Tribuna:

La paz de hielo entre Egipto e Israel

A los cinco años de los acuerdos de Camp David, firmados el 26 de marzo de 1979, ninguno de los entonces signatarios sigue en el poder. El presidente Anuar el Sadat de Egipto fue asesinado el 6 de octubre de 1981; el primer ministro israelí Menájem Beguin dimitió en agosto de 1983 abrumado por el peso de la desastrosa invasión de Líbano; y el presidente norteamericano James Carter, responsable intelectual de la firma, fue derrotado en las elecciones de 1980 por Ronald Reagan.Los acuerdos de Camp David si no exactamente letra muerta, sí son letra cuidadosamente congelada. Por esta razón, aunque...

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A los cinco años de los acuerdos de Camp David, firmados el 26 de marzo de 1979, ninguno de los entonces signatarios sigue en el poder. El presidente Anuar el Sadat de Egipto fue asesinado el 6 de octubre de 1981; el primer ministro israelí Menájem Beguin dimitió en agosto de 1983 abrumado por el peso de la desastrosa invasión de Líbano; y el presidente norteamericano James Carter, responsable intelectual de la firma, fue derrotado en las elecciones de 1980 por Ronald Reagan.Los acuerdos de Camp David si no exactamente letra muerta, sí son letra cuidadosamente congelada. Por esta razón, aunque los sucesores de los firmantes, el presidente Hosni Mubarak de Egipto y el primer ministro israelí Isaac Shamir, se acusen vehementemente del incumplimiento de los mismos, hay motivos para creer que tanto El Cairo como Tel Aviv prefieren tener las manos libres a adecuar el espíritu del cumplimiento de Camp David a la letra del acuerdo. Camp David sellaba la paz entre Egipto e Israel con el establecimiento de relaciones diplomáticas, el reconocimiento de la autonomía palestina en la Cisjordania ocupada, a revisar en el plazo de cinco años, y la devolución del Sinaí a Egipto.

En 1984 los dos países siguen creyendo firmemente en la paz y el Sinaí vuelve a ser egipcio, pero El Cairo retiró a su embajador en Tel Aviv en mayo de 1982 como protesta por la invasión de Líbano; los intercambios comerciales han sido prácticamente congelados por Egipto, que en 1983 sólo adquirió productos por valor de 12 millones de dólares a su antiguo enemigo; y contra unos 30.000 israelíes que han visitado el Nilo como turistas apenas unos centenares de egipcios han hecho el recorrido a la in versa. Paralelamente, la oferta de descentralización administrativa que hizo Beguin a los palestinos, en flagrante restricción mental de lo acordado, fue rechazada por las autoridades municipales de Cisjordania, agravándose el problema por la política de asentamientos en la tierra conquistada.

Egipto ha recobrado el Siriaí a cambio de nada. Ni Sadat entonces, ni Mubarak ahora querían ni pueden hacer una nueva guerra a Israel, por lo que la recuperación de la península arenosa se ha producido a cambio de una paz a la que Egipto se veía abocado. Es cierto que El Cairo ha pagado con el aislamiento en el mundo árabe la firma de 1979, pero la paciente diplomacia de Mubarak ha ido reduciendo las consecuencias de ese ostracismo, de manera que Egipto ha sido ya reintegrado a la Conferencia Islámica y, a todos los efectos, ha reanudado relaciones con Jordania, Irak, Marruecos y la OLP palestina. Esa política cuyo fin es devolver al país la condición de gran potencia regional sólo era posible congelando la paz, de forma que se limitara al trueque de una península por un trozo de papel.

Por parte israelí, el presunto incumplimiento egipcio del espíritu de Camp David es la perfecta coartada para proseguir con una política de anexión apenas sigilosa en Cisjordania. De esta forma, Israel pierde profundidad defensiva en su desierto sur, pero obtiene una cierta pantalla diplomática para incumplir los acuerdos sobre el tema palestino y ancla a Egipto en el campo norteamericano como garantía contra nuevas aventuras.

A la visión de Sadat, que se soñaba gran pacificador de Oriente Próximo, se oponía la estrecha mercadería de un tratante de ganado llamado Beguin. Hosni Mubarak, sin embargo, ha sabido reconducir el proceso por los angostos cauces del regateo de trastienda, negando a Israel los beneficios generales de una paz para la que el Estado judío no parece dispuesto a pagar más que unos palmos de arena y unos barriles de petróleo.

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