respira; de formación universitaria sobre base obrera; hombre con una plataforma de fe abstracta, en un partido que la necesita; y eurocomunista como síntesis entre la utopía de la URSS y las realidades de la democracia formal, Antoni Gutiérrez Díaz debía liderar el comunismo catalán como inevitable emulsión del centralismo democrático.

En las primeras elecciones de la democracia Gutiérrez Díaz fue un descubrimiento popular. El tiempo de las catacumbas había impedido que su irradiación rebasara un medio reducido de profesionales y militantes, en el que se silabeaba su nombre con el visible orgullo de conocer al médico pediatra y comunista, del que ya se percibía que el talante y el suave mesianismo de la voz, la elocuencia forrada de terciopelo, modulaban una pasión que merecía el aire abierto del mítin, o la vía magnética de la televisión.

Un observador sugirió al Guti, en vísperas de aquellas elecciones de 1977, que se afeitara la perilla y, sobre todo, que evitara la fractura de los televisores poniendo en sordina su imagen a medias Moisés y Maquiavelo. El interlocutor ignoraba que había tenido ya una vez que afeitarse la barba para una reunión del partido y, aunque al final, el rasurado se lo hicieron en comisaría, había advertido que el depilado era el mayor sacrificio que podía ofrecer en aras de la causa. Evidentemente, estaba de más una segunda inmolación.

Gutiérrez Díaz fue un éxito instantáneo pero descriptible. Por muchos que fueran sus esfuerzos de persuasión eurocomunista; eterna su preocupación porque el partido no quedara aislado en el tema nacional de Cataluña; sincera su insistencia en mostrar la cara dialogante del coínunismo catalán, allí siempre había un tic de más. El mayor defecto de su constructiva habilidad era aquella impaciencia contenida, demasiado rotunda en su punto final, para seducir el voto de quien no estuviera en la mejor disposición.

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Los años de la travesía del desierto, con un partido desangrado por el tajo de la escisión, han convocado lo mejor del corredor de fondo catalán. Un Gutiérrez Díaz que, como Luther King, tuvo también un día "un sueño", pero con la apreciable diferencia de quien sólo lo cuenta a los más íntimos. Era preciso llegar a la vuelta del camino, que hoy parece creer ya próximo con las elecciones catalanas, para demostrar lo que puede la fe de los agnósticos, que han hecho de la vida práctica toda una teoría de la vida. Espíritus así no tienen prisa. El eurocomunismo es una larga apuesta. El Guti no duda que llegará el día en que el votante le otorgue la razón.

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