Editorial:

Kissinger y la OTAN

EL RECIENTE artículo de Henry Kissinger publicado en la Prensa internacional (ver EL PAIS de 11 de marzo) ha despertado un enorme interés, no sólo en los medios de comunicación, sino en los círculos gubernamentales; ello se explica por la personalidad del autor, antiguo secretario de Estado del presidente Nixon, y que, según algunos comentaristas, podría volver a ese cargo en el segundo mandato de Ronald Reagan. Y, asimismo, por la coyuntura internacional e interna: la crisis de las relaciones entre Europa y EE UU, que el propio Kissinger destaca, y la campaña electoral norteamericana, que aco...

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EL RECIENTE artículo de Henry Kissinger publicado en la Prensa internacional (ver EL PAIS de 11 de marzo) ha despertado un enorme interés, no sólo en los medios de comunicación, sino en los círculos gubernamentales; ello se explica por la personalidad del autor, antiguo secretario de Estado del presidente Nixon, y que, según algunos comentaristas, podría volver a ese cargo en el segundo mandato de Ronald Reagan. Y, asimismo, por la coyuntura internacional e interna: la crisis de las relaciones entre Europa y EE UU, que el propio Kissinger destaca, y la campaña electoral norteamericana, que aconseja a los republicanos, frente a los fuertes ataques que sufren en temas de política exterior, sobre todo por parte del candidato Gary Hart, presentar propuestas que no sean una simple continuidad del pasado. Una vez más, Kissinger hace alarde de su franc parler, de su capacidad para llamar al pan pan y al vino vino. Nadie ha hecho hasta ahora un diagnóstico tan crudo de la crisis de la OTAN; saca a relucir la falsedad de la pretendida igualdad de sus miembros y no disimula su preocupación de que, si las cosas siguen como están, la desconfianza mutua se ahonde, las frustraciones europeas se agudicen y quede en entredicho el futuro de la alianza. No toma, pues, la pluma para enderezar algo que no va bien, sino para alertar sobre un peligro de catástrofe que se avecina.Kissinger atribuye al pacifismo una importancia primordial como nuevo factor de la vida europea; advierte sus efectos, no sólo en las manifestaciones, sino en la evolución de la socialdemocracia alemana y del laborismo británico, ayer fervientes partidarios de la hegemonía norteamericana en la OTAN. Reconoce que Europa considera a los euromisiles como "huéspedes no deseados" y que se genera así un "pacifismo nuclear" que crece en casi todos los países. La inteligencia de Kissinger le hace rehuir el maniqueísmo, tan frecuente en otras esferas de la derecha norteamericana: nada de imputar a agentes soviéticos esa influencia del pacifismo; se trata de convicciones profundas. Y frente a ellas, adelanta concepciones y propuestas originales, audaces, para poder asentar sobre nuevas bases el Tratado del Atlántico Norte.

El eje de su pensamiento es que Europa tiene que elevar su responsabilidad, su papel y su esfuerzo para garantizar su defensa, concretamente en lo referente a armas convencionales. Y para que esta defensa sea cada vez más europea, un general europeo debería sustituir al norteamericano que encabeza el mando supremo de la OTAN en Bruselas. Este tipo de propuestas corresponde bastante a una tendencia, muy fuerte hoy en Europa, que aspira, no a salir de la OTAN, pero sí a estructurar una OTAN con dos pilares, uno europeo y otro norteamericano, dando así mayor autonomía y personalidad a Europa. En ese sentido se expresan, con gran diversidad de matices, los socialdemócratas alemanes, los laboristas, los socialistas del Benelux, Mitterrand y la derecha, con Chirac, en Francia. No cabe duda de que el artículo de Kissinger potenciará estas corrientes.

Pero el complemento de este mayor papel europeo en la defensa sería, según Kissinger, aunque lo formule con muchas precauciones, un desenganche de EE UU. En lo nuclear, reitera que "el suicidio mutuo" no es "una opción racional"; o sea, que EE UU no puede utilizar su arsenal estratégico como disuasión para la defensa de Europa. Quizá el punto más sorprendente del artículo sea la idea de que los europeos "encabecen" la delegación en las negociaciones sobre euromisiles; no parece muy factible, ya que se trata de armas exclusivamente norteamericanas; es más, el tratado de no proliferación prohíbe a los europeos poseer tales armas. Pero detrás de la propuesta concreta, lo que está claro es la disposición de Kissinger a dejar que los europeos decidan sobre la permanencia, o no, de ese armamento: si se recuerdan las presiones de Washington para instalar los euromisiles, no cabe duda que estamos ante una posición muy diferente a la oficial hasta ahora. Al mismo tiempo, se adelanta la idea de una eventual retirada de una parte de las tropas estadounidenses hoy estacionadas en nuestro continente. En otra época, esto hubiese sido considerado como un chantaje para asustar a la opinión europea. Pero no se trata de eso en el artículo que comentamos; no es un procedimiento al que Henry Kissinger sea propenso. La lógica de sus propuestas de cierto desenganche norteamericano de la defensa de Europa tiene que dimanar de otra razón: de que las probabilidades de una agresividad militar soviética, concretamente en Europa, son hoy, a todas luces, inferiores a lo que eran cuando se elaboraron las estrategias vigentes en la OTAN; sobre éstas pesa aún en exceso el síndrome del "bloqueo de Berlin".

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Estos cambios en la defensa de Europa deberían permitir a EE UU -según el objetivo político que Kissinger define en su artículo- concentrar mayores fuerzas militares y potencial intelectual en otras direcciones de su política mundial, en las regiones "donde el conflicto es más probable". Pero atando más estrechamente a los europeos a su estrategia global. Kissinger reprocha a los europeos su excesiva preocupación por la distensión con el Este, sus críticas con motivo de la invasión de Granada, sus posiciones específicas en África, Oriente Próximo y América Central. Para disminuir ese tipo de discrepancias, un secretario general de la OTAN norteamericano tendría la responsabilidad de la "coordinación política". Más flexibilidad, pues, en la defensa europea, pero más rigidez de la alianza en la estrategia global mundial. Éste es el punto en que las propuestas de Kissinger chocan de frente con las tendencias de la política europea: basta recordar la ostpolítik de los partidos alemanes, el apoyo español y europeo al grupo de Contadora, la política francesa en frica, por citar sólo algunos ejemplos, para demostrar hasta qué punto es inimaginable esa especie de alineamiento con las posiciones mundiales de EE UU que Kissinger desearía. En realidad, una Europa que tome más en sus manos su propia defensa será, a la vez, más autónoma en las encrucijadas de la política mundial, y ello será, además, un factor esencial para propiciar soluciones pacíficas. En todo caso, el artículo de Kissinger está hoy en el centro del debate sobre el futuro de la OTAN.

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